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Sebastián Ramos //

Ríonegro, un barrio de mecánicos con mucha historia


Ochenta y tres años de existencia son poco para las decenas de historias, anécdotas y personas que han pasado por el barrio Rionegro, ubicado en la localidad n°12, en Barrios Unidos de Bogotá. Sus fundadores, Román Alvarado y su señora Peregrina Martínez, y Francisca López y su padre, sentaron los primeros pilares para que este barrio siga estando en pie hoy en día.

En la década de los 30, el paisaje era mucho más natural y el lugar estaba conformado por tres potreros: Santa Cecilia, Los Pinos y los Cerezos. Una pequeña casa, la primera del lugar, resaltaba a la vista. Era la del señor Pedro Pinilla. Ubicada a tan solo unos pasos del río Rionegro, afluente que años después le iba a dar el nombre a este barrio.

Las primeras familias llegaron de pueblos vecinos de Cundinamarca como Gachancipá, Tocancipá, Cota, Suba y Subachoque. Las tradiciones del campo seguían intactas. Se cultivaban frutas, vegetales y cereales. El agua se extraía de un pequeño pozo y de lagunas cercanas a la zona.

A finales de los 30 llegaron a este lugar los señores Ubaldo, Milciades y Reyes Gil, quienes compraron el potrero Los Pinos, cerca al río Rionegro. Duraron 20 años dedicándose al cultivo de hortalizas, pero en la década de los 50 decidieron empezar a lotear los terrenos.

Finalizando está década, las tradiciones del campo estaban por acabarse para dar paso a un modo de vida más urbanizado. A finales de los 80 un gran cambio estaba llegando. Era tanto el progreso del barrio que un 60% del lugar se iba a convertir en comercio. Depósitos, y talleres de mecánica se veían por doquier.

“Ver el progreso de este barrio ha sido algo asombroso. Todo fue en un abrir y cerrar de ojos, porque anteriormente todo era campo y no había mucho comercio. Ahora en cada cuadra se encuentran entre cuatro y cinco locales de distinto tipo”, cuenta Alfonso Vanegas, dueño de un taller de mecánica desde hace más de 30 años.

Los años pasaron y el progreso comercial y de infraestructura se consolidó. Hoy en día el barrio Rionegro es un espacio que se reparte sus calles entre viviendas, restaurantes, panaderías, tiendas de frutas y verduras, ferreterías, bodegas entre otros.

Recorrer sus calles es darse un banquete de sonidos, aromas y sabores. Pasