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Angie Valentina Suárez Moreno //

[Revista impresa] Entre rocas


A Suesca, un municipio a poco más de una hora de Bogotá, llegan cientos de personas que buscan conquistar las cimas de riscos y formaciones rocosas. Los escaladores encuentran allí una oportunidad para retarse y vivir una aventura al aire libre. Una periodista fue, retó sus miedos, escaló y regresó para contar una historia con mucha altura.

FOTO: Angie Valentina Suárez

Mis piernas tiemblan, no logran dar un paso más, estoy a diez metros de volver a pisar el pasto verde amarillento por los rayos del sol al mediodía, y a otros diez de contemplar la inmensa cordillera de los Andes que parece papel Kraft arrugado. Mis dedos comienzan a perder tensión. Mi mente, por un lado, me dice que debo llegar a la cima; por el otro, me advierte que mi condición física no es la adecuada para subir. Desisto.

Me sostengo de la cuerda. “¡No puedo más!”, grito con la fuerza de mis cuerdas vocales, tal vez la única fuerza que tengo en el momento. Quienes están abajo ven el mundo con tanto entusiasmo que yo, mientras estoy arriba, quisiera ponerles un pie encima y pisarlos, como si fuesen hormigas.

Tal vez los diez metros de diferencia entre el suelo y la cima sean los encargados de crear un perfecto abismo entre el apoyo moral y las ganas de aplastarlos. Siento rabia, impotencia y miedo. Miro mis manos mientras me aferro a la cuerda, la sigo con mis ojos, mi cabeza está al límite de inclinación mientras me pregunto: “Si ahora estoy asustada, ¿cómo estaría allá arriba?”.

El guía se da por vencido; yo habría hecho lo mismo. La cuerda es recogida y, mientras tanto, mis pies rebotan junto a la roca que tanto miedo me causó. Parezco un resorte, piso el pasto, me retiro el arnés y me acuesto. Mis ojos se dirigen al cielo, el inalcanzable. De pronto, una amable voz me dice: “¡Bienvenida a las rocas de Suesca!”.

FOTO: Angie Valentina Suárez

Suesca es un municipio de Cundinamarca situado a 62,3 kilómetros de la capital. Hace falta atravesar toda la autopista Norte y luego tomar la carretera que conduce a Boyacá para llegar allí. Buses, carros, motos y bicicletas se ven en la entrada al municipio.

Algunas personas llegan con su morral de excursión al hombro, otras solo llegan con sus cámaras a inmortalizar el paisaje; yo llego con la idea de contar historias.

Las historias suelen aparecer solas. La vía férrea que se observa entre las montañas, justo detrás de los pequeños negocios que acompañan la llegada de muchos turistas por la vía principal, fue inaugurada en el 2016, después de una fuerte temporada de lluvias que afectó esta red ferroviaria.

Hoy, la bocina accionada por el maquinista asusta a quienes de forma serena toman el mismo camino para llegar a las rocas. Los rieles del tren parecen ser el camino de una aventura, el metal oxidado y las pequeñas piedras parecen conducir a dos cosas: lo antiguo y lo contemporáneo.

Lo antiguo

En 1938, Erwin Krauss, pintor y orfebre, hijo de padres alemanes y escalador apasionado, fue el primero en poner los pies sobre esa roca que debilitó los míos; lo hizo como un reto para su entrenamiento previo a escalar el nevado del Ruiz. Cuarenta años más tarde, un escalador polaco, Cristóbal Szafransky, fue el primero en dictar cursos de alpinismo con un equipo de fabricación rudimentaria (empotradores de piedra, tacos de madera, nudos y clavos de ferrocarril) que luego sería un ícono de las visitas a Suesca.

En 1979, las Rocas de Suesca se convirtieron en el Parque de la Escalada, debido a la gran afluencia de quienes comenzaron a abrir rutas en dos modalidades: la deportiva y la de aventura. Sin embargo, en los años noventa la escalada deportiva tomó más fuerza con el descubrimiento del valle de los Halcones, un conjunto de imponentes rocas de alto nivel por su dificultad para ser escaladas.

