Me encontré, muy de cerca, un caso de violencia intrafamiliar grave, pero inusual a los ojos de este país; pues como acostumbramos escuchar la violentada, casi siempre, es la mujer. Esta vez no fue así, la maltratada no había sido la mujer, los maltratados no habían sido los niños; esta vez el agredido, violentado, maltratado y vulnerado había sido el hombre.
Un domingo en la mañana, como cualquier otro, cuando viví en el barrio Belén Rincón en la comuna 16 de Medellín, salí a caminar con dos amigos y decidimos subir a la loma de Los Bernales para escuchar música un rato y ver la ciudad completa desde arriba; cuando llegamos a la parte más alta, nos instalamos en unas sillas de concreto y comenzamos a tomar fotos. El día era soleado y el cielo estaba despejado. Me levanté y como a 10 metros vi un hombre de camiseta roja sentado y solo, con la mirada melancólica, perdida en el paisaje. Me empecé a acercar y me di cuenta de que el caminito para llegar a él, estaba marcado por abundantes gotas de sangre, la cual se notaba que estaba fresca. Decidí saludar.
Barrio Belén Rincón- Medellín // Fotografías tomadas por: Natalia Palacio Cano
Cuando lo abordé con un amable saludo, su respuesta fue igual de amable; a pesar de la tristeza y preocupación que reflejaba su mirada, me sonrió y me invitó a sentarme con él. Una vez cerca pude observar que la sangre provenía de su pierna izquierda, él trataba de detener la hemorragia con sus manos, haciendo fuerte presión en la parte superior de la pierna, donde comenzaba la herida. Le pregunté qué le había pasado a lo que me respondió: "Fue con un cuchillo y me duele mucho, estoy esperando hace rato, pero no me puedo parar del dolor, además estoy botando mucha sangre y ni siquiera me he podido encontrar bien las heridas".
Se levantó en un intento apresurado por mostrarme, también para que entre los dos lográramos encontrar los puntos de los que provenía la sangre. No pregunté nada más y busqué inmediatamente en mi bolso algo que pudiera ayudar. El señor no me dijo su nombre, solo me dijo que lo llamaban El Negro y que así me podía referir a él. Le entregué una botella de agua y unas galletas Festival para que comiera algo mientras solucionábamos. Me pidió un favor y ahí logré entender parte de la situación. "Me podría regalar un minuto por favor, necesito hacer una llamada", me dijo, a lo cual respondí sacando mi celular y entregándoselo. Marcó el número de memoria, nervioso comenzó a decir "negrita no me colgués, habláme, ya me dañaste ya ven y me curás las heridas, estoy sangrando mucho y tengo hambre". Se quedaba callado unos segundos y volvía a repetir "No me colgués". Su voz temblaba como si fuera a romper en llanto, pero se contuvo y colgó la llamada y me entregó el celular agradeciéndome el favor.
Barrio Belén Rincón- Medellín // Fotografías tomadas por: Natalia Palacio Cano
“Es que peleé con mi mujer, ella fue la que me hizo esto, no es la primera vez que pasa, por eso la llamo porque sé que se le pasa la rabia y vuelve a curarme y a traerme comida. Ella no es mala, solo que está brava porque no le contesté el celular anoche y ella se imagina muchas cosas, yo solo estaba tomándome unos tragos con unos amigos y pensaba llamarla más tarde”. Miraba el piso mientras me contaba la historia, se cogía la cabeza y repetía que se querían, que eran una pareja muy bonita y se amaban mucho, pero ella era de un temperamento muy fuerte. Solo me quedé escuchando lo que tenía por decir, finalmente, era él, el único que conocía su historia, antecedentes y dinámicas de pareja; solo enfaticé en que no había razón que justificara ese trato, por parte de ninguno de los miembros de la familia o de la pareja.
No es justificable herir una persona por celos, o porque no contesta llamadas, sea el motivo que sea, no se debe herir o atentar contra la vida de nadie de esa manera. No se justifica que una discusión llegue a tales extremos y, lo peor, que los extremos se conviertan en una costumbre; no debemos perpetuar el hecho de agredirnos, el amor no está sujeto al maltrato y al sufrimiento.
Me desamarré una pañoleta de cebra que llevaba en la cabeza y se la amarré a manera de torniquete en la parte de arriba de la pierna para tratar de detener el sangrado, acto seguido le pedí que se acostara en el suelo para que la sangre no siguiera bajando, además que al estar sentado perdía un poco el equilibrio y se veía mareado. Me contó un poco más de su historia, como quien trata de convencer al otro de que lo malo no es tan malo y de que, en cierta forma, en sus palabras, "yo mismo me lo busqué, yo sé como es ella y fue error mío no contestarle las llamadas, no es la primera vez que pasa y yo ya estaba advertido". Refuté de nuevo, aclarándole que, desde mi punto de vista, nadie merece una agresión así, nadie se lo busca, por más errores que se cometan, la solución nunca va a ser la violencia; el agredir al otro solo va a perpetuar un círculo de maltrato, desamor, pérdida de respeto y demás.
Barrio Belén Rincón- Medellín // Fotografías tomadas por: Natalia Palacio Cano
Me pidió que la llamara más tarde, sí, que yo llamara a su esposa y le dijera que él estaba muy mal y que de verdad necesitaba que le curaran la pierna. La herida era profunda y al preguntarle si lo podíamos ayudar a llegar a su casa, me dijo: " Ese es el problema, yo no tengo casa, la casa es de ella, ¿si ve esos apartamentos gomelos de allá?", me preguntó señalándolos. "Ella vive ahí, yo vivo acá en esta casita abandonada, yo soy desplazado y me enamoré de ella hace dos años y hemos mantenido la relación así, ella vive allá y yo acá, ella me trae comida y cosas para que busque donde bañarme, pero yo nunca voy a la casa de ella, por eso es que no me gusta pelear, porque me quedo solo, todo el día sin ella". Ella, una mujer estrato 5, con todas las comodidades y él, solo en una casa abandonada, acuchillado, esperando volver a verla para "no pelear más".
Pasó un rato y la mujer subió, unos tacones de color púrpura, pantalón apretado, bolso elegante y el maquillaje bastante acentuado, llegó con mala cara y una coca de comida, fréjoles y arroz, por lo que alcancé a ver, lo miró y le dijo en un tono bastante fuerte: "No se queje con la gente que usted sabe que se lo ganó, no me pinte a mí como la mala", dijo. El trato, así fuese de palabra seguía siendo tosco y violento; él rogó perdón y prometió, con lágrimas en los ojos, no volverlo a hacer. Una vez más fui testigo de una injusticia, pero esta vez era consensuada, un caso en el que las partes conocen sus roles de poder, el miedo y la necesidad median la situación y termina en el inicio del círculo: un "te perdono", un beso y una promesa de cambio. Todo esto, después de dos heridas de arma blanca en una pierna y toda una mañana de dolor. Sigo pensando: ¿qué tan necesario era todo eso?
Creí que mi papel había terminado, ya había ayudado en lo que me era posible. La mujer me miró de manera despectiva y dijo: "Acá ya me quedo yo con él, pueden bajar". No quedé tranquila por la situación y el estado vulnerable del Negro, pero asumí que entre sus dinámicas de pareja, la reconciliación y el perdón eran el siguiente paso. Partimos del lugar y pasadas algunas horas, a eso de las 8:00 pm subimos de nuevo a llevar algunos medicamentos para las posteriores curaciones, gazas, agua oxigenada, pañitos húmedos y demás; cuando llegamos al lugar, se escucharon algunas risas que provenían del interior de la casa abandonada, el actual hogar del Negro, me asomé en su búsqueda y me encontré con un cuadro bastante particular: estaban acostados en una especie de cama improvisada, un colchón rojo, una que otra almohada y una sábana de colores que los cubría, la mujer consentía la cabeza de su "amado" y él, como un bebé que acaba de recuperar su chupo, sonreía y afirmaba ya estar bien.
Pies ensangrentados // Barrio Belén Rincón // Fotografía tomada por: Natalia Palacio Cano
En Colombia son abundantes los casos de maltrato y violencia intrafamiliar. Cada año se presentan alrededor de 6000 agresiones a hombres por parte de sus parejas o exparejas. No lo vemos, no lo sentimos, no lo criticamos, ni luchamos porque no sea así. La visibilización está enfocada al maltrato a la mujer y está bien que dé a conocer, pero no hay que dejar de lado la otra cara. Las agresiones no pueden ser justificadas, no podemos conformarnos con no ser maltratadas; como mujeres, debemos también trabajar por reducir el maltrato al hombre, por no quitarle importancia por el simple hecho de que sea hombre y sea "más fuerte", no seamos nosotras las que perpetuemos los roles de género. Nadie debe maltratar a nadie y somos los encargados de reivindicar las dinámicas de las relaciones de pareja, somos los encargados de construir relaciones diferentes en las que el respeto, el diálogo y el amor sean la base, no el sufrimiento, las agresiones, el drama y demás modelos errados que vemos en la televisión.