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Queerísima: el arte de ser distinta

Por: Sergio Esteban Párraga // Revista Impresa

Fotos: María Montoya

La realidad es mucho más compleja y colorida de lo que parece. Hay personas que, como María Montoya, rompen esquemas y no encajan en modelos tradicionales. Esta artista visual de 23 años habló con Directo Bogotá sobre la cultura queer en Colombia y la importancia que esta adquiere en El Ivaginarium, su última obra.

Foto: María reposada: Parte del proyecto de El ivaginarium es un libro en el que están todas las fotos compiladas y sus respectivas ofensas y significaciones. Archivo María Montoya

Desde el pelo hasta las uñas, no hay nada en María que no luzca distinto que los demás. Su manera de vestir y de expresarse es tan única como ella misma: colores vibrantes en sus prendas y maquillaje, ropa única que ella misma ha confeccionado y un corte de cabello corto, casi andrógino, que encaja perfectamente con lo que ella es. María ha convertido lo queer en un estilo de vida, en algo que ella define como “una puerta a un mundo donde encontramos todo lo imaginable y lo que aún no se ha imaginado”. También lo ha implementado en sus manifestaciones artísticas, como pintura, fotografía, libros, ropa y bordados.


Ser queer es actuar, vestirse e identificarse libremente resistiéndose a cualquier categoría de género. Siempre han existido personas que sencillamente no encajan en ninguna asignación tradicional: no son mujeres ni hombres; no son homosexuales ni heterosexuales; no tienen raza ni clase social. Son personas sin etiqueta, y tampoco buscan tenerla. Para María, identificarse como queer fue una decisión que le cambió la vida, pero que también la expuso, como a muchos otros, a la discriminación y la violencia de género.


Ella ha logrado plasmar la ofensa y el rechazo a lo diferente en El ivaginarium, una obra que busca resignificar los insultos y las etiquetas que le han puesto a lo largo de su vida. En ella, además, resalta a la comunidad queer mediante la iconografía popular colombiana y latina. Elementos como los ponchos, los bigotes, los reinados de belleza, la religión y las concepciones tradicionales de la mujer y el hombre han quedado plasmados en una serie de fotografías, bordados y atuendos —a su vez recopilados en un libro— que toman elementos prestados de la cultura drag queen y LGTBIQ+. Su obra juega con la sexualidad y las categorías de género haciendo uso de los colores del arcoíris como símbolo de diversidad y diferencia. Se trata no solo de cambiarles el sentido a las ofensas o a las etiquetas que ha recibido durante toda su vida, sino también de hacer de lo queer algo enteramente colombiano.


La cultura queer ha estado presente desde hace décadas con los disturbios de Stone Wall y los famosos balls de la vida nocturna neoyorquina, donde los queers, las personas que no se identificaban con ninguna asignación tradicional binaria, bailaban con tacones altos y gruesos bigotes. Lo queer no siempre ha significado orgullo y diferencia, sino que durante muchos años significó anormalidad y rareza, pero no se fundamenta simplemente en el no encajar: se trata de no encajar en nada siendo todo a la vez. Es una lucha constante por la diversidad. En lo queer, lo femenino, lo masculino y cualquier representación social o etiqueta se resignifican para complementarse y convertirse en un juego para el disfrute de la persona; no hay cohibiciones en la forma de actuar, verse, vestir o amar.

 

Esta entrevista hace parte de nuestra edición impresa número 70. Le invitamos a verla

 

Directo Bogotá [DB]: ¿Qué significa lo queer para usted?

María Montoya [M. M.]: Es, básicamente, entender que en el mundo las categorías binarias no son las únicas existentes para definirse. Es una puerta abierta a absolutamente todas las posibilidades del ser, sin que haya limitaciones y sin que tengamos que meternos a nosotros mismos en una caja. Es el mundo donde cabe todo lo imaginable y lo que aún no imaginamos; no hay ninguna limitación para vivir la experiencia humana. Mucha gente dice a veces: “Entonces lo queer es una etiqueta”, y yo digo: “Sí es una etiqueta, es la más amplia de todo el espectro”.


DB: ¿Por qué su interés particular en la comunidad queer y cuál es el valor que adquiere en su propuesta artística?

M. M.: Mi interés parte del saber que yo soy parte de ella. Me asumo como una persona queer, y las personas cercanas a mí, tanto amigos como familia, también son parte de la comunidad. Es mi vida, es lo que yo soy, es lo que yo represento. Dentro de mi propuesta artística es imposible separar algo que hace parte de todos los aspectos de mi vida, pues mi arte está enteramente atravesado por lo que yo soy, no solo porque parte de toda mi experiencia personal desde niña, sino porque es lo que veo todos los días en mi entorno.

Imagen: María se apropia de lo drag y del transformismo para darles sentido a sus personajes y enfatizar en la dualidad de lo femenino y lo masculino. Archivo María Montoya

DB: ¿Ve su obra como una forma de activismo?

M. M.: Me da un poco de miedo decir que hago activismo con mi obra, pues para mí ser activista impone muchas responsabilidades. Hay que ser una figura muy constante. Si bien no cumplo con el deber ser de una activista, sí creo que dentro de mi obra hay una carga de mensajes y posturas importante: todo lo que hago, por cursi e infantil que parezca, tiene mensajes para estas minorías. Intento marcar posiciones y opiniones de lo que he vivido y de lo que creo.


DB: ¿Qué es y en qué consiste El ivaginarium?

M. M.: Fue mi proyecto de grado de Artes Visuales. Quería que fuera un compilado de todo lo que hice durante todos esos años de carrera: crear outfits, escenarios y estilos; aprovechar el color, la fotografía y otros elementos visuales, como el texto o el maquillaje. Es una recopilación de ofensas resignificadas por medio del color, de lo drag, de los personajes y, sobre todo, del vestuario y los objetos. Todas estas apropiaciones no solo las dejé en este proyecto, sino que las implementé en mi cotidianidad. Así como vestí a los personajes, me visto yo; así me maquillo o me peino, y así me gusta mostrarme al mundo. Mi proyecto y yo son dos cosas que no se pueden desentender una de la otra. El uso en mi vestuario y en mi maquillaje de colores extravagantes, de prints llamativos, de lo no convencional, lo colorido y lo exagerado es algo que hace parte de mi identidad y de mi obra.

Para María, los tatuajes también cumplen una función determinante tanto en su estilo como en su obra. Archivo María Montoya

DB: ¿Qué técnicas emplea en sus obras y por qué el uso tan particular del color?

M. M.: Principalmente, el bordado y todo lo que tiene que ver con lo textil y el vestuario. También hago uso de la pintura y la fotografía; esas son las tres técnicas más evidentes en mi obra. Para mí, el color es muy importante, porque yo era una persona muy oscura y eso tiene que ver con mi realidad emocional. Es pasar de lo oscuro —asociado al no poder ser— al color —asociado a la libertad y la aceptación de lo que siempre he sido—. Yo ya no puedo dejar de ser un arcoíris porque es la manera en la que me siento internamente, es el deseo de vivir la vida a todo color. Esto también tiene que ver con que mi obra está asociada comúnmente con algo muy infantil y sobrecargado, pero lo que la gente logra ver más allá de eso es que detrás de esa explosión de colores hay una realidad difícil, hay dolor. Y el uso del color habla, precisamente, de la capacidad de sobreponerme a ese dolor y a esa ofensa. Como digo siempre: lo que hice fue pintar mi mierda de colores.


DB: ¿Por qué las referencias a lo colombiano en elementos como la religión o los reinados de belleza al hablar de un tema que aún no es común en nuestro contexto?

