Fernán Fortich // Periodismo Cultural
Tras dos años, emprendedores y artistas del sector cultural miran aún con recelo la economía naranja. Y para toda Colombia sigue siendo un misterio: a pesar de que el Gobierno haya invertido en ella más de 4 billones de pesos, sus prácticas, implicaciones y resultados no son claros.
A pesar de que, según el DANE, a principios de año las economías naranjas representaban 2, 68% del PIB en Colombia, el mismo ente señaló que el 78, 6% de los trabajadores de dichos sectores tiene un contrato temporal, y que el 74,3 % no realizan aportes en salud ni en pensión. En otras palabras, el grueso de los trabajadores de la economía naranja no tienen su sostenibilidad asegurada ni en el corto ni en el largo plazo.
Este es el panorama desconcertante en el que se encuentran los emprendedores de la cultura. Inscritos en un modelo económico que genera incredulidad y recelo, aún tienen la necesidad de integrarse a la economía para asegurar su sostenibilidad.
Desconexión Naranja
“Continúa siendo algo de lo mismo: las mismas limitaciones y los mismos organizadores, y todo esto [resulta] en [que sea] algo poco probable experimentar con los artistas o grupos culturales emergentes”, expresa, algo pesimista, Yadira Galeano. Ella es la gerente general y cofundadora de Star Arsis, una disquera independiente colombiana. El pensamiento de Galeano representa un malestar generalizado del sector de la cultura sobre la desconexión de la economía naranja con sus necesidades.
Desde su concepción, esta política de gobierno ha tendido a beneficiar a artistas ya establecidos. Uno de los primeros actos oficiales del Gobierno en apoyo al sector naranja fue la controversial reunión con Maluma, con motivo de auspiciar la fundación de su hermana. Este hecho ocurrió durante un periodo de protestas estudiantiles. Después, en una conferencia realizada el año pasado, se mostraron proyectos exitosos de la economía naranja: se trataba de hazañas logradas por marcas colombianas ya famosas de joyería y de moda, como la de Jorge Duque, diseñador reconocido internacionalmente.
La exención tributaria es otro de los pilares de esta política cultural para impulsar las industrias creativas, y también es otro de los puntos que aparece como desconectado de la realidad del sector. “Todos los contadores nos dicen: «¿De qué están hablando? Ustedes nunca van a pagar renta, porque sus empresas siempre van a quedar en ceros. Ustedes no están generando utilidades»”, dice, entre risas, Consuelo Castillo. Ella es la exdirectora de cinematografía del Ministerio de Cultura y ahora directora de DOC:CO, agencia de promoción de cine colombiana.
Con la pandemia de la covid-19, la mayoría de los subsidios que propone el gobierno para la economía naranja son iguales que para los otros sectores de la economía. Estos requieren un nivel alto de formalización, un cierto número de trabajadores y el pago de todas las prestaciones sociales. “¿Qué empresa [cultural] en este país puede contratar a gente con todo esto?”, se pregunta Castillo, que llegó a tener una nómina de cinco productores, y ahora solo tiene uno. Según el DANE, el 34,7 % de trabajadores del sector naranja ha perdido su trabajo después de la pandemia.
Entre las convocatorias y las inversiones
En 2020, el Gobierno anunció que se entregarían 9000 millones de pesos en convocatorias y premios a través del Programa Nacional de Estímulos. Estos concursos públicos significan las ventanas de acceso para muchos artistas y empresas para poder realizar sus producciones. Sin embargo, estas formas de financiación no generan una estabilidad duradera para el sector.
“Las convocatorias no permiten que los espacios culturales puedan funcionar de manera permanente”, explica Fabian Velandia, director ejecutivo del Teatro Libre, de Bogotá. “En el caso de nosotros, la programación se nos incrementa en 200% cuando tenemos un proyecto. Pero cuando no, es muy difícil mantener la sala”. Y a esto agrega: “A uno le dan un premio, pero es un poco venderle el alma durante un momento al Gobierno. Toca hacer lo que ellos pidan”.
