Conducir taxi y bicitaxi puede tener sus diferencias, aunque al fin y al cabo son más las similitudes que unen estos trabajos nacidos por la necesidad y falta de oportunidades laborales en el país.
Taxis frente al supermercado Éxito de la 170. Bogotá. // Fotografía tomada por: María Fernanda Gutiérrez Ruiz
En el concurrido tráfico de Bogotá, sobre las calles llenas de baches, circula uno de los muchos Hyundai Atos amarillos registrados en la ciudad. Con el taxímetro siempre encendido, realiza aproximadamente 25 recorridos cada día. En el asiento del conductor está Gabriel Pérez, un administrador de empresas, quien debido a algunas dificultades económicas empezó a conducir taxi hace 20 años.
El hombre de baja estatura, tez morena, ojos verdes, bigote y cabello negro, del cual sobresalen varias canas, conduce todos los días de mañana a noche. Su edad está entre los 50 y 60 años. A lo largo de su rostro se esparcen pequeñas manchas provocadas por la constante exposición al sol, al igual que en el dorso de sus manos y lo que deja ver de sus brazos cubiertos por una camisa de color rosado, remangada hasta un poco más abajo de los codos; un pantalón de paño color negro cubre sus piernas.
En el bolsillo trasero del asiento del conductor están guardadas dos revistas Don Juan, dispuestas ahí para el entrtenimiento de los pasajeros. En una de ellas se ve una representación tipo cómic de la actriz Sofía Vergara desnuda en la portada, con el título "Wonder Woman" en letras amarillas y azules, justo debajo del nombre de la revista; el otro número tiene como portada al jugador de fútbol, James Rodríguez.
Colgado, o más bien pegado, sobre el panorámico del carro se encuentra un pequeño aviso negro en el que se lee “No Fumar” en letras rojas. Del espejo retrovisor del vehículo cuelgan un par de audífonos negros y un collar con un dije plateado oval de la virgen del Carmen. Un trapo color blanco lleno de manchas y agujeros reposa arrugado bajo el freno de emergencia y una tablet marca Lenovo sobre el tablero indica rutas de la aplicación Tappsi.
“Tienes que tener casi 150 millones de pesos para tener un taxi”, expone el hombre en un tono lento y pausado, mirando al frente.
El cupo en las empresas reguladoras de los vehículos amarillos de servicio público cuesta alrededor de 100 millones de pesos y, a ese gasto hay que añadirle el costo del automóvil. Los más económicos tienen aproximadamente el precio de 28 millones de pesos y en aquellos que son más costosos, habría que gastar unos cuarenta millones.
Taxi circulando en Bogotá. // Fotografía tomada por: María Fernanda Gutiérrez Ruiz
Las empresas de taxis no le brindan ningún tipo de garantías a los conductores, pero estar afiliado a alguna de ellas es requisito para hacer circular uno de esos vehículos en la ciudad. Todos los gastos que este trabajo puede conllevar son total responsabilidad del conductor y la lista es bastante larga.
Se debe pagar por el rodamiento dentro de la empresa, lo cual oscila entre los 40 mil y 50 mil pesos mensuales. Para poder hacer recorridos fuera de la ciudad es requisito contar con una planilla de viaje que vale 7 mil pesos. Además, se tienen que comprar seguros adicionales al seguro obligatorio (SOAT). Se deben tener los llamados seguros actual y contractual, los cuales solo cubren daños a terceros. Si se quiere tener el automóvil propio asegurado hay que obtener un seguro contra todo riesgo. Los radioteléfonos y la seguridad social también corren por cuenta de los conductores.
Una mecánica voz femenina enunciando direcciones y lugares, y otra masculina exclamando “Easy, Easy Taxi”, retumban en el carro cada par de minutos durante el recorrido.
Gabriel Pérez asiente con la cabeza y mira por el espejo retrovisor mientras habla, “pero la verdad es que sí ganamos mucho más del mínimo”, dice.
Las ganancias que se reciben de conducir taxi no permiten darse lujos o derrochar dinero a diestra y siniestra. Pero le permite, a quien es dedicado, tener un hogar digno y “comer bien”.
“Esto no se puede trabajar más de 15 horas. Es agotador. Bogotá es una ciudad de trancones en donde uno llega con la pierna izquierda ya bastante adolorida de tanto usar el clutch”, enfatiza la afirmación dándole pequeños toquecitos a su pierna con la mano derecha.
No solo el tráfico dificulta la tarea, sino también la inseguridad. Conducir por las calles de la ciudad a altas horas de la noche constituye un gran riesgo para cualquiera. Generalmente se conoce el peligro de que una persona tome un taxi en la noche, pero no los riesgos que los conductores de estos vehículos corren también. “La seguridad no la tenemos que proporcionar nosotros mismos” - Pérez abre los ojos y asiente con la cabeza- “De noche estoy de acuerdo en que pregunten: ¿para dónde van?”.
Taxis frente al supermercado Éxito de la 170. Bogotá. // Fotografía tomada por: María Fernanda Gutiérrez Ruiz
A pesar de todos los contratiempos que conlleva conducir un taxi, la remuneración económica y el sentimiento de contribución a la sociedad son suficientes para compensar aquello. Tanto así, que por la cabeza de Gabriel Pérez no pasa la idea de trabajar en algo diferente, porque después de todo, “la vida es de riesgos” y el riesgo de ser taxista vale la pena.
Pero Pérez no es el único que está satisfecho con su trabajo.
