Jorge Ramírez “El Abuelo” ha sido el capitán de la librería El Dinosaurio durante 65 años. La digitalización de la literatura no le preocupa y piensa que no es competencia para su negocio, pues sus asiduos visitantes son quienes se encargan mantener esta librería a flote.
FOTO: Tomada por Natalia Rivero.
Los pasillos de la librería El Dinosaurio están llenos de estantes de madera con libros empolvados. Jorge Ramírez “El Abuelo” es el dueño del lugar y dice que ahí habita el fantasma del poeta bogotano Juan Gustavo Cobo Borda. No ha muerto, pero desde que dejó de visitar el lugar para intercambiar y comprar libros, su ausencia habita cada rincón de la casa. Jorge piensa que su edad y sobrepeso le impiden ahora al poeta retomar el camino a la librería.
Así como Cobo Borda, quienes visitan El Dinosaurio son lectores incansables. Cada que vienen, buscan rescatar del olvido ejemplares que en su momento fueron devorados con avidez, y al ser terminados, se quedaron descansando en sus bibliotecas. Jorge, así como otros libreros que comercializan textos de segunda, le devuelven la vigencia a aquellas piezas que tienen sus hojas desgastadas y que se han convertido en un estorbo para sus dueños. Para él, “los libros luchan solos; llegan a esta librería para reinventarse y para poder buscar, no otro dueño, sino otro lector, o si es el caso, muchísimos lectores”. Eso es lo que más le apasiona de su trabajo.
El Dinosaurio nació en 1955 con las casetas ubicadas en la acera sur de la Calle 19, en todo el centro de Bogotá. Allí, pequeños grupos de libreros y melómanos se instalaron para comercializar informalmente vinilos y literatura a un precio bajo. Jorge llegó cuando tenía apenas 20 años. Desde el colegio disfrutaba leer y cuando se graduó, vio que comprar y vender libros era un buen negocio, así que decidió montar también su puesto de lata.
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Las latas fueron mutando en paredes cada que el negocio iba creciendo. Ahora está ubicado en la Calle 45 con Carrera 22. En sus paredes naranjas hay una ilustración de un dinosaurio verde con escamas y dientes, está rodeado de libros como Cien Años de Soledad. Él es quien custodia la entrada al palacio de libros.
Al entrar, se ve a Jorge sentado en una especie de silla de madera con un espaldar acolchonado, similar al que tienen las bancas de los buses. Es casi su trono, permanece buena parte del día allí mirando la calle y saludando a los visitantes de su reino literario. “Buenas veci, vengo a hacerle un trueque de libros”, le dice un chico con cabello verde mientras lo saluda. Viene a cambiarle seis libros por uno que esté “bien bueno”. “Lo bueno del libro de segunda es que se puede hacer cualquier cosa con él. Usted puede venir acá y leer 10 o 20 minutos, traer sus libros y cambiarlos”, cuenta Jorge.
María Teresa y Javier atienden el negocio mientras Jorge continúa en su trono. Dice que la venta de libros siempre va a continuar, aunque ahora los estén digitalizando. “Yo digo una cosa, los que han leído van a leer en cualquier formato a cualquier momento”, dice Jorge. Cuenta que a su librería van las mismas personas de siempre porque cultivar a un lector es muy difícil. “Por fortuna hay unos lectores recalcitrantes que mantienen las librerías y esta cultura. Siempre van a ser casi los mismos, porque a un profesor o un buen lector le toca leerse lo de un millón de lectores: eso salva al país y a las librerías”, explica “El Abuelo” de El Dinosaurio.
Para Jorge los libros perviven por sus autores, más que por su contenido. Considera que su labor, más allá de compartir su amor por la lectura es rescatar de los anaqueles empolvados aquellos libros que ya perdieron su vigencia para quien los tiene en su poder. Vender libros de segunda también es un compromiso con el planeta para este ‘Abuelo Dinosaurio’ porque se reutiliza el papel y se revive ese amor por la lectura, que así, como los dinosaurios, puede llegar a extinguirse de una persona en cualquier momento.
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