Hernando Arboleda tiene 49 años, es católico, está casado y es un sastre que fabrica las prendas de cuero para todos aquellos que tienen gusto por el sadomasoquismo. En la casa donde pasó su infancia comenzó el primer taller de costura fetichista del país. Ahora tiene una boutique especializada y piensa expandir su negocio.
FOTO: Arneses de cuero con broches y argollas inoxidables. De Sara Rodríguez
Era la habitación de su infancia, en la que Hernando solía armar ciudades con carritos de juguete, donde cuidaba a los perritos que recogía de la calle y donde hacía las tareas. Era. Hoy es el lugar donde se confeccionan látigos, cuerdas, arneses, tangas y esposas, entre otros objetos BDSM; es decir, prendas y accesorios —principalmente de cuero— para una gama de fantasías eróticas que incluyen el bondage —inmovilización del cuerpo—, la dominación, la sumisión, el sadismo y el masoquismo.
Hernando Arboleda es un hombre de 49 años que viste jeans, camisetas cuello redondo de color tierra, Converse negros, y casi siempre lleva su pelo largo y crespo recogido en una moña. Según cuenta, de joven era un roquero amante del cuero. Le gustaba llevar chaquetas y pantalones negros, pues, según él, “todos tenemos un fetiche, y el mío es el cuero”. Y ese gusto nació “la primera vez que vi una mujer usando un pantalón de este material, le pregunté que si podía tocarlo. Quedé aterrado. Se sentía muy rico, era todo calientico”, cuenta el sastre.
FOTO: Hernando Arboleda, en su Boutique Sex Leather. De Sara Rodríguez
Por esa razón sus novias tenían que ser también roqueras y vestirse con este tipo de prendas; de lo contrario, no suscitaban interés alguno en él. Y también por esa misma razón practicó el BDSM muchos años de su vida, donde asumió el rol de sumiso en un comienzo.
Hoy en día está casado y sus gustos han cambiado, pues aunque dicta charlas y talleres sobre el BDSM, y fabrica accesorios para esta comunidad, en su vida personal ya no realiza este tipo de actividades y mantiene una relación monógama y tradicional, pues, según él, lo que más quiere en este momento para su vida es estabilidad y tranquilidad emocional.
Mira también: Destruyendo el clóset, un cautiverio a puertas abiertas
El comienzo
A principios de los noventa, cuando apenas era estudiante de diseño gráfico de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, empezó su recorrido por el BDSM, cuando “un amigo me dijo que si quería camellar administrando un sex-shop al frente de Harley Dadvison, en toda la 82. Yo le dije que a ni a palo”, cuenta el sastre, y agrega: “Yo no sabía nada de eso, pero por cosas de la vida terminé aceptando la oferta”.
Todas las cosas que se vendían en ese lugar eran traídas de Holanda, Nueva York o San Francisco, nada se confeccionaba en Colombia. Por eso lo primero que le llamó la atención fueron las bragas de cuero que se ofrecían en este lugar, no solo porque las encontraba sexys, sino porque le parecieron fáciles de hacer.
Entonces tomó una decisión: les propuso a los dueños del sex-shop que él se encargaría de la ropa. “Les dije que la íbamos a conseguir a un mejor precio y en una mejor calidad. Me dijeron: ‘Hágale’. Así fue como empecé”. Contactó a la señora que le cosía su propia ropa para que hiciera las prendas BDSM. Ella quedó impresionada con la propuesta e incluso fue un poco reacia. “Me decía: ‘Mijito, por qué mejor no busca otra cosa’”, cuenta Hernando con una sonrisa, pero al final terminó aceptando.
Luego, al graduarse como diseñador gráfico, viajó a España por una oferta de trabajo y se instaló en San Juan de Alicante. Pero antes de viajar mandó a hacer todo un ajuar de ropa de cuero —desde pantalones y chaquetas, hasta brasieres y bragas— para llevarlo a Europa y así tener algún ingreso adicional. La idea resultó y vendió su mercancía, pero no solo eso, sino que visitó distintos lugares para adultos en Europa, que terminarían por definir su negocio, pues precisamente en uno de ellos conoció a una famosa mistress (mujer dominante) de Barcelona que lo invitó a una mazmorra: un lugar equipado y decorado para la realización de fantasías sexuales sadomasoquistas. “Fue como si me hubieran encendido algún switch. Nada de eso existía en Colombia. Desde ese entonces todo cambió para mí”, confiesa.
Después volvió a Colombia con un negocio en mente, que empezaría al poco tiempo y que coincidiría con otro momento importante en su vida, pues una vez instalado en Bogotá conoció a quien se convertiría en su esposa: “Mis planes cambiaron por una visita rutinaria al odontólogo. Mi mujer me confiesa que jamás se imaginó que fuera a salir conmigo. Yo era de pelo largo y ella era toda una doctora, pero lo gracioso es que duramos seis años de novios, y llevamos trece de casados”.
