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  • Andrés F. Balaguera S. //

[Revista impresa] La Superestación, un viaje a la nostalgia


Durante más de dos décadas, la Superestación representó el alma de toda una generación. Después de varios años de éxitos y una prolongada resistencia, una de las pioneras de la radio juvenil colombiana ya no cuenta con presencia en FM. Sin embargo, su legado sigue más vigente que nunca.

FOTO: 88.9 fue el primer nombre de La Superestación. Cortesía de Fernando Pava Camelo.

Para Fernando Pava Camelo, el siglo XXI y su era de la información llegaron como un huracán. Durante el inicio del nuevo milenio, el Jefe —como es conocido en el medio— concentró todas sus energías para que la nueva forma de hacer radio no terminara consumiendo su bien más preciado: La Superestación. Sin embargo, su vigor ya no era el mismo que tuvo en 1982, cuando decidió darle vida a esta emisora. Además, su poder de influencia tampoco le daba la estabilidad que había tenido durante finales de los años ochenta y la mayoría de los noventa. Por eso el 31 de agosto de 2005, empujado por la intensidad del temporal alimentado por presiones políticas, litigios familiares y dificultades económicas, Pava Camelo se atrincheró en su guarida y desde allí proclamó su último grito de resistencia.

Aquel miércoles, la sede de La Superestación estaba invadida de nostalgia. Ese día sería la última transmisión de un proyecto que había puesto a vibrar a la juventud colombiana durante 23 años seguidos. La emisora que había sido sinónimo de irreverencia se había convertido entonces en el epicentro de la melancolía. En esa última salida al aire, después de recordar los mejores momentos de 88.9 y de poner a sonar las canciones que ambientaron esas épocas de gloria, la música de Los Prisioneros marcó el preludio de la despedida:

Únanse al baile, de los que sobran

Nadie nos va a echar de más

Nadie nos quiso ayudar de verdad...

Con un fade out, el Jefe tomó el micrófono y les dio rienda suelta a sus emociones. Después de agradecer a todos los patrocinadores de la emisora, expresar escuetamente el dolor que representaba cumplir un ciclo, resaltar el aporte de 88.9 a la formación de muchos profesionales y describir la satisfacción del deber cumplido, su discurso dejó entrever el inconformismo que lo consumía aquella noche. Habló de los efectos del “proceso evolutivo de la economía colombiana”, de la importancia “de competir en igualdad de condiciones” y del “espíritu de lucha constante” que había caracterizado a la emisora. Al final, hizo hincapié en la huella que dejaba La Superestación y con un "gracias", que resonó tres veces, dio por finalizada su última intervención.

A las diez de la noche, la frecuencia de 88.9 pasó a manos de uno de los grandes conglomerados mediáticos de Colombia: RCN. Desde entonces y hasta la actualidad, el Jefe ha hecho todo lo posible porque La Superestación trascienda más allá de un dial. En otras palabras: ha intentado reconstruir lo que no se pudo llevar el huracán.

Una nota diferente

Durante la década de los setenta, la propuesta de la mayoría de emisoras en Colombia apuntaba a contenidos sumamente elitistas. La llegada de la frecuencia modulada significó en sus inicios el auge de la música estilizada y en inglés. Sin embargo, a finales de esa década y comienzos de los ochenta surgieron proyectos que revolucionaron la radio colombiana para siempre. Primordialmente en la radio informativa, el nacimiento del formato 6 a.m.‑ 9 a.m. cambió el rumbo de los programas matutinos. No obstante, esa innovación profundizó, de coletazo, la marginación de un sector que parecía no contar para la sociedad de entonces: la juventud.

Por esa época, Fernando Pava estaba rondando los veinte años. Ya había intentado, sin éxito, estudiar medicina por orden de sus padres. Más adelante, hizo lo mismo con la carrera de derecho, pero nada de eso lo colmaba. Por eso, amparado en el patrimonio de su padre, Jaime Pava Navarro, quien era el propietario de la Cadena Radial Súper, se aventuró a construir en 1982 un proyecto radial sui generis en el país: La 88.9.

