Por: Daniela Becerra Méndez // Redacción Directo Bogotá
A propósito de las declaraciones recientes de la JEP, Directo Bogotá decidió compartir el testimonio del líder campesino Miguel Ángel González Huepa. Igual que la de muchos, su historia, que es también la de su hijo asesinado y presentado como guerrillero, se esconde detrás de las alarmantes cifras de falsos positivos que se han ido revelando.
Miguel Ángel González Huepa, o Huepita (como todos sus conocidos lo llaman), es un hombre campesino nacido en Tolima. Por problemas de desplazamiento forzado, debido a la guerra de los partidos tradicionales de la época, tuvo que irse a La Macarena (Meta), donde terminó de estudiar e inició a trabajar en las juntas comunales, iniciando su labor social. Huepita cuenta que en 1985, aproximadamente, hubo una negociación entre la guerrilla de las FARC y el Gobierno, de cuyo desenlace surge el nuevo partido Unión Patriótica. Huepita integró sus filas desde muy joven, y, debido a esto, empezó a tener problemas de seguridad en la Macarena —para esa época ya tenía hijos y se preocupaba por el bienestar de toda su familia—, donde vivió hasta sus 35 años. Gracias a la amnistía internacional, fueron trasladados hasta Norte de Santander.
Una vez allí, Huepita deseó un lugar en el campo donde producir la tierra. Con la ayuda de Corporación Regional para los Derechos Humanos (CREDHOS), fundación defensora de los derechos humanos, logró continuar su trabajo social en el campo. En 1994, ingresó al concejo municipal en Yondó, fungiendo como concejal desde 1995 hasta 1997. Sin embargo, su trabajo fuerte inició en 1996 con la fundación de la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra (ACVC).
En 2008, Huepita y cinco miembros de la ACVC fueron capturados y recluidos en la cárcel de Bucaramanga —algo que Huepita cataloga como una violación a los derechos humanos y un escalamiento de persecución—. Este episodio inició realmente en 2002, y durante esos seis años vivieron la persecución tanto por parte del Estado como de grupos paramilitares. Muchos compañeros, líderes campesinos, fueron asesinados.
Aunque su trabajo ha consistido en la defensa de los derechos humanos, fueron acusados por falsos testigos de ser miembros de las FARC-EP; esto los hizo perder su libertad. Meses después, fueron liberados cuatro de sus compañeros, pero Huepita y su compañero Andrés Gil tuvieron que esperar más tiempo, hasta junio de 2009. Cuando fue liberado, continuó con su proceso y aún sigue trabajando por los derechos humanos.
Como parte de esta persecución contra líderes campesinos como Huepita, le ocurrió algo a su hijo Miguel Ángel González Gutiérrez, miembro de la Corporación Acción Humanitaria por la Convivencia y la Paz del Nordeste Antioqueño (CAHUCOPANA). Este fue asesinado el 27 de enero de 2008 por el batallón Calibío de la 14ª brigada de la séptima división del Ejército Nacional de Colombia, so pretexto de un enfrentamiento. Era otro falso positivo. Y había sido el mismo batallón Calibío el encargado de capturar a Huepita
Miguel Ángel nació el 17 de febrero de 1984, y a sus siete años de edad llegó a Norte de Santander junto con sus padres. Era un campesino reconocido en la región por su trabajo social y también por su excelencia como padre de familia. Como dejó a su esposa con dos hijos pequeños, fue ella quien hizo la primera denuncia a través de la Corporación Regional para los Derechos Humanos (CREDHOS) en la Procuraduría Provincial de Barrancabermeja.
El día de la captura de Huepita, el 19 de enero de 2008, Miguel Ángel se encontraba con él en una reunión de la junta de acción comunal de la vereda Puerto Nuevo Ité. El ejército llegó al caserío con Jesús María Piñeres, un civil vestido de soldado, quien repetitivamente había amenazado de muerte a varios campesinos del nordeste antioqueño. Como Miguel Ángel había denunciado a este sujeto y al batallón Calibío ante el teniente Chavarría por sus múltiples violaciones a los derechos humanos, Huepita fue capturado; Miguel Ángel fue dejado en libertad, pues no tenía orden de captura, y ocho días después fue asesinado.
Según la narración de Huepita, los hechos ocurrieron entre las 5:30 y las 7 p. m., en la vereda Puerto Nuevo Ité del municipio de Remedios (Antioquia). Se escucharon unos tiros y la mañana siguiente fue levantada una bolsa en un helicóptero, pero los habitantes de la población no sabían quién había sido asesinado y les daba miedo ir a mirar. Recuenta en su testimonio:
“Resulta que otro señor salió hacia la vereda a encontrarse con el hijo mío, Miguel Ángel Gonzales Gutiérrez, que venía bajando, cerca al sitio donde fue capturado. Y el muchacho que iba subiendo, que se llama Manuel, uno de los testigos, él le dijo [sic]: «Mire que por allí hay como ejército. Mire esta pañoleta que me encontré de ellos». Y como a mí me habían capturado hace [sic] unos días, el 19 de enero del mismo mes, ahí mismo en la cooperativa, entonces él traía el Avantel mío, un celular de la mamá. Él siempre se vio [sic] montado en una yegua que tenía; venía de cerrar arriba en la finca donde tenía la señora y los niños. Venía en una yegua, en un apero de cargar madera; no en una silla, sino en un apero”.
