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“Yo quería ser relevante y dar un mensaje”: Levy Rincón

Por: Alejandro Niño//Revista Impresa

Levy Rincón es todo un personaje de las redes sociales por sus opiniones políticas. Bajo el nombre Notiparaco, publica videocolumnas semanales en YouTube criticando al gobierno y entrevistando personajes de la vida nacional. Nos sentamos en un café del Park Way para hablar de su trabajo, la realidad nacional y hasta para cuestionar la existencia.

En su logo oficial, sus gafas reflejan el logo del partido Centro Democrático. Dibujo: Nixon Betancourt.

Levy Rincón tiene 32 años. Su barba es tupida y lleva uno que otro tatuaje; le gustan los anillos y viste de negro. Cualquiera que haya visto sus videos se sorprendería de escucharlo tan calmado: dice pocas groserías y habla con propiedad sobre Philip Roth, Michel Houellebecq, John Fante y otros referentes de la literatura mundial. Levy tiene una mente inquieta, y le gustan las mandalas, ver cine independiente y escuchar música —desde su adorado Charly García hasta Rubén Blades, John Coltrane o el punk más underground—.


Su “mamertismo resentido” —como él mismo lo llama— nació en las calles de Floralia (uno de los tantos barrios populares al norte de Cali) cuando la empresa Carvajal despidió a su madre en 2008, según él, como consecuencia de una reforma laboral propuesta por Álvaro Uribe. Al no tener ingresos, su familia entregó el apartamento donde vivían en alquiler y tuvieron que empezar de cero.

Después de dos años de trabajo en un call center, decidió arriesgarse a hacer lo que quería: transmitir un mensaje propio y convertirse en una voz relevante. En 2018, con su celular como micrófono, salió a las calles de su Cali natal a escuchar y grabar las opiniones de los ciudadanos sobre sucesos coyunturales. Poco a poco se metió en los temas políticos y cubrió marchas, plantones y manifestaciones. Ahora recuerda que antes de salir le daba play a la canción “Highway to Hell”, de AC/DC, para llenarse de una euforia especial que le permitía hablar sin pelos en la lengua.


Debido a la pandemia, sus entrevistas en la calle, que empezaron como un homenaje a Santiago Moure y Martín de Francisco, también tuvieron que encerrarse. Ahí fue donde nació Notiparaco, que en su canal de Youtube ya cuenta con casi medio centenar de ediciones, todas con más de 50 000 reproducciones. Su video más visto es su entrevista a Daniel Mendoza, creador de la serie documental Matarife, que cuenta con más de un millón de vistas.


Su trabajo y sus opiniones no han escapado de la polémica y, más aún, han incomodado a muchos, hasta el punto de que sus ácidos comentarios le han granjeado repetidas amenazas de muerte. Por eso decidió vivir en Bogotá, una ciudad que le encanta por un simple detalle: para él escuchar una moto aquí no es señal de velar por su vida o sus pertenencias.


Directo Bogotá [DB]: Me corregirá: ¿usted quiso ser comunicador social?


Levy Rincón [L. R.]: Sí, yo tenía la radio muy arriba, creía que uno podía ir a decir lo que quisiera. Pero entonces llego [empezó a estudiar radio en el Instituto Nacional de Telecomunicaciones] y veo a profesores achacados por el sistema, viviendo en una realidad que no era la que yo quería afrontar. Entonces, me salí. Hubo uno o dos profesores valiosos, pero pues no incidieron en nada de lo que yo después decidí hacer.


DB: En una entrevista con Beto Coral, usted dijo que solo mira cierto número de comentarios que le hacen a sus publicaciones en redes. ¿Por qué?


L. R.: Uno no puede estar todo el tiempo asumiendo solamente su existencia y acrecentando egos. Antes se me iba el día ahí; era muy triste porque llegaban las seis o siete de la noche y vos sentías el día desperdiciado entre mirar alcances y likes.

Levy Rincón acicalándose. Foto: Alejandro Niño

DB: ¿Cree que en Colombia se hace bulla en redes pero no mucho en la realidad?