La primera emisora juvenil en FM de Colombia inició con sonidos instrumentales propios de arreglistas internacionales como Ray Coniff y Paul Muriat. A pesar de que esa era la tendencia general, el joven Pava comenzó a programar paulatinamente canciones de la onda pop que ya se había afianzado en Estados Unidos. Por ese entonces, la influencia norteamericana se daría también con la llegada del walkman para escuchar música en ‘cualquier sitio y cualquier momento’. Así que, favorecida por el sonido envolvente del estéreo, 88.9 se fue abriendo espacio en los corazones juveniles que latían al ritmo de sus frecuencias en Bogotá y Villavicencio.

En 1983, la emisora se consolidó como una netamente ‘popera’. Sin embargo, más allá de la innovación musical que representaba ese primer año de existencia, la verdadera revolución ocurrió en la empresa. El tolimense Jaime Pava Navarro era un respetado congresista conservador, y de su matrimonio con Dilia Camelo nacieron nueve hijos, de los cuales un par se interesaron por la política. Por eso, cuando Fernando comenzó con el proyecto de 88.9, algunos de sus hermanos se pusieron en su contra por no darle un tinte político a la emisora. Por fortuna, gracias al apoyo de su padre, el entonces inexperto Jefe se desligó de la tradición familiar e inmortalizó el mandamiento que definiría el destino de la emisora en un pequeño aviso que pondría en la entrada de su oficina: “Política = Caca”.

El poder de la radio

A mediados de los ochenta, 88.9 se adjudicó una frecuencia en Medellín que propició el nacimiento de la nueva marca que vendría a cobijar los tres diales existentes: La Superstereo. En ese entonces, la ampliación también se dio en la oferta musical. En cuestión de meses, el rock tradicional y el rock en español se enlazaron en un mismo lugar. Además, con base en esa irrupción musical, se dio nuevamente una transformación estructural. En aquel momento, la más importante: la de los contenidos.

En 1988 tuvieron lugar los grandes estallidos del éxito de 88.9. Inicialmente, con la incursión del locutor paisa Oscar ‘Tito’ López, se estructuró uno de los formatos que vendrían a formar el canon de la radio juvenil colombiana: El Zoológico de la Mañana. Inspirados en el Morning Zoo de la radio estadounidense, surgió el primer programa matutino del país en el que la combinación de información con humor representaba un entretenimiento llamativo. Reunidos en una mesa, jóvenes personalidades como Alejandro Villalobos, Jorge Marín y Hernando ‘el Capi’ Romero, se sentaban a fluir frente a un micrófono y pasar un rato agradable acompañados de personajes recreados con efectos de sonido, como los populares Don Fulgencio y Carlota.

GALERÍA: El Zoológico de la mañana fue el primer morning show de la radio colombiana. Por La Superestación pasaron voces icónicas de la radio, como Alejandro Villalobos, Gabriel de las Casas, ‘Memo’ Orozco, Alejandro Nieto, Andrés Marocco, Don Jediondo y Diego FM.

El alcance del programa fue ingente. La acogida del público fue inmediata y la popularidad creció en cuestión de meses. Tanto fue el éxito que, gracias a una alianza con un centro de impresiones vecino a la sede central de la emisora, se dio el lanzamiento de un álbum de los personajes y los artistas más sonados de la emisora. Según señala ‘el Capi’ Romero, aquel álbum fue un éxito rotundo: “En ese tiempo, nos convertimos en unos rockstars que firmaban autógrafos cuando salían y a los que toda la gente reconocía. Era algo increíble”.

Otra de las grandes gestas de la emisora fue la organización, en conjunto con la Alcaldía de Bogotá y empresas como Coca‑Cola, del que es reconocido por muchos como el segundo ‘Woodstock’ colombiano —después de lo vivido en 1971 con el Festival de Ancón—: el Concierto de Conciertos. A la cita del 17 de septiembre de 1988, en el estadio El Campín, acudieron cerca de 60.000 fanáticos que vibraron al ritmo de Los Prisioneros, Miguel Mateos, Compañía Ilimitada, Pasaporte, Yordano, José Feliciano, Océano, Los Toreros Muertos, Timbiriche y Franco de Vita, bajo la pancarta, de “la estación de los conciertos”.