Aunque hoy en día su esposa suele vestirse de cuero y tiene en su ajuar varias de estas cosas, la asusta el mundo fetish. “Ella conoció esta locura por mí, pero no le gustó —explica Hernando—. Yo organizaba fiestas fetish para reclutar clientela. En esos espacios se baila música electrónica y se ven shows BDSM. En una de esas fiestas había un sujeto que estaba amarrado a una cruz. De repente, este sujeto se zafó de ella y la gente lo empezó a abofetear”. Su esposa lo miró con angustia, pues no entendía que todo era parte del espectáculo. “‘¡Para eso!, Pobrecito, ¡mira cómo le están pegando!’, me decía con cara de pánico”, relata Hernando. “‘Tranquila, él está feliz’, le dije”.
Desde ese entonces, su esposa lo apoya en todo, mas no hace parte de ese mundo en cual se mueve Nando, como suelen llamarlo por cariño. “Ella no opina nada, porque eso es aparte. Este es mi trabajo”, cuenta el sastre.
Hernando también recuerda que al principio de su negocio tuvo dificultades, pues “el problema era que ningún taller me tomaba en serio cuando les contaba en qué consistía mi pedido”. Sin embargo, esa dificultad se convertiría en una oportunidad, pues “un día, un amigo me preguntó que por qué no hacía yo mismo las cosas. Me dijo que sería mucho más fácil e incluso que podría ser más barato”. Sin embargo, como Hernando no contaba con los recursos suficientes para hacerlo, acudió a alguien inesperado, su abuela, y ella fue quien hizo la primera inversión para que él pudiera empezar con el negocio. “Ella, con tal de que yo le ayudara en la casa, no decía nada al respecto. Me prestó la plata para poder comprar todo lo que necesitaba, como las máquinas, el cuero y los herrajes, por ejemplo”, relata el sastre.
FOTO: Oso dominante de peluche. De Sara Rodríguez
Te puede interesar: Moda lenta contra el consumo rápido
El taller
En San Luis, las casas son grandes y antiguas. Sus fachadas son de ladrillo a la vista, tienen puertas grandes de madera, antejardines y tejas de barro; es un barrio tradicional en el que cuesta creer en que allí funcione un taller de costura tan poco convencional.
La casa es bastante amplia, tiene dos pisos, ocho habitaciones y cinco baños. Es la casa donde creció, y donde su madre continúa viviendo. Hernando se encarga de los gastos de la casa, pero esta sigue siendo de ella.
El taller está en un cuarto grande del primer piso. Hay máquinas de coser, mesas de dibujo, hilos y maniquíes, pero también afiches de los after-parties a los que Hernando asistió en los años noventa, al igual que carteles de bandas como Deep Purple y Black Sabbath. Por todas partes se riegan los vestidos eróticos de látex, cuero y vinilo, que parecen convivir con la imagen de Jesucristo, que cuelga al lado del mostrador.
En el taller trabajan cuatro personas, incluyéndolo a él y a su madre, que tiene unos 70 años y se encarga de ayudarle con la costura: une las prendas con la máquina de coser y luego las pasa por la fileteadora para coserle los bordes. Ella confecciona, más que todo, corpiños y encajes, mientras que los demás se encargan de la marroquinería.
En el taller se trabaja paso a paso. Primero está el corte, después la máquina, luego hay que armar y, por último, se hacen los acabados. Es un trabajo bastante manual y por eso las manos de Nando están llenas de cortes debido al uso de todas estas herramientas. Aquí se producen diariamente decenas de prendas y “en una tarde podemos sacar por ejemplo 50 o 60 cockrings [anillos para el pene], pero una chaqueta de cuero puede tardar algunas veces entre un día o un día y medio”, detalla el sastre.
Hernando corta y dobla unas tiras de cuero que pronto serán un arnés con broches y argollas inoxidables. Son medianas y tienen forma de rectángulo. Dobla todos sus extremos y los pega. Luego, rellena los bordes con más cuero y martilla las puntas. “Esto hace que sea más resistente y no se rompa nunca. Esa es la calidad que busca la gente cuando compra artículos como estos”, explica.
Mientras cosen, escuchan rock de los años ochenta y, en algunas ocasiones, música clásica. Trabajan de lunes a viernes, aunque Nando solo va hasta el miércoles, porque se dedica a atender su boutique los tres días restantes de la semana.
Una tienda especializada
Sex Leather es el resultado de muchos años de esfuerzo y perseverancia. Esta marca no solo representa la lujuria y el placer, sino la visión de un joven que logró enfrentarse a la cultura de un país bastante conservador y prejuicioso.
