San Bernardo es un pueblo de Cundinamarca donde los cuerpos se transforman naturalmente en momias. Aquí los animales son más longevos; los alimentos, más frescos, y los muertos, más vivos.
FOTO: Ejemplar del Museo de Momias.
El cabello se le está cayendo a Saturnina: la mayor parte de su cabeza está calva. Cuando llegó, tenía sus dos trenzas bien tejidas; ahora parece tener una enmarañada peluca castaño oscuro. Sus uñas ahora se ven cafés y se salen de sus dedos aún regordetes, pero están empezando a secarse. Las manos son blancas, pálidas, ya no tiene sangre que corra por su cuerpo. Falleció a los 76 años y lleva dentro de una caja de cristal 25 años. Las personas solo se inclinan a mirarla y se van a ver a sus otros compañeros del museo.
Saturnina Torres hace parte de la colección del Museo de las Momias que está en San Bernardo, Cundinamarca, un municipio donde los muertos se momifican naturalmente. En 1963 apareció la primera momia, Florentina Gutiérrez de Cruz. Desde ese momento las momias hacen parte del patrimonio cultural, científico y religioso de los sanbernardinos. Tanto así, que mientras las familias están reunidas frente a la sepultura de sus seres queridos observando la exhumación, deciden si ese cuerpo es un posible candidato para ser momificado y puesto en exhibición, o si sus restos serán fragmentados y llevados a un osario.
En condiciones normales, una persona es sepultada y a los tres días se empieza a descomponer. Después de cuatro meses el nivel de putrefacción del cuerpo es muy alto, y pasado el año, la piel se desprende. Por ley, a los cuatros años se exhuma el cuerpo y se espera que en el ataúd reposen únicamente los huesos.
FOTO: Cementerio de San Bernardo.
Para un habitante de San Bernardo este proceso es totalmente diferente. Su cuerpo es sepultado, y a los cuatro años de la exhumación se encuentra increíblemente conservado, como si el tiempo hubiera hecho una alianza con la muerte. En ocasiones se han descompuesto tan poco que se entierran mínimo por dos años más.
Luego de la nueva exhumación es común encontrarse con cuerpos que después de varios años de enterrados continúan expulsando rastros de agua y sangre de las pequeñas heridas de su piel. El proceso de conservación es tal, que el 20 % de los muertos del municipio son momificados. Aun así, las familias siguen prefiriendo la cremación, una opción que resulta menos dolorosa.
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En la plaza de San Bernardo está la iglesia, pintada toda de color crema. En la punta del campanario hay una cruz de más de dos metros. Adentro, en la puerta del atrio, hay un cartel blanco escrito a mano que dice “Museo de las Momias de San Bernardo” y da la bienvenida a los visitantes. Cerca de esa puerta hay un escritorio, el de Rocío Vergara, la guía turística del Museo.
FOTO: Iglesia de San Bernardo.
El salón es pequeño, lo divide una sábana blanca colgada desde el techo, como una cortina. En las paredes hay pendones colgados con mensajes como “Si conocemos más la muerte, no nos desvelaremos más por huir de ella y ocultarla”. Del otro lado de la sábana están las urnas de vidrio donde reposan las momias, ordenadas una al lado de la otra, lo cual permite observarlas sin que estén expuestas al medio ambiente. La parte superior de estos cajones de cristal es mate, para obligar a los visitantes a inclinarse y así verlas detalladamente por los costados. Rocío dice que “haciendo una venia o reverencia, se muestra respeto, porque antes de ser momias fueron seres humanos”. Además, así se evita que la luz llegue directamente y acelere la descomposición.
En el museo hay 14 cuerpos, el único que no tuvo muerte natural fue el de Jorge Cruz, ‘el Científico’, como le decían sus amigos. Lleva 12 años exhibido y aún conserva parte de sus ojos, algunos dientes, pestañas, cejas, barba, músculos de brazos y piernas, uñas e incluso las huellas de la planta de sus pies. Falleció por una herida con arma blanca en el pecho que recibió cuando deambulaba como habitante de calle en El Cartucho. Durante ocho meses permaneció como NN en una fosa común. Su hija Joyce y su familia lo encontraron. Lo trasladaron al municipio y allí lo sepultaron. Cuando lo exhumaron, cuatro años después, su cuerpo aún estaba intacto. Así clasificó para la colección del museo.
FOTO: Interior iglesia de San Bernardo.
Las urnas de cristal también contienen niños y niñas que fallecieron entre los tres meses y los cuatro años. Son unas de las momias más antiguas. Tienen alrededor de 50 años de haber muerto y 40 de estar en exhibición. La ropa está intacta, es la misma del día que fallecieron. Estos cuerpos son especiales porque actualmente no se realizan exhumaciones a bebés, pues en ellos no se encuentran los huesos totalmente formados y por eso son sepultados a perpetuidad.