La estación de los noventa

En 1989, el éxito de la emisora era indiscutible. Todos los estudios de audiencia la situaban como la número uno, y el proyecto parecía no encontrar techo. Para la época ya contaba con seis frecuencias nacionales y, a su vez, tenía alianzas con El Tiempo y el noticiero Tv Hoy. Sin embargo, fue en el momento de mayor prestigio cuando las cosas se empezaron a complicar. Durante ese año, Caracol decidió montar Radioacktiva, una emisora dedicada exclusivamente al rock y enfocada en el mismo público al que le apuntaba 89.9.

Radioacktiva emuló el modelo de El Zoológico de la Mañana con su propuesta de La Locomotora. Sin embargo, en los primeros meses el experimento no dio los resultados esperados. Por eso, los directivos de la nueva emisora no escatimaron ningún esfuerzo y contrataron a las grandes figuras de la Superestación con mejores ofertas salariales. ‘Tito’ López, Alejandro Villalobos y Andrés Nieto Molina pasaron en cuestión de meses a integrar las filas de la competencia. Para el Jefe, el momento fue sumamente duro. En ese entonces intentó quejarse ante la Asociación Nacional de Medios de Comunicación (Asomedios) por aquello que consideraba una competencia desleal. Sin embargo, nada surgió de aquel reclamo. Treinta años después, recordando lo sucedido, la melancolía lo invade nuevamente: “Yo me había vuelto muy amigo de los DJ’s. Compartíamos mucho más allá de la radio. Francamente, me decepcioné mucho”.

 

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Los años siguientes fueron un ir y venir de locutores de ambas partes. La competencia se había vuelto realmente salvaje. El escritor Andrés Ospina retrató en uno de sus textos sobre radio juvenil en el portal La Silla Eléctrica la voracidad de los oyentes, que “expresaban su descontento al aire por la deserción de los miembros de una emisora a otra”. Sin embargo, el sello de los personajes de La Superestación no se vició en ningún momento, a pesar de las múltiples imitaciones. Esa sería su marca indeleble.

Para los libros de historia, el alcalde de Bogotá en 1990 fue Juan Martín Caicedo Ferrer. Sin embargo, para parte de la juventud capitalina el verdadero gobernante era Don Fulgencio. De forma pintoresca, La Superestación había generado la expectativa de que su personaje antipolítico sería candidato para la Alcaldía. Hubo caravanas y anuncios publicitarios que le daban peso a su candidatura. Los bogotanos no sabían si aquello era real o si tan solo era un chiste más de aquella emisora irreverente. Lo cierto fue que ese 11 de septiembre, mientras se celebraban las elecciones locales, La Superestación montó su versión paralela en la calle 85 con carrera 15. Según narra el Jefe, ese día contaron poco más de 8.000 votos de personas que se acercaron a elegir al emblemático personaje de la emisora y participaron del “relajo” propuesto desde los micrófonos.

GALERÍA: Don Fulgencio Cabeza Manotas en medio de su supuesta candidatura.

Mucha música

A pesar de la vigencia de sus personajes, el músculo financiero de la competencia ejercía cada vez más presión. Con los años, Radioacktiva comenzó a quitarle audiencia a La Superestación. Con casi el doble de frecuencias a nivel nacional y con la multimedialidad propia de Caracol, su propuesta iba eclipsando la luz de 88.9. Además, en aquellos años también nació La Mega como un proyecto juvenil distinto que buscaba, a su manera, comprender a la nueva generación. A pesar de eso, como bien registraba el diario El Tiempo en esa época, La Superestación no mantenía ese primer lugar anteriormente indiscutible, pero tampoco salía de las primeras cinco posiciones.

La emisora tuvo que reinventarse a finales de los noventa. La apuesta de Pava y sus locutores fue reformar en todos los ámbitos la emisora. Técnicamente, buscaron mejorar la calidad de la señal y, a su vez, mantuvieron su esencia musical, apoyaron nuevos talentos nacionales y posibilitaron la visita de bandas icónicas como Bon Jovi y Def Leppard. Asimismo, fomentaron la creación de 55 emisoras colegiales con su campaña SEIS (Súper Estaciones Intercolegiadas Satélites). Igualmente, mantuvieron la transmisión de los Premios Grammy hasta el último momento y transmitieron el mundial de fútbol de 1998 desde Francia. Hicieron prácticamente de todo, pero nada parecía ser suficiente.