L. R.: Son dos planos completamente diferentes, y esa decepción me la llevé en las elecciones pasadas. Creí que iba a ganar Petro, por toda la información que tenía, pero luego me di cuenta de que era una burbuja muy diminuta en la que yo me encontraba y que afuera pasaba otra cosa. Las redes son muy pequeñas para el panorama político del país. Después de doce horas trabajando, la gente no tiene la capacidad de nutrirse con buena información porque puede ser muy pesada.


DB: ¿Considera que la gente en Colombia es más pasional o racional respecto a la política?


L. R.: Racionales no. Somos tan pasionales que la mayoría de la gente vota por quien le cae bien, por quien es carismático. Esa pasión viene desde ahí, desde la ignorancia. Las personas no tienen una forma educada o informada de analizar al político, más allá de verlo con el balón de fútbol, con la guitarra y entregando mercados. Nunca leen el plan de gobierno, no indagan más allá. Somos tan pasionales que abusamos.

 

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DB: Pero quien incita el comportamiento pasional es el líder…


LR: La palabra líder es exagerada. Que yo vaya por Gustavo Petro, no lo convierte en mi líder: ¿líder de qué? No me dice a qué hora me tengo que levantar o bañar, lo que debo vestir, comer o escuchar. Puede ser el líder de un movimiento, y uno se adhiere a él desde la ideología. Creo que la política no es de líderes, sino de referentes.


DB: ¿Siente que en el paro nacional de 2019 hubo alguna posibilidad de cambiar algo en el país?


L. R.: Hasta un punto creí que se iba a lograr una manifestación importante e impulsada por lo que estaba pasando en Chile. Cuando vi que se empezó a caricaturizar la situación, eso de besatón y yogatón, toda esa mierda inoperante, me desanimé mucho. Creo que fue un mensaje, como si se dijera: “Toc, toc, puede haber algo más grande que eso”. Se dio un mensaje: no el que me hubiera gustado, pero se dio.


El saco, prenda fundamental del noticiero, es una donación del papá de su novia. Pintura: El Verdugo.

DB: En su entrevista con Gonzalo Guillén, usted dijo: “Si nosotros supiéramos quienes somos, tendríamos más argumentos para exigirle al Estado”. ¿A qué se refiere?


L. R.: Hay una carencia de identidad que se refleja en las clases populares. El pobre no sabe quién es, está siempre acumulando cuando tiene plata. Cuando el pobre tiene [dinero], lo primero que hace es echarle otra plancha a la casa y comprarse el equipo de sonido para ocupar un vacío que hay ahí. Pero usted le pregunta quién es y no sabe. Le va a responder con el nombre, pero ¿quién es de verdad? Se va a salir por la tangente y nunca va a contestar eso.

Como hay esa falta de identidad, no sabe para qué o por qué pelear. Hay gente que se muere contenta consiguiendo la moto o comprando el carro o la casa propia, pero nunca supo quién fue, y eso es grave. La misión del ser humano es venir aquí a fortalecer el ser. Si vos no entendés tu ser, ¿entonces pa qué viniste? No tiene sentido existir sin saber qué es lo que sos. Para mí es así.


DB: En repetidas ocasiones ha dicho que no se le puede criticar todo a la gente, porque “el individuo no está terminado, [sino que] siempre está en un proceso de constante cambio”. ¿En su proceso qué anda deconstruyendo?


L. R.: El machismo. Creo que caigo todos los días en micromachismos; no te puedo hablar de un machismo exagerado, porque no soy un golpeador de mujeres ni nada, pero a veces digo cosas o tengo actos que pueden caer ahí. Creo que van a pasar muchos años para que pueda entender a qué apunta el feminismo, no en las mujeres, sino en la sociedad, y puede ser muy tortuoso por cómo lo criaron a uno.


Tengo una hija de 10 años y no quiero que ella vea en mí una figura retrógrada, un man enquistado en conductas de siglos pasados. Cambiar las formas también. Yo no me siento a gusto puteando todo el tiempo, pero tampoco he encontrado el camino para opinar y que siga generando el mismo interés.


DB: ¿Considera que es una persona capaz de aceptar las críticas a sus creencias?