FOTO: Boutique Sex Leather. Tienda especializada en la industria fetish. De Sara Rodríguez
Hasta hace muy poco, Sex Leather era la única fábrica de ropa que creaba atuendos dispuestos y diseñados para la práctica del BDSM en Colombia, pero hoy en día cuenta también con su propia boutique de productos fetish. Esta se encuentra en la carrera séptima con calle 22, en el Centro Comercial Multiséptima, al lado del teatro Jorge Eliecer Gaitán.
Mira más: La tinta entre la piel
Entre peluquerías, restaurantes y locales de ropa, Hernando abrió un espacio para sus creaciones: una tienda de color negro y rojo. Entre los productos que allí se venden hay accesorios como cinturones, collares y chaquetas; pero también aceites, inmovilizadores, máscaras de pet play (para juegos de rol), corseletes, ligueros y hasta jocks (una especie de tanga masculina).
Esta boutique no es solo un sex-shop, pues ese nombre se queda corto a la hora de representar la vastedad de los juegos fetichistas. “Normalmente, los sex‑shop tienen su parte fetichista, pero Sex Leather es especializada en juguetería para el BDSM”, explica Medusa, una de las clientas, quien además es modelo webcam y hace performances en fiestas.
Atendido por su propietario
Santiago, es un estudiante universitario que entra a la boutique para comprar un arnés de cuero. Da la impresión de estar nervioso, incluso su voz parece temblarle. “Cuesta 120.000 pesos”, le dice el sastre.
Con el paso de los minutos, el joven se relaja y termina entrando en confianza. “Mi novio y yo somos muy aventureros, pero apenas estamos aprendiendo. Yo soy el dominante, pero es curioso, porque él es mayor que yo; solo que él siempre tuvo la fantasía de que lo amarraran”, cuenta Santiago mientras ríe.
“Lo que me gustó es que se nota que Hernando sabe de lo que está hablando. Es bueno que le expliquen a uno para qué sirve cada cosa y cómo debería ser utilizada, porque todo esto puede ser muy peligroso si se utiliza mal. Esto no es ningún juego de niños”, aclara el joven.
A la hora de atender, Hernando es muy profesional. Busca siempre que sus clientes se sientan cómodos, para que estos puedan contarle con tranquilidad qué es lo que buscan.
“Yo quiero que tú te veas y te sientas bien, y que después me traigas más gente”, precisa el sastre. “Cuando quieran aprender, vengan, me dicen y hablamos. Yo he dictado charlas y talleres”, les dice a sus clientes para evidenciar su experiencia en el tema, pero también su disposición para hablar acerca de un mundo desconocido y a veces mal juzgado.
Mientras conversamos, llega otro cliente. Es un señor canoso y barbado, de más o menos 55 años. Pregunta por un corpiño para su mujer, pero aclara que ya había venido antes con ella. Después de ver varios modelos, elige uno negro que tiene un cordón en forma de zigzag en la espalda. “Dile a tu mujer que con esto no tiene que usar brasier. El corpiño de por sí le va a realzar el busto e incluso le moldea la cintura”, detalla el sastre. El señor paga con dos billetes de 50.000 pesos, agradece y se va.
La labor de Hernando no solo se limita a lo estético o a la moda, también tiene la capacidad de identificar qué es lo que sus clientes quieren, para así poder satisfacerlos. “Yo no vendo algo solo porque sea bonito, sino porque es seguro de usar”, puntualiza.
Además de su taller y de la boutique, el sastre cuenta con un stand de ropa de cuero en Usaquén. “Este espacio es una tienda de ropa de normal, pero solo abro los domingos”, cuenta. Es algo así como una vida paralela.
FOTO: Máscaras de BDSM y pet play. De Sara Rodríguez
Según cuenta, de allí ha logrado cautivar una buena clientela para su otro negocio, pues dice que las personas que frecuentan ese lugar son muy “pupis”. “Primero, recluto clientes de manera políticamente correcta, y después de haber hablado con ellos, les doy indicios para ver si les gusta o no el otro lado de la ropa de cuero. Les doy una puntadita para ver si responden, pero hay gente que se queda no más con las faldas y las chaquetas”.
Además de las ventas de estos tres negocios, Hernando actualmente exporta una parte de sus productos a Miami, pues en esta ciudad tiene una amiga harlista que le colabora de vez en cuando. Y, adicionalmente, planea abrir una base en Berlín para poder empezar a distribuir en Europa.
“Nosotros somos muy tercermundistas. La gente no cree, pero esto les gusta a muchas personas. Mis clientes van desde personas de la farándula y militares, hasta las mujeres mayores de 65 años”, afirma. “Obvio, no a todos tiene por qué gustarle. Yo creo que el BDSM es como un plato de comida, para algunos será muy provocativo, para otros no”, concluye.
Mita también: Si la moda le incomoda