El museo se ubica temporalmente debajo del atrio de la iglesia, por la remodelación del cementerio y la construcción del nuevo mausoleo. Ha tenido tal trascendencia que ahora representa un incentivo para el desarrollo del municipio. La entrada cuesta $3.000 pesos y a pesar de parecer poco, le ha traído beneficios a la economía del pueblo. Tan solo en el 2018 fue visitado por cerca de 25.000 personas.
Con la restauración del museo, el alcalde del Municipio, Libardo Morales, quiere que sus habitantes se apropien mejor de este espacio y aumente la visita de los turistas, especialmente los extranjeros. “Ese es el objetivo: dejarlo bien presentado, dejarlo atractivo. Que no lo dejemos como una cosa abandonada, para que así mismo la comunidad o quienes tienen su ser querido allí como momia, se sientan un poquito halagados”, explica el alcalde.
Este aumento en el número de turistas podría ayudar a financiar la limpieza que requieren las momias cada año para su conservación. Hace más de trece años que no se realiza y por eso los cuerpos empiezan a deteriorarse más rápido. Los hongos se perciben a simple vista en forma de coloraciones oscuras en la piel. Algunas universidades, como el Externado, han donado urnas en las que reposan las momias hoy exhibidas.
FOTO: Manos de cadáver momificado.
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En el Antiguo Egipto, las momias no reposaban en urnas de cristal, sino en sarcófagos de metal, piedra caliza o yeso. El proceso de momificación se realizaba a orillas del río Nilo, donde los embalsamadores ponían el cuerpo en una mesa de madera o piedra y procedían a lavarlo para luego sacarle los órganos. Después lo cubrían con natrón, una sal que deshidrataba el cuerpo, y pasados unos días lo llenaban con aserrín, le ponían aceites y lo vendaban. En San Bernardo no ocurre nada de esto.
William Moreno, antropólogo y forense colombiano, explica que la arquitectura del cementerio del pueblo, llamado José Arquímedes Castro, puede ser la razón: “En el cementerio hay como un microclima que facilita la conservación de estos cuerpos, y se ubica en una pendiente que hace que la mayoría de las bóvedas estén semienterradas y la temperatura de conservación sea constante”.
San Bernardo abarca zonas que van desde 1.600 hasta 3.000 metros sobre el nivel del mar. Este municipio situado a tres horas de Bogotá consta de 24 veredas y 8 barrios, donde viven cerca de 11.000 habitantes. La temperatura del lugar hace posible la producción y conservación de cualquier tipo de alimento, por eso se le considera como “la despensa agrícola del Sumapaz”. Por ejemplo, los cultivos de mora que llegan a la plaza de mercado de Corabastos permanecen frescos hasta cinco días, mientras que en condiciones normales solo serían tres días. También se producen tubérculos como la guatila y el balú que, según los sanbernardinos, pueden contribuir al proceso de momificación.
FOTO: Momia del museo.
En el municipio también se relaciona la moral con las momias. Han existido casos en los que incluso algunos transforman sus malos hábitos cotidianos, como beber y fumar, al ver estos cuerpos, pues tienen la creencia de que si se fue bueno en vida podrán llegar a ser momias. Otros, al contrario, consideran que estar exhibido después de la muerte es un castigo para la persona momificada y sus seres queridos.
El catolicismo de San Bernardo no le atribuye ningún tipo de religiosidad al fenómeno de la momificación. Para ellos no es importante si fueron católicos o no, cualquier persona que cumpla con las condiciones físicas de conservación puede ser momia. Sin embargo, es un pueblo muy devoto. Cuando a Saturnina Torres la exhumaron, de su vestido se cayó una moneda de $500, que terminó como ofrenda en la misa del sábado siguiente, porque es costumbre reunirse cada sábado a las once de la mañana en el cementerio para ofrecer una misa por las almas benditas.
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Frente al cementerio vive Emma, una sanbernardina que toda la vida ha trabajado en el pueblo, en una tienda que adecuó a la entrada de su casa. Aunque cree que las momias asustan, dice que “hay que tenerles más miedo a los vivos”, a pesar de que los pobladores del municipio aseguran que todo es más tranquilo desde que finalizó el conflicto con las FARC en el Sumapaz.
En las calles de San Bernardo las momias siempre darán de qué hablar a los vivos. Las historias de aquellos quienes alguna vez caminaron esas calles empinadas estarán presentes en la memoria cultural del municipio y de esos amigos, vecinos y familiares, para quienes las momias son unos muertos más que vivos.
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