Y sí que se ven imponentes. Estar en frente de ellas no es suficiente para observarlas por completo, la cabeza debe ser inclinada hacia atrás de manera que casi toque la espalda. Están alineadas a lo largo de dos kilómetros donde hay alrededor de 40 vías de escalada; la roca más baja mide 20 metros y la favorita por los escaladores profesionales mide 130, que equivale a un edificio de 40 pisos.

La inmensidad de estas rocas, sumada al increíble paisaje rural que se observa alrededor, me hace pensar en lo que por aquí se solía decir de las aves, que eran consideradas como los únicos seres vivos capaces de llegar a la punta de una roca. Hoy, al mirar el valle veo dos personas a lo lejos, muy pequeñas y, sí, en la punta de la roca.

La analogía con las aves no es algo nuevo. Gloria, habitante de Suesca desde hace más de 60 años, vestida con ruana y sombrero en la plaza principal del municipio, como si de un cuadro se tratara, me cuenta: “Este municipio fue fundado por el mismo que fundó Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada, y, vea usted, tiene la misma altura, 2.600 metros sobre el nivel del mar. Pero antes estaban los chibchas y el asentamiento se llamaba Sueica, que significa ‘roca de las aves’”.

En el centro de la plaza, una escultura gris con forma de roca carga sobre sí un águila. Me acerco, hay algunos datos sobre el municipio, pero lo que más me causa curiosidad es que el ave es casi del mismo tamaño de la roca que la sostiene y se me ocurre pensar en que quizá también puede simbolizar lo grandes que se sienten los escaladores en la cima o la sensación de volar (descolgarse lentamente después de llegar a un punto sobre la roca) luego de escalar.

No en todas las rocas se ‘vuela’ de la misma forma. Algunos vuelos son totalmente verticales, otros deben hacerse de lado a lado y entre roca y roca; otros son aún más difíciles, como los que hacen quienes escalan la roca de la Virgen de los Milagros, una pequeña formación que, irónicamente, es la más difícil de escalar, pues tiene una especie de techo en el que el escalador debe sortear sacando al Spiderman que lleva dentro.

Carlos, guía y escalador, uno de los valientes que se han atrevido a escalarla, me cuenta que la roca trae consigo una historia.

FOTO: Angie Valentina Suárez

—En gran parte de los abrigos rocosos habitaron comunidades indígenas. El techo de la roca, al que se le conoce como el Piso de la Virgen, fue un lugar de rituales y ceremonias donde las comunidades dejaron pictogramas, que luego fueron borrados y pintados de blanco.

—¿Por qué? —le pregunto con curiosidad.

—Porque hace mucho tiempo se dinamitaron partes de la roca para hacer la construcción de la red ferroviaria, y cuando los trabajadores descubrieron estos dibujos pensaron que eran señales del diablo.

Por esas creencias, la pared fue pintada de blanco. Una persona donó la estatua de la Virgen a cambio de un milagro y fue bendecida por el sacerdote del municipio.

En el borde de la piedra se observa algo que parecen ser flores quemadas por el sol.

—Posteriormente hubo una tradición —comenta Carlos—: las mujeres le ofrecían flores a la Virgen para que les ayudará a conseguir novio.

Sin embargo, al preguntarle por esa tradición a Gloria, dice que la desconoce.

—Yo no sé nada de eso. Lo que sé es que a veces los de acá pagamos misas y vamos hasta donde la Virgencita a hacer oraciones —me dice en tono regañón.

Las flores aún se mantienen y junto a ellas algunos pictogramas también sobreviven, pero el camino para llegar a la cima es un poco peligroso. Quise entrar, pero Carlos me dijo que no lo hiciera, pues según él “lo fácil es trepar, nacemos con esa habilidad. Lo difícil es bajar”.

Lo contemporáneo

Mientras la maleza toca mis brazos, logro bajar a uno de los puntos de partida de los escaladores. Distingo tres tipos de personas: los que apenas comienzan en esta actividad, los que tienen experiencia y los escaladores profesionales.

Dentro de los que comienzan, veo que un niño de aproximadamente ocho años logra escalar.

Una mujer se encuentra en el punto de llegada y, apenas el niño logra su reto, lo abraza, se toma una foto con él, lo alza y vuelan. Ella baja con cierta desconfianza, tiende a pegarse a la roca y le pide a Carlos que la baje despacio. Alejandra es esa mujer.