La otra forma de financiación que promueve la economía naranja es la inversión extranjera. Uno de los sectores con más inversión en 2019 fue el cine, con cerca de 49 000 millones de pesos. Esto es resultado de que el país tenga más de 70 festivales de cine y cuente con eventos como el Bogotá Audiovisual Market. Sin embargo, la inversión extranjera favorece a los grandes actores que aseguran la rentabilidad, pero no la diversidad de contenidos.
El sueño naranja
El concepto de una “economía creativa” fue acuñado por el britanico John Hoswkins en 2001. Su intención era exponer el potencial mercado y sus posibles beneficios, basados en las ideas y el conocimiento. Según él, las industrias culturales hacen parte de una nueva kreatópolis o imperio de la mente, en el que es fundamental un sistema de educación eficiente y un contexto de diversidad cultural.
En octubre de 2013, la división cultural del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) retomó esta idea y le dio una nueva presentación. La economía naranja: una oportunidad infinita es el nombre del manual y del proyecto presentados por Iván Duque, quien entonces trabajaba para la entidad. Lo anaranjado de esta economía obedece a la asociación del color con la cultura, la creatividad y la identidad.
La transformación de esta idea en política pública ocurrió en Colombia en 2017, con la Ley Naranja. Un año después, bajo esta bandera, unos de sus coautores se posesionó como el presidente de la cuarta economía de Latinoamérica; el otro, Felipe Buitrago, se convertiría en uno de los viceministros de la cartera de Cultura en el país. Durante el Foromic 2018, un evento del BID, el nuevo presidente lo resumió así: “Tenemos reservas de petróleo para menos de siete años, pero reservas inagotables de creatividad”.
La cultura pasó entonces a ser un bien en Colombia, como los hidrocarburos o el café, bajo el rótulo de “industrias creativas”. En la actualidad este proyecto está en manos del Viceministerio de Creatividad y Economía Naranja, parte del Ministerio de Cultura. La apuesta del gobierno Duque es que la economía naranja represente más del 6 % del PIB nacional; es decir, duplicar el actual para 2022.
Confusión naranja
Uno de los principales retos que enfrenta la economía naranja es expresarles a los colombianos algo fundamental: de qué se trata. Respecto a la economía naranja, se habla indistintamente de ella como modelo económico y, al mismo tiempo, como política cultural. Y no son lo mismo. Es por esto que el objetivo de la economía naranja, ese de crear posibilidades de negocio en el sector cultural, se le ha otorgado al Ministerio de Cultura.
¿No se trata acaso de una tarea más adecuada para el Ministerio de Comercio o las cámaras colombianas de comercio? “Para ser exitosas, las política públicas necesitan de la apropiación de la sociedad, pues ella [es] la usuaria y beneficiaria. Si no las entiende, no las usa y no logra beneficiarse de sus bondades”, expresa Luis Eduardo Arango, exdirector de Crédito Público, en una columna sobre las limitaciones de esta política.
Un panorama policromático
Tras dos años de esta política cultural, los emprendedores la califican aún como una cortina de humo que está más en la agenda gubernamental que en la realidad práctica. Si bien en este tiempo se crearon el 19,1 % de microempresas, estas han tenido pérdidas de 5,2 billones en el sector cultural debido a la pandemia. No es claro el futuro de este reglón de la economía.
La cultura siempre ha sido una actividad reconocida por la resiliencia y pasión de aquellos que se dedican a ella y que, con estas cualidades, la preservan. Este análisis de la economía naranja nos invita a preguntarnos si esto debe seguir siendo así. En el panorama mundial, las economías creativas se encuentran en el centro de las agendas gubernamentales, y en la última convención de la UNESCO las industrias culturales fueron el tema central.
Algunos países, entre los que destaca Corea del Sur, han avanzado en este tema. Con la aparición de un género musical antes desconocido, el k-pop, se generaron más de 500 millones de dólares el año pasado. A esto se le suma el crecimiento del cine surcoreano, con grandes éxitos como Parásito, que generó 264 millones de dólares en taquilla mundialmente. Y esto demuestra que la oportunidad existe: es posible hacer cultura y vivir de ella. No todo tiene que ser naranja, pero mejor un algún color que ninguno.
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