El tema de la revista número 65 de Directo Bogotá fue 'Una ciudad extraña'. Este fue uno de los artículos de esta edición: En el Cementerio del Sur y en el Parque Villa Mayor de Bogotá, algunos devotos católicos adoptan como sus muertos a los N. N. Aunque no los hayan conocido, les rezan y les llevan ofrendas a cambio de favores.
FOTO: Capturada por Leidi Asprilla e Indira Córdoba
Raúl González inclina su cabeza para leer el librito que tiene entre las manos. Silencio. Está solo, frente a un pabellón blanco con lápidas grises. Son algunas de las 420 tumbas del Cementerio del Sur que albergan a los N. N., los cuerpos no identificados. En algunas lápidas hay grabados de la Virgen María dentro de un corazón o querubines que vuelan, y en otras simplemente un número escrito en el cemento con lapicero o marcador.
Una mujer de unos 35 años llega al pabellón y se cubre la cara con la capucha de su buzo. Va a una lápida en particular y saca un librito: Novena a las benditas almas del purgatorio. Inclina su cabeza y se dispone a leer en voz baja “aquí esforzando cada cual su devoción, pedirá interiormente a Cristo crucificado lo que desea conseguir por medio de esta novena, para sufragio de las Almas del Purgatorio”.
Es lunes. El Cementerio del Sur recibe cada inicio de semana a los devotos católicos que van a rezarles a las almas benditas en los tres pabellones que tiene destinados para los N. N. Los visitantes van a pedirles favores porque dicen que conceden todo lo que se les encargue mientras se tenga fe en ellas. Raúl González se encomienda casi todos los días. “La EPS me va a dejar morir con mi inconveniente, por eso pido salud y protección, para que las almas benditas me acompañen”, dice luego de terminar sus oraciones.
Cada persona se dispone a iniciar su oración íntima. Cierran los ojos y algunos ponen su mano en la lápida, mientras leen entre dientes “aquí esforzando cada cual su devoción, pedirá interiormente a Cristo crucificado lo que desea conseguir por medio de esta novena para sufragio de las almas del Purgatorio”.
FOTO: Capturada por Leidi Asprilla e Indira Córdoba
Sin necesidad de sacerdotes, música ni templos, cada individuo se dispone a rezar a las almas. Es un escenario de solemnidad y reverencia, como una misa dominical. Solo se oye el murmullo de las oraciones, se observa cada individuo con sus ojos cerrados; algunos, tocan la lápida con una mano, mientras con la otra intentan espantar las moscas que, al parecer, también son fieles devotas de las almas.
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Al parecer, la denominación “N. N.” proviene del latín nomen nescio, que significa nombre desconocido, que coincide con el inglés no name. Según el Instituto de Medicina Legal, hay alrededor de 200.000 N. N. en los cementerios de todo el país. En Bogotá, el Cementerio del Sur los recibió desde 1994 hasta 2011 y después el Cementerio de Serafín, ubicado en el barrio Mochuelo, en Ciudad Bolívar, pasó a adoptarlos.
Los cuerpos no identificados corresponden, en la mayoría de los casos, a personas que murieron de manera trágica: suicidios, homicidios, accidentes de tránsito o víctimas del conflicto armado y de desaparición forzada. Hasta finales del 2018, se tenía la cifra de que más de un 80 % de los cuerpos sin identificar estaban en cementerios legales, aunque también hasta ese mismo año estaban registradas 5.547 fosas comunes. Antioquia, Magdalena y Putumayo son los tres departamentos que albergan la mayor cantidad de fosas comunes, lo que se relaciona también con las altas cifras de víctimas en esos territorios por causa del conflicto.
