Haydee Leonor Chamorro, más conocida profesionalmente como Katy Chamorro, es una de las pioneras de la danza contemporánea en Colombia. Como ella misma cuenta, no hay un solo día de su vida en el que no haya practicado la danza. Directo Bogotá habló con la bailarina y coreógrafa sobre su trayectoria y su aporte a la danza en Colombia.
FOTO: Cortesía del Instituto Distrital de las Artes, IDARTES.
Directo Bogotá [D.B.] ¿Cómo llegó al mundo de la danza?
Haydee Leonor Chamorro [H.C.] Desde siempre el arte estuvo en mi entorno familiar: mi papá era violinista, mis abuelos también eran músicos y mi mamá cantaba. Soy la menor de mis hermanos y desde pequeña floreció ese bagaje artístico en mi corazón. A los cuatro años dije “quiero bailar”, y como el arte en mi familia era cosa seria me dijeron “está bien, pero no es fácil, no es solo ponerse una faldita y moverse, es una profesión”. Puedo decir que la danza ya estaba en mí, incluso antes de nacer.
[D.B.] Hablemos de su proceso de formación.
[H.C.] Comencé estudiando ballet y folclor en la academia de la bailarina argentina Nora Álvarez, hasta que llegó el momento en que mi familia consideró importante buscar una beca en el extranjero para hacer la carrera de danza, ya que en Colombia no era posible. Mi hermana Olga, que trabajaba en la Orquesta Sinfónica de Colombia, me había hablado de unas becas de la Organización de los Estados Americanos (OEA) para estudiar música en Estados Unidos. El día de la audición me acerqué al jurado del comité de becas, y le dije: “Sé que usted es jurado de la OEA para las becas de música, pero yo necesito una beca para danza. Quiero ser bailarina, la danza es mi vida y usted me tiene que ayudar”. A los tres meses recibí una carta de Katherine Dumhan, uno de los personajes más importantes de la historia universal de la danza, donde me decía: “He sabido de ti, de tus estudios y de tu deseo inmenso de estudiar, para mí sería un placer ayudarte en mi escuela de danza en Nueva York”. Fui y estudié durante siete años danza contemporánea y afrocaribeña en The Katherine Dunham School of Dance.
[D.B.] ¿Qué es lo que más recuerda de esa experiencia de formación?
[H.C.] La multiculturalidad que teníamos en la escuela Dunham. No era solo un edificio con salones especiales para la clase de danza y teatro, también había espacios de ensayo para grupos y orquestas de jazz, rock, blues, música africana y salsa. Allí conocí algunos artistas como Celia Cruz, Héctor Lavoe, Tito Puente, entre otros. Claro, en su momento, no era consciente del tipo de personas con las que me rodeaba, de la importancia de estas personas.
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[D.B.] ¿Cómo se vinculó a la danza en Colombia?
[H.C.] Después de estudiar en la escuela de Dunham viví en Puerto Rico y trabajé en televisión bailando. Sin embargo, la búsqueda por la relación entre la danza y la identidad venía con mucha intensidad en mi cabeza, me preguntaba por qué la danza contemporánea no tenía fuerza en nuestros países. Lo pensé y decidí hacer un pacto con mi hermana Olga de regresar al país y aportar nuestras experiencias y conocimientos. En 1984 llegué a trabajar en la Universidad Nacional y me quedé allí por diez años. El auditorio León de Greiff se convirtió en nuestra casa y lugar de trabajo, donde pude desarrollar los primeros pasos hacia la danza contemporánea en Colombia.
[D.B.] ¿Cómo fueron esos primeros pasos hacia la danza contemporánea en el país?
[H.C.] Fue un esfuerzo muy grande porque no había nada de danza contemporánea en el ámbito académico, y yo trataba de mostrar un trabajo con un lenguaje diferente, una búsqueda donde las formas artísticas estaban presentes: teatro, música, danza y literatura. Al principio lo llamábamos ‘danza experimental contemporánea’, no porque no supiéramos lo que estábamos haciendo, sino porque era un trabajo que permitía abrirse hacia otras posibilidades.
[D.B.] Entonces se puede decir que fuiste la promotora de la danza contemporánea en Colombia…
[H.C.] En la Universidad Nacional, sí. En el país, somos varios. Es difícil que una sola persona promueva un movimiento diferente, y más si se trata de arte. Algunos colegas también estuvieron en este proceso de brindar a la danza colombiana un nuevo enfoque.
[D.B.] ¿Cómo fue regresar a Colombia después de vivir el arte en Estados Unidos y compartir con leyendas de la danza y la música?
[H.C.] Al principio no era fácil caminar por las calles y acomodarme a las condiciones de danza en Colombia. Pero pensé, y aun lo sigo pensando, que lo importante es aportar al país desde la labor maestra, compartiendo con personas que no han tenido la oportunidad de bailar profesionalmente. No llegué al mundo de la pedagogía, siempre estuvo ahí y jamás se irá: me gusta compartir el conocimiento.
[D.B.] ¿Hay algo de su vida profesional o personal que te falte por realizar?
[H.C.] En mi caso, nunca está desligado lo personal de lo profesional. Después de estar transmitiendo mi experiencia y conocimientos en la Universidad Javeriana, me gustaría compartir todo mi archivo con la comunidad universitaria —su apartamento tiene barras y espejos en lugar de muebles, y una biblioteca donde conserva un archivo histórico de más de 50 años de formación—.
[D.B.] ¿Cómo percibes el futuro de la danza en Colombia?
[H.C.] Me inquieta que aún no existan políticas de Estado que apoyen al bailarín, que le permitan decir “esta es mi profesión y voy a recibir mi pensión”. No es bueno que todavía se siga preguntando si el arte es una profesión, no es bueno que haya jóvenes que quieran estudiar música y sus padres se opongan y piensen que no van a tener cómo vivir. Cuando se quiere ser profesional del arte hay que tener coraje para seguir adelante. En Colombia hay que seguir trabajando en contra de ese pensamiento, pero aún falta mucho.
[D.B.] ¿Qué significa la danza en su vida?
[H.C.] Todo. Doy gracias porque nací para la danza y porque conozco el mundo a través de ella, no me imagino una vida diferente.
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