Según las comisiones que fueron a evaluar los acontecimientos, fue cerca al caserío donde lo raptaron; además, se informó que el cuerpo tenía signos de tortura. En horas de la tarde del siguiente día, llegaron al caserío unos niños, hermanos de la esposa de Miguel Ángel. Cuando preguntaron por Miguel Ángel, que no había vuelto a la finca, la comunidad del caserío concluyó que se trataba del hijo de Huepita: aquel que se habían llevado la noche anterior.
Cuando asesinaron a su hijo, Huepita se encontraba en la cárcel; no pudo verlo de ninguna manera. Andrés Gil, uno de sus compañeros más cercanos y también recluido, le dio la noticia. Gil relata que para que contestara solo tuvo que decirle: “Tengo malas noticias, es sobre Galo”. Y Huepita contestó: “Esos hijueputas me lo mataron, ¿cierto?”, a lo que Víctor contestó afirmativamente. Huepita se recostó en el camarote y rompió en llanto. Miguel Ángel o Galo, como le decían sus allegados, llevaba años trabajando por los derechos humanos. Él y su padre eran víctimas de la persecución, y por esta razón lastimosamente su muerte no fue una sorpresa.
Huepita afirma que en Colombia todo el que defiende los derechos de las comunidades, los territorios, el medio ambiente y todo lo que tiene que ver con el derecho a la vida es encasillado y lo ponen en el lugar del terrorista. Ni siquiera del guerrillero, sino del terrorista; a esto se refiere Huepita cuando habla de persecuciones políticas hacia las organizaciones. Para poderlas acabar, por ejemplo, decían que los miembros de la ACVC eran en su totalidad guerrilleros, pero no es cierto. A ninguno lograron comprobarle dichas acusaciones y por eso quedaron libres.
Miguel Ángel González Gutiérrez fue sepultado en Puerto Berrío como NN, y cuando iniciaron las investigaciones, al examinar el cuerpo, afirmaron que sí era él. Así, se comprobó que había sido un asesinato extrajudicial, pues Miguel Ángel no tenía relación alguna con el grupo armado las FARC, a pesar de haber sido declarado muerto en combate como comandante de ese grupo. La denuncia y todo el proceso fueron llevados por Cahucopana. Huepita cuenta que desde la fecha hasta la actualidad, los familiares han ido en repetidas ocasiones a la Fiscalía, pero que el proceso sigue dando vueltas.
Lo último que le informaron a Huepita es que el caso de su hijo pasaría a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, pero eso ya fue hace cinco años aproximadamente. Huepita expresa su inconformidad con la negligencia que hay, pues, a pesar de las diversas investigaciones y de las pruebas recogidas, aún no hay aceptación por parte del ejército ni justicia para la familia.
También nos cuenta que fue a la JEP, donde hubo una reunión de víctimas del conflicto armado colombiano. Allí le entregaron diversos formatos para lograr averiguar si los culpables de los falsos positivos ya estaban respondiendo ante la ley o no. A Huepita ya le dieron respuesta: el teniente Chavarría sí habló con la JEP, pero aparentemente esto no tiene mucha fuerza. Que aun los culpables materiales no estén condenados no es lo que más le duele, ya que estos jóvenes seguían órdenes y se sentían obligados por las circunstancias económicas, sino que, para él, también es importante buscar a los culpables intelectuales. Si existiera una ley justa, los miembros del Gobierno de ese entonces, los que ofrecían recompensas por asesinar civiles, también deberían pagar, así como el teniente Chavarría.
Quienes le preocupan ahora son sus nietos Edwin Miguel y Darwin Miguel, quienes tenían cuatro años y cuatro meses, respectivamente, cuando su padre fue asesinado. Huepita quisiera que ellos recibieran una remuneración para poder tener un mejor futuro. Además recalca que lo más importante es la no repetición, que ninguna familia vuelva a vivir este dolor. Aunque Huepita tiene sus reparos sobre el proceso de paz, ya que siente que quieren hacer un borrón y cuenta nueva olvidando el dolor de las víctimas, prefiere no criticar mucho dicho proceso, ya que aún no ha terminado.
Huepita quiere difundir el mensaje de que el pueblo necesita reparación y no repetición, sin importar quien haya cometido los hechos; él anhela que no haya impunidad. Su verdadero deseo es que se haga justicia no solo para él, sino para todas las víctimas del conflicto armado colombiano.
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