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Tiffany May Peña / t.may@javeriana.edu.co /

Entre damas y bastidores


Varios espacios de Bogotá se convirtieron en lugar de exposición de 120 obras presentadas en la vigésima sexta edición del Festival de Teatro de Mujeres en Escena por la Paz, creado por la Corporación Colombiana de Teatro. El evento, realizado entre el 11 y el 22 de agosto, ofreció talleres culturales y un foro polifónico de mujeres y desarrollo.

Tomado de: Corporación Colombiana de Teatro

El morado: la transformación

Una gama de tonos violeta adorna la casa colonial que aún conserva su estructura. Tres oficinas, una cafetería y un teatro. Antes de cada función hacen aseo y prueban las luces. Atrás, en el camerino, entre nervios y emoción, se preparan las protagonistas. A las 6:00 de la tarde dan entrada a la sala, salen a escena luego de desearse buena suerte y empieza la actuación.

86 grupos de teatro, 120 funciones, 34 obras internacionales, once nacionales, 41 locales y 22 espacios, reúne la vigésimo sexta edición del Festival de teatro de mujeres en escena por la paz. En 1991, a la maestra Patricia Ariza, se le pidió el favor de enlistar a sus compañeros de profesión, dramaturgos, poetas y actores, para un evento de la época. No pudo evitar notar la ausencia de nombres femeninos y así, en el año de 1991, decidió crear el festival de teatro que reconoce el trabajo de las mujeres dentro de la escena teatral y del proceso de consolidación de la paz.

Este año se le dio poder al color morado, según Alba Ramírez, diseñadora de la Corporación Colombiana de Teatro, —institución sin ánimo de lucro, encargada de realizar el festival— por ser un color que simboliza la transformación y que contribuye a realzar la presencia y el trabajo de la mujer. “Siempre hay una mujer detrás, pero muy silenciada. Acá se quiere que eso y que ella salga a flote”, afirma Alba mientras exhibe un pin de flor morada hecha en seda en el bolsillo de su chaqueta.

En la cafetería de la casa, Alba agrega cómo en la inauguración del suceso anual, que este año se desarrolló del 11 al 21 de agosto, la creadora del Teatro la Candelaria en 1966 junto con el maestro Santiago García, expresó que espera que el evento se deje de llamar Festival de Mujeres en Escena por la Paz para que ya sea algo palpable y normalizado en la sociedad.

La actuación: un testimonio

En el camerino de la sala de teatro, Ana Correa, actriz argentina, se pone una falda larga, blanca, recién planchada, se mira al espejo para retocar el labial color piel y dice: “No había venido antes, apenas estábamos terminando este proyecto y decidimos presentarlo este año. Me encanta, hasta me encontré con una actriz de Paraná (Argentina), con quien nos conocíamos por Facebook”.

Obra Leda / Fotografía: Tiffany May

La obra que representa Ana se titula Leda, en honor a Leda Valladares, la musicóloga formada en Europa, compositora y experta en el folclor argentino, de familia aristocrática, que tras escuchar en un carnaval a las mujeres nativas cantando decidió dejar su vida privilegiada y dedicarse a contar las historias a través de la música y la tradición.

La obra narra la vida de la argentina de manera poética y no biográfica, yendo desde la actriz al personaje, haciendo la transición sin que quede muy claro, más bien desdibujado. “Es bastante testimonial, pero es bien escénico”, dice Ana con la pasión que tiene al crear el proyecto cumpliendo con una de las características del festival, presentar teatro independiente que promueve la memoria.

Son 45 minutos en los que varias mujeres salen al escenario, algunas en solitario, para evidenciar la diversidad de propuestas y estilos que permiten variar en puntos de vista y formas de representación. Aunque Ana se presenta en un monólogo, al representar a su personaje se siente “muy acompañada en escena, es como una partitura musical, y te dejas llevar”. dice minutos antes de presentarse en la Sala Seki Sano, ubicada en el barrio La Candelaria, ante unas 35 personas.

El festival y sus dificultades para recordar

No se trata de un festival comercial ya que se presentan temas políticos, de protesta y, sobre todo, de memoria para no volver a repetir. Siguiendo la línea del proceso de paz colombiano, la obra Guadalupe años cincuenta, dirigida por Patricia Ariza, fue llevada a escena por el grupo Trama Luna, ejemplo claro de las piezas que tienen como fin conservar la memoria y procurar la no repetición.

En el cuarto aledaño a la recepción, está la oficina de coordinación de la CCT, a cargo de Carolina Ramírez Muñoz, al frente del festival desde hace cuatro años. Sentada en su escritorio y portando la característica flor morada de seda en su cabello, cuenta cómo eligieron los grupos a través de una convocatoria realizada en el mes de febrero. “Recibimos 460 solicitudes y ahí se hizo una curaduría para después escoger la programación”, afirma.

Desde hace seis años el festival tenía lugar en noviembre, mes del día de la no violencia contra las mujeres (el 25 de noviembre). Pero se cambió “por las lluvias y también porque se juntaban varios eventos. En agosto hay más movida de estudiantes, sobre todo en el centro”, dice Carolina.

El año pasado contaron con 20 funciones, dos salas y fue un reto por la falta de recursos económicos. En 2017 tuvo el apoyo del Programa Nacional de Concentración Cultural y Salas Concertadas del Ministerio de Cultura, la Alcaldía mayor de Bogotá y la cooperativa financiera Confiar. Se pasó el proyecto por convocatoria de concertación distrital, pero hubo una reducción de casi el 50% del presupuesto. “En total reunimos $190 millones. Los grupos pagan su propio tiquete porque el presupuesto no alcanza para traerlos. Cada día es más difícil, pero lo seguiremos haciendo”, menciona Carolina.

Ana Correa, detrás del escenario / Fotografía: Tiffany May

La asistencia: una oportunidad

En la casa del lado izquierdo, más conocida como el Teatro de La Candelaria, se hicieron varios talleres en torno a los temas del festival. En tres jornadas de 10 horas estuvo Sofía Monsalve en el de actuación, violeta Luna en el de performance, junto con Eugenia Cano de Huanapato, México, Diana Casas con Aero danza y Gretel de Noruega con el taller de voz. Igualmente se realizó el Encuentro Nacional de Mujeres, que se hace desde hace ocho años, conformado por mesas de trabajo de distintas regiones y países, de organizaciones sociales de mujeres y plataformas femeninas. La pregunta central surgió en tono al aporte de las mujeres a los procesos de paz y cómo se identifican desde la perspectiva de género.

En esta edición también se presentaron seis obras con entradas que costaban $40.000, en espacios no convencionales de los barrios, como colegios y bibliotecas. "Será mucho más", dice Carolina, mientras guarda la programación del evento que organizó durante meses un festival de pocos recursos que tocó, recordó, conservó y lo seguirá haciendo.

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