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Los N.N no tuvieron funeral ni dolientes, no hubo llamadas que anunciaran su muerte, no hubo reuniones familiares, ninguna boca pronunció “mi sentido pésame”, tampoco cayeron lágrimas ni hubo velas o funerarias. Nada de eso pasó porque no tenían nombre. “N. N. masculino” o “N. N. femenino” es lo que puede leerse en las lápidas de los cementerios, además del número de identificación del cadáver, conocido como protocolo
En unas urnas descansan pies, manos y hasta cráneos. A pesar de que la resolución 5194 de 2010 del Ministerio de Salud dicte que “los restos óseos, humanos y cadáveres de personas no identificadas (N. N.) e identificados y no reclamados, serán inhumados de manera individualizada”. Una investigación de la Universidad Nacional concluyó que en un solo espacio en el Cementerio del Sur puede haber restos de hasta 25 personas. Estas son tumbas con delirios de fosa.
A menos de que un familiar aparezca, esos restos descansan eternamente en los pabellones a la espera de que un devoto los escoja y los adopte. Y allí es donde ha surgido una tradición que se comparte con otros lugares que han sido azotados por el conflicto, como Puerto Berrío (Antioquia), donde decenas de personas adoptan muertos desconocidos.
Aquí en Bogotá –como en Puerto Berrío–, los devotos les rezan y los acogen como suyos para que “encuentren la luz”, a cambio de que las almas les cumplan sus favores, en una especie de transacción espiritual.
El cementerio le da un papel a cada creyente con el que autoriza la apropiación de la urna a quien decida adoptar algún muerto sin dolientes: para adoptar un muerto solo se tiene que estar vivo. “Uno les pide un favorcito a las almas y si se lo cumplen, uno le pone una lápida en acción de gracias por el favor. Claro, si uno tiene plata pa’ponerla”,explica Raúl González, que tiene toda su fe en que sus peticiones serán cumplidas.
En el cementerio hay muertos que no tienen lápida, a veces tienen un número o el nombre de quien los acogió. Otros, que ya han cumplido peticiones, tienen una lápida gris con la inscripción “Acción de gracias a las benditas Almas por los favores recibidos” –que es la manera en que el creyente agradece el favor recibido– y la identificación de si es N. N. masculino o femenino. En ocasiones también se especifica la parte del cuerpo que yace guardada dentro.
Las marmolerías que se encuentran a las afueras del cementerio fabrican las lápidas. Los precios comienzan en $120.000 pesos y van subiendo según la calidad que se busque para expresar el agradecimiento: mármol blanco, en relieve o gris. Este último es el más usado para los N. N.
El sacerdote Luis Peñuela, capellán del Cementerio del Sur, dice que más allá de rezarle a alguien desconocido, esta práctica consiste en un acto de fe. Los creyentes les entregan sus peticiones esperando que sean respondidas. Hasta quienes van a cometer alguna fechoría se encomiendan a ellos. “Aquí estamos en el sur. Los bandidos vienen y les rezan a las almas benditas para que les vaya bien en sus asuntos”, explica el padre Luis.
FOTO: Los lunes los creyentes les rezan a las almas del purgatorio y se ofrecen misas
Por eso el pabellón de los N. N. podría ser un lugar de reencuentro. Algunos victimarios puede que pasen por la tumba de su víctima sin darse por enterados. Según dicen quienes les rezan, las almas benditas conceden lo que se pida, lo único que se debe hacer es tener fe.
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En una fotografía en blanco y negro hay dos hombres que cargan una camilla con un cuerpo lleno de moretones. Se ven huecos cavados en el suelo y algunas cruces entre los espesos matorrales que decoran el lugar. Es la fosa común que se destinó en el Cementerio del Sur. Esos cadáveres, según el reportero holandés Jan Thielen, que presenció la escena en enero de 1986 junto a su compañero, el fotógrafo Harry van der Aart, fueron lanzados desde dos vehículos que también arrojaron huesos calcinados. “Son los hijueputas del Palacio”, le dijo a Thielen uno de los que participaban en la operación.