Es escaladora desde hace 17 años y se encuentra terminando los cursos que la Asociación Colombiana de Guías de Montaña y Escalada le pide para ser certificada como guía de mayor nivel.

—Esto es lo que más me gusta hacer. Yo llegué a Suesca y me enamoré de la vida de los escaladores, lo tomé como un estilo de vida. La primera vez que logré escalar sentí que era lo que debía hacer con mi vida y me fui para Cali, allá hice algunos cursos y busqué más rocas —comenta Alejandra.

—¿Cómo cuáles?

—Minas es un sitio muy bonito cerca de Jamundí. Dapa y Vijes también, allí encuentras rocas de todos los niveles, igual que acá.

 
 

Los niveles de las rocas se miden con el Sistema Decimal Yosemite y varían según su nivel de dificultad. En el nivel más “fácil” es usual encontrar pequeños obstáculos, mientras que en los niveles más avanzados se encuentran rocas con mayor grado de inclinación, altura y con obstáculos más difíciles.

Ella es una mujer serena, no sube la voz con frecuencia, la forma de su cuerpo refleja la fuerza muscular que ha logrado a lo largo de 17 años. Cruza las piernas y se sienta en un círculo de escaladores, quienes uno a uno trepan en menos de diez minutos la roca, mientras los otros fuman un cigarrillo y escuchan música alternativa.

El asegurador del grupo es Carlos. Parece que sus palabras de ánimo fueran combustible para las piernas de los escaladores, quienes después de cada grito de “¡Vamos!, ¡tú puedes!”, logran montar cada pie en la grieta siguiente, roca arriba. La meta es llegar al punto medio de la roca, donde está el top rope.

Este elemento funciona como un canal de conexión entre la persona que está abajo y el escalador. Su forma, parecida a la de una hebilla, permite que la cuerda —que soporta tres toneladas, lo que pesa un hipopótamo adulto— pase por el medio y vuelva al piso para asegurar el arnés y, por lo tanto, a la persona.

Para nosotros es muy importante la seguridad. Por eso revisamos cada elemento antes de iniciar la escalada. Algunas de las personas que han muerto en las rocas lo hicieron por exceso de confianza, no llevaban instrumentos de seguridad, según cuenta Carlos, quien también es miembro de un equipo de rescate.

FOTO: Angie Valentina Suárez

Parece ser que el exceso de confianza es el mayor enemigo de los escaladores, incluso algunos se atreven a escalar con una modalidad conocida como free solo, en la que no se utiliza ningún instrumento de seguridad. La concentración y el desafío con el cuerpo mismo son los pilares fundamentales de esta práctica.

—Practicar free solo requiere mucha concentración. Tú vas sin nada que te sostenga, pero es una nota. Una vez fui a Perú a escalar la cordillera Blanca, que es considerada como el Himalaya de Suramérica, y mucha gente la toma como escuela para pensar en el Everest —cuenta Carlos.

Él no es el único que lo ha practicado. Manuel, un escalador solitario y competidor de alto rendimiento, logró escalar la roca más alta de Suesca sin ningún tipo de seguridad. Pero, sin duda, el escalador free solo más importante es el estadounidense Alex Honnold, quien logró escalar con esta modalidad The Nose, en Yosemite, California, una ruta de 914 metros que recorre una formación de monolito.

—Yo intenté escalar con cuerda The Nose, pero llegas a un punto donde se forma como una curva de roca y se pone muy difícil. Tengo la idea de intentarlo de nuevo.

FOTO: Angie Valentina Suárez

Mientras las aves del cañón de La Lechuza —un lugar donde cada atardecer llegan varias especies de aves— se despiden con su noble canto, yo lo hago también. Mis ojos observan la inmensidad de la naturaleza y lo profundo que puede llegar a ser el cielo, o la meta, como lo ven quienes escalan.

La escalada es un deporte que va en aumento, tanto que será incluida en los próximos Juegos Olímpicos de Tokio 2021. Además, la afluencia de personas los fines de semana sigue creciendo. Ellos vienen a retarse sí mismos y son quienes con empeño y mucha concentración logran alcanzar la cima a través de algunas rutas que permiten contemplar —como lo haría un águila— la inmensidad de Suesca entre rocas.

 
 

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