Para el inicio de siglo, la competencia ya no eran solo las emisoras juveniles. La Superestación se codeaba con todas las emisoras de las grandes cadenas radiales del país. Sin embargo, las dificultades comenzaron a relucir: era indudable que su poder económico era cada vez más exiguo. Gran parte de la audiencia fiel de la emisora también había crecido y optaba por otro tipo de radio. Además, el desgaste de los contenidos y los personajes también era evidente. Y, como si fuera poco, la presión política de los hermanos Pava era cada vez más intensa. No había forma de eludir el alud que se venía venir.

Según recuerda el Jefe, La Superestación cayó en su peor momento a la posición 12 en los estudios de audiencia. Hoy en día eso no le parece tan grave, pero rememora que sentía la presión de una pistola en su cabeza. Por eso, una vez más, entre 2003 y 2004, decidió renovar la emisora. Sin embargo, ya no tuvo efectos, pues surgió el ofrecimiento de RCN de alquilar las frecuencias. Aquello desencadenaría lo que hoy describe con una risa tímida que rezume tristeza como “la crónica de una muerte anunciada”.

La evolución de la radio

Inicialmente, el acuerdo de alquilar la frecuencia era por cinco años. Sin embargo, diez años después la situación no ha cambiado, y parece que no lo hará en un buen tiempo. Los pleitos familiares y los intereses económicos han impedido el regreso de la emisora. En ese sentido, la labor de preservar el legado de La Superestación ha quedado en manos de su gestor.

FOTO: Hoy, 38 años después del inicio de la emisora, el Jefe sigue al pie del cañón.

En un primer momento, el Jefe intentó innovar en la parte digital al montar 23 canales por los cuales transmitía contenidos propios de la esencia de la emisora. Además, creó el canal de la emisora en YouTube y subió varios archivos de los programas icónicos que marcaron la historia de la radio en Colombia. A la vez, promovió la preservación de la memoria de la emisora con eventos como el stand up comedy Yo crecí con 88.9, organizado en el 2013.

Hoy por hoy, La Superestación cuenta con una página web en la que se transmite la que Pava considera como la mejor música de todos los tiempos. Sin embargo, su público ya no son los miles de jóvenes que llenaban plazas y estadios. Ahora su audiencia fluctúa entre 40 y 200 oyentes en simultáneo. En la actualidad, ya no trabajan 30 personas en la producción de la emisora, ahora todo depende de lo que el Jefe haga junto a su mujer y Samuel Giraldo, un amigo de la casa.

En los lugares donde hace unas décadas había locutores, botellas de licor y juventud, hoy hay cajas con discos de vinilo y cintas de audio que en próximos días recogerá la gente de Señal Memoria para digitalizar. Con un tono reflexivo, Fernando Pava dice: “Yo solo tengo la pasión y las ganas… Mi misión ahorita es compartir la memoria de 88.9”.

Para 'el capi' Romero, lo que está haciendo hoy el Jefe es “perpetuar ese amor interminable; Fernando debe soñar con el regreso de 88.9, pero si no se llega a dar, yo creo que debe sentirse tranquilo, pues su legado parece imborrable”.

Para Juan Manuel Correal, ‘Papuchis’, lo que ha hecho Fernando Pava en los últimos años es de admirar, pues “el hecho de que algún día se termine la emisora, de que no aparezca ni siquiera de forma digital, significaría que se apagó la última chispa. Eso no sería justo con tantas personas a las que La Superestación les marcó la vida”.

Miguel Ángel Solano, oyente de La Superestación e integrante del grupo Yo Crecí con 88.9, que cuenta con 21.000 miembros en Facebook, prefiere no recordar más cosas de la emisora, “porque de nada sirve generar más nostalgia y dolor sobre la mejor época de su vida que, parece, no volverá”.

Para Fernando Pava Camelo, este proceso ha representado toda una aventura. Después de hacer un balance de todos los aprendizajes, de lo efímero del éxito y de la juventud, del legado de la emisora, de los locutores que pasaron por sus estudios, de las dificultades económicas, de las presiones políticas y de los dramas familiares, se dispone a hablar, pero antes se ve obligado a hacer una pausa porque de fondo suena la nueva identificación de la emisora: “¡Al aire la Superestación Colombia!”.

Paso seguido, una sonrisa picarona se apodera de su rostro y, con ella, dispara: “Ya ve: el camino no es fácil, pero le aseguro que es divertido”.

 

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