De la edición 64: El sastre de las mazmorras
Ese lugar que antes fue una fosa común, ahora es el Parque Villa Mayor –ubicado justo enfrente del Cementerio del Sur–, que abarca desde la autopista Sur con calle 34 Sur hasta la carrera 30 con diagonal 32 Sur. Ahora aquí hay rodaderos y pasamanos, y se ven perros corriendo y niños montando bicicleta. Dentro del parque, en una pared, hay placas que aún se conservan de la antigua fosa común. “Acción de gracias a las benditas almas”, se puede leer en algunas. En el suelo tienen un adorno de flores blancas con un moño del mismo color y cartas de los devotos que van a pedirles favores. “Antes nos tocaba aguantarnos los olores terribles de los cuerpos que estaban ahí enterrados. Hoy en día hay un parque bien lindo y la gente va a la misa a rezarles a las almas benditas”, cuenta Carmen, una vecina del sector.
FOTO: Lápidas de la antigua fosa común.
Cuando anochece, las personas empiezan a congregarse en la entrada del parque, por la carrera 30. Hay vendedores que ofrecen bolsas de agua, paquetes de velas, denarios y rosarios. “Bolsas de agua a $300, velas a $1000 y $2000 el paquete. Los denarios y rosarios son a $3.000 y $3.500”, anuncia una vendedora mientras la gente empieza a juntarse. Se suman decenas de personas que vienen a cumplir un compromiso con aquellos que murieron hace tantos años, decenas que no adoptaron a los fallecidos desconocidos en el cementerio, pero que creen en su poder milagroso.
Son las siete de la noche, y luego de escoger el paquete de velas de colores, las personas las prenden y se arrodillan, creyendo que las benditas almas se disponen a escuchar sus súplicas. “Bienvenidos a la eucaristía por las almas benditas del purgatorio”, anuncia el padre Darío, quien tiene una urna al frente donde sus fieles depositan papeles con peticiones para la ceremonia de hoy.
“Por el alma de Teresa Pérez, que descanse en paz; por la libertad de Jeison Ramos, quien está preso injustamente; por la salud de Brayan, quien fue apuñalado y por la libertad de todas las almas que siguen penando”, lee el padre mientras va sacando una por una de la caja. Los devotos están concentrados en la ceremonia, llenos de fe en que sus peticiones serán escuchadas.
—Nosotros venimos desde el primer lunes de enero. Es una meta familiar. Cada lunes sin falta —cuenta una joven de aproximadamente 20 años.
—¿Para qué?
—Uno les reza por deseos de uno. Lo que uno quiera. Además, uno también va para allá…
Hay dos mesas de lata, similares a un asador, donde cada persona pone su vela. La reja del parque se va llenando paulatinamente de bolsas de agua que los devotos cuelgan. Agua y velas. La primera, explica el padre, es porque las almas benditas tienen sed, pues el purgatorio es un horno parecido al infierno, y las segundas, para darles luz, porque están en completa oscuridad. Al día siguiente, esa misma reja se encontrará llena de las bolsas colgadas, pero ya vacías, porque las almas las han bebido, según dicen los creyentes.
Lo que antes era un camposanto, a pesar de cambiar de apariencia, sigue teniendo esa imagen para los devotos como el lugar donde yacen almas que aún no han encontrado la luz y por eso deben resarcirse cumpliendo peticiones. Entre bolsas de agua, lápidas y favores, los cuerpos no identificados en Bogotá encuentran identidad y dolientes, familias que los adoptan, velas en honor de ellos, flores para adornarlos y rezos para adorarlos.
Para algunos es tradición. Para otros, compasión por aquellas almas que penan y no han descansado en paz. Algunos policías que hay alrededor también encienden su vela, rezan por los favores pedidos y, después de cumplir su ritual, se acercan a la orilla de la calle y empiezan a poner comparendos a los carros mal parqueados.
Aquí todos se mezclan en el fervor. Los bandidos pasan por inocentes entre velas y rosarios. Aquí hay corruptos y honestos, pobres y ricos, madres, hijos y abuelos. Todos pertenecen a un mismo grupo: los que creen en las benditas almas del purgatorio. Los que les rezan a aquellos que perdieron sus nombres.
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