M. M.: Más bien es algo que no se ha visibilizado de la manera como ha sucedido en otras culturas. Lo queer siempre ha existido y ha estado desde hace muchísimos años, lo que pasa es que la visibilidad y la aceptación son algo por lo cual luchamos todos los días en nuestro contexto. La teoría queer sí puede que sea un concepto nuevo, pero cuando uno entra a ver qué es lo queer, uno se da cuenta de que siempre ha estado ahí y siempre va a estar. Las referencias de lo colombiano y de lo latino tienen que ver con lo mucho que me ha marcado ser latina y colombiana. Son contextos que no puedo ignorar. Y, como persona, tengo que enunciar desde mi contexto siempre y darle visibilidad y propiciar ese debate que falta en Colombia.


DB: ¿Cuál es el propósito de su obra en la coyuntura actual?

M. M.: Desde el inicio, mi propósito ha sido algo muy personal: tiene que ver con curación, catarsis y sanación. Como artista, me han marcado esos procesos tan propios y personales, y a la vez tan expuestos y públicos. Ver cómo otros seres humanos han logrado encontrarse ha sido un gran regalo. No sé si tenga un propósito social muy amplio, pero creo que, desde lo personal, uno va abriendo caminos y borrando fronteras. El compromiso era conmigo y con mi proceso de sanación, y afortunadamente he logrado que otros también sanen y lo hagan suyo.

Para María, la religión y la educación religiosa fueron determinantes en la construcción de El ivaginarium. Archivo María Montoya

DB: ¿Qué papel tienen la feminidad y la masculinidad en su obra?

M. M.: He tenido la fortuna y el trabajo de entender que dentro de mí hay muchas posibilidades de ser, y que no solo está la categoría de lo femenino por ser mujer y asumirme como mujer, sino que también está lo masculino y otras categorías que sencillamente son indefinibles. Hay puntos medios: a veces no soy ni una cosa ni la otra; me doy la oportunidad de transitar mi sentir, ser lo que yo quiera y reconocer que soy una persona diversa, amplia y cambiante.

Para la construcción de mi obra era muy importante que las personas no pudieran crear esos juicios de valor y esas asignaciones comunes; es decir, que tanto los objetos como los atuendos tomaran prestado cosas de lo drag y de las consideraciones binarias de lo masculino y femenino: un hombre con tetas, una mujer con bigote. Es una mezcla de todo lo que imposibilite categorizar mi obra y encasillarla: es lo queer en su más pura expresión.

 

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DB: Vemos que las piezas de El ivaginarium corresponden a una ofensa o etiqueta que usted recibió en algún momento de su vida ¿Qué importancia adquieren las ofensas en su obra?

M. M.: La importancia de la ofensa radica en una experiencia muy personal. Yo tuve que hacerme cargo de todas las ofensas e insultos que he recibido a lo largo de la vida, resignificándolos y apropiándome de ellos, defendiendo y abanderando lo que yo soy, así la sociedad piense que no está bien y que soy rara.

La ofensa es muy importante para mí, porque al momento en que la resignifico deja de ser una ofensa, deja de ser algo que me hiere y se convierte en algo que me empodera; la he aprovechado en algunas obras más que otras, como en El ivaginarium, pero es algo que siempre tengo presente no solo en mis creaciones, sino también en mis discursos.


DB: ¿Cómo es ser queer en Colombia?

M. M.: Es duro. No quiero decir que en otros países sea fácil, hay mucho que luchar a nivel global todavía. Sigue siendo algo muy complejo y peligroso. Y digo “peligroso” en la medida en que aún hay mucha desinformación y muchas personas que no reconocen las libertades de los otros para decidir lo que quieran ser y sentirse libres en sus cuerpos y en sus ideas. Es peligroso porque esas personas que no lo entienden ni lo respetan amenazan, violentan, matan y hieren.


Lo complejo es luchar contra la violencia; aún hay mucho que hablar y visibilizar, pues es una lucha constante. Es lo mismo que pasa con el feminismo: es una reflexión diaria, una lucha de todos los días; se trata de repensarse y cuestionarse, empoderarse y seguir adelante. Es algo que no acaba. Me siento muy feliz de que cada vez logramos más cosas, se abren más espacios de apoyo y escucha, se habla más de lo queer. Me alegra, pero no hay que rendirse: debemos seguir en el proceso.


 

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