La ‘política’ monetaria de la Iglesia católica ha generado opiniones divididas desde sus inicios; algunos piensan que están aportando a la casa de Dios, otros que es una mercantilización de la fe. Laura Rodríguez retrató para Directo Bogotá el evento Desierto de Amor Santo y Divino; un retiro espiritual al que se puede asistir si se paga.
FOTO: Feligreses en oración.
La religión es un fenómeno social que se basa en el hecho antropológico de que los seres humanos en ocasiones no toleramos las dificultades de la existencia, es por esta razón que, sea o no real, creamos un ser superior o creemos que hay razones ajenas a nosotros que guiarán nuestro destino y mejorarán o no nuestros problemas si creemos en ellos y se lo pedimos.
Han habido milagros inexplicables, cosas que como decimos “solo pueden ser obra de Dios”, pero estoy segura de que así como Jesús sacó a los doctores del templo cuando vio que habían transformado el templo de su padre en un negocio y un mercado, no estaría de acuerdo en muchas de las cosas que hoy en día y a lo largo de la historia ha hecho la Iglesia católica.
Si hay algo que mueve, es la fe, y es esta la razón por la que la Iglesia católica se ha aprovechado en muchas ocasiones de sus fieles, haciéndoles pagar por inspiraciones divinas, por asistir a un fin de semana de encuentro con Dios, y han transformado a algunos de sus monjes en casi que ídolos para muchos.
Es absurdo tener que pagar 200.000 pesos por pasar un fin de semana en un convento o en una casa campestre en un retiro espiritual o en un Desierto de Amor (oración). Apelando a los votos de pobreza que la Iglesia establece para sus servidores, el lugar no es lujoso, el costo no incluye transporte, aún cuando este tipo de experiencias se realizan a las afueras de la ciudad, las comidas son buenas, pero no involucran un mayor costo, y el gasto en papelería no es mayor. Es por esto que se hace necesario el factor publicitario, el voz a voz, narrar experiencias milagrosas que hagan creer a la gente que una persona o un lugar es el que hace los milagros, cuando es Dios.
Muchas personas asistieron al Desierto de Amor Santo y Divino, un retiro espiritual, en el que así como Jesús se retiró 40 días en el desierto para tener un encuentro con su padre, este constó de rezar cinco rosarios por día, una coronilla, una eucaristía, una procesión y varias conferencias en donde los asistentes se comprometían, delante de símbolos sagrados, a realizar determinado ritual religioso del cual se podría encontrar su paso a paso en un libro que podían conseguir en una tienda improvisada de libros y artículos religiosos que los mismos organizadores del evento, la comunidad de Siervos Reparadores de los Sagrados Corazones, colocaron justo al lado de donde entregaban el refrigerio.
Rezar el rosario, orar, entrar en contacto con Dios, tener espacios de oración en comunidad y de servicio, deberían ser el placer y el día a día de un católico, pero no se debería tener que pagar por esto. Ni tampoco deberíamos esperar un milagro de una persona, sino de Dios, el único que todo lo puede; no obstante, estas prácticas se olvidan en la Iglesia católica cuando esta se convierte en un negocio. La Iglesia somos cada uno de los devotos de la religión, no es ni un lugar, ni un padre, ni una monja, somos nosotros y, como iglesia, somos nosotros mismos quienes debemos exigir el retorno de la Iglesia a la fe y no al negocio.
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