En la calle 170, en el barrio Alameda, muy al fondo, junto a un canal de desechos que se ve mejor de lo que se pensaría, se estaciona Diego Murcia con su bicitaxi amarillo. Desde hace ocho años espera pasajeros ahí todos los días.
Su edad podría ubicarse alrededor de los 40 años. Lleva el cabello castaño corto y una barba de unos dos días rodea su boca. Usa un par de gafas de sol de un tono plateado que, aunque con múltiples rayaduras, permite que quien está frente a él se vea reflejado en los lentes. Su torso está cubierto por un chaleco color verde militar con ocho cremalleras repartidas a lo largo de la tela. Debajo de este, un saco a rayas grises y blancas le abriga los brazos.
Bicitaxi circulando en el barrio La Alameda. Bogotá. // Fotografía tomada por: María Fernanda Gutiérrez Ruiz
De su hombro derecho cuelga una maleta tipo canguro de Totto color vino tinto, que se extiende hasta el lado izquierdo de su torso, de forma diagonal; esta tiene dos compartimientos separados, los cuales Murcia usa para guardar el dinero que recibe por su trabajo. Detrás de su cabeza, pegada al plástico del carrito, se halla una estampa de la Santísima Trinidad, en la cual sobresale la imaginen de Jesucristo extendiendo los brazos con los ojos caídos, como en una suerte de mirada piadosa.
Lleva zapatos tipo Crocs color verde militar, pero en lugar de los tradicionales hoyos circulares, están decorados a rayas. Debajo de estos, usa un par de medías azul oscuro en las que se lee "Sports" en letras negras y blancas.
Se acomoda en el asiento de la bicicleta. Posa su mano izquierda en un barrote de metal que se ubica sobre su cabeza y se une a toda la estructura del carro amarillo. Estira su cuerpo ligeramente hacia atrás y habla con voz queda, casi un susurro: “lo que pasa es que el mínimo ahorita no alcanza para nada”.
Para iniciar como conductor de bicitaxi generalmente se debe conocer a alguien que ya esté trabajando en ello para que lo introduzca en todo el tema. Una vez tomada la decisión, el siguiente paso es conseguir el carro.
Existen varias fábricas de bixitacis en la ciudad de Bogotá, pero las principales se encuentran en el barrio de Patio Bonito y sus alrededores. Cada quien cotiza su carro y lo manda a hacer a su gusto personal. El precio de uno de esos vehículos se encuentra alrededor de 1'600 000 pesos. La opción de compartir un carro y trabajar medio tiempo también es válida.
En algunos barrios se instalaron cooperativas de bicitaxis que exigen una suma determinada por el cupo del vehículo. Sin embargo, el caso de La Alameda fue distinto.
Diego Murcia toma ambos manubrios del carro y habla en voz baja, “acá unos muchachos llegaron, vendieron y se fueron. Y los que les compraron vinieron y trajeron conductores.”
Bicitaxis en el barrio La Alameda. Bogotá. // Fotografía tomada por: María Fernanda Gutiérrez Ruiz
En el trabajo de conducir bicitaxi se vive del día a día. Pero lo que se gana es destinado solo a quien conduce el carro. Aunque se debe cotizar un porcentaje para el mantenimiento del vehículo. La carpa plástica que lo cubre se reemplaza cada año aproximadamente, así como el mantenimiento del interior, las sillas, etc.
“Yo creo que se gana más del mínimo, sí”, dice, estirando las piernas y asintiendo con la cabeza.
Con el mismo recorrido que no toma más de 10 minutos cada día, se logra recaudar más de 600 mil pesos mensuales. Lo suficiente para vivir con tranquilidad.
En Alameda hay siete rutas de bicitaxi. El precio más alto para un recorrido es 2000 pesos y el más bajo es 1200 pesos.
Las rutas son cortas para evitar que el trabajo sea aún más exhaustivo y debido a que el precio es fijo, una carrera larga implicaría más pérdidas que ganancias. Al llegar al punto de inicio, usted habría recaudado los mismos mil o dos mil pesos y se encontraría con una fila bastante larga de personas esperando turno, en el caso de que sus otros compañeros no se hubieran hecho cargo de eso para entonces. Lo mismo ocurre con los descansos. Cada quien puede tomar un descanso cuando lo desee, pero cada minuto perdido podría significar un cliente menos.
Bicitaxis en el barrio La Alameda. Bogotá. // Fotografía tomada por: María Fernanda Gutiérrez Ruiz
Murcia ha contemplado la posibilidad de encontrar un trabajo diferente, sin embargo, la buena paga que le otorga el negocio del bicitaxi lo ha hecho retroceder. “El mínimo me alcanza para pagar el arriendo, pero me toca buscarme otra forma de cómo comer”, afirma y ladea la cabeza ligeramente, apoyando una mano en uno de los manubrios del vehículo.
Gabriel Pérez se aleja a paso veloz por la calle en su automóvil de servicio público. Diego Murcia se da la vuelta, abriéndose paso por la ciclo ruta en su carrito impulsado por pedales y un pequeño motor.
A grandes rasgos y, a pesar de que uno trabaje de manera informal y el otro no, tanto un conductor de taxi, como uno de bicitaxi están al mismo nivel si se habla de la falta de beneficios adicionales y garantías que les brinda su trabajo. No obstante, siguen eligiendo la incertidumbre, pues es esta la que les permite comer y vivir tranquilos….por muy irónico que eso parezca.