L. R.: Sí claro, yo he creído en muchas cosas que terminan siendo una mentira para mí: como la radio, las relaciones, algunas personas, endiosamientos, la misma religión. Fui criado en una familia muy católica, y ahora no creo en nada de eso. Me he chocado con una parte de mí que cree que hay un dios castigador, que en cualquier momento voy a pagar todo lo que estoy diciendo de otros o todo el mal que en algún momento he hecho.

Sus escritores favoritos son Philip Roth, Michel Houellebecq y Louis-Ferdinand Céline. Foto: Alejandro Niño

DB: ¿Ha pensado en botar todo y salir a hacer otra actividad?

L. R.: Todos los días quiero coger la moto y arrancar un viaje y no volver más, pero puede ser que allá no encuentre lo que ando buscando. Todos los días dejo morir un síntoma: yo soy ansioso, y anteriormente creía que me iba a morir de un infarto o de un derrame. Todos los días estoy dejando morir algo que generaba esa ansiedad.


No es dejar proyectos tirados, son cosas mínimas que van alimentando el ser. Hay que desarraigarse de agonías, dolores o alegrías que fueron pulverizantes en un momento y que ahora no lo son tanto. Con el tiempo, todo empieza a ser diminuto. Cuando vos vas y vienes, te das cuenta de que no fue tan grave, ni tan áspero ni tan triste.


DB: Y en lo físico, ¿tiene miedo a que lo maten o a las amenazas?


L. R.: No, porque en parte siento que me hacen un favor. Si me matan, es como una conclusión de la obra. Si me matan ahora mismo, sería perfecto, me voy feliz y logro mi propósito. Si en diez años no tengo nada que ver con Notiparaco y por eso me matan, sería un autogol.


DB: Usted no se considera activista, ¿por qué?


L. R.: El activismo está en los territorios: en el líder social, en la persona que va a su pedazo de tierra y la defiende, que se enfrenta y conoce el panorama político y hace pedagogía en el plano real y físico. Yo lo que soy es un comunicador que tiene la capacidad de hacer más grande la información y hacerla llegar a más personas; esa es mi función, es lo que tengo claro. Si voy al campo del activismo, no me sentiría capaz de hacerlo: no me interesa ejercer política bajo ningún contexto.


DB: Pensando en un futuro alejado de lo político, ¿sigue en pie la idea de hacer un libro?


L. R.: Sí, claro, ahora estoy escribiendo uno para mi hija; se llama 12 cartas para Martina. Y estoy escribiendo uno autobiográfico, más de realismo sucio. Con los años, más me voy entregando a eso. Escribir el libro es más un propósito, pero me ha costado: escribir no todas las veces me fluye.


DB: Me dijo que todos tenemos que venir al mundo a buscar la razón de nuestra existencia. Esto lo entiendo como un propósito de vida. ¿Tiene luces de cuál es su propósito?


L. R.: Yo quería ser relevante y dar un mensaje que a mí me gustara, pero mi propósito de vida mañana puede cambiar. Por ahora soy el man que se la está jugando toda por dar ese mensaje a la gente. Y sé que no les va a llegar de ninguna otra forma, si no es descarnada y visceral.


DB: Deme un ejemplo.


L. R.: Te lo pongo así: si vos ponés este libro [señala un libro sobre la relación entre Hemingway y Fitzgerald, que está sobre la mesa] versus mi canal de YouTube, una persona pobre seguramente va a ver mis videos. No leerá a Hemingway porque no lo conoce y el nombre lo va a asustar, pues no sabrá ni cómo pronunciarlo. Mi forma de comunicar —descarnada y visceral— tiene un precio, porque ante las élites intelectuales estoy quedando como una hijueputa bestia, como un bruto porque no estoy utilizando sus formas.


Pero ¿para qué voy a quedar bien con una parte chiquita que no representa a Colombia, cuando puedo ir a lo grande, a lo inmenso, y hacer que ellos se empoderen y que su furia sea tan grande que genere un cambio? Hago ese esfuerzo para que la comunicación sea directa, para que la gente se empodere. En algún momento de mi vida, si llego a ese punto de iluminación, pues me convierto en Hemingway, cuando sienta que hice mi trabajo. Pero ahora no puedo y tampoco lo voy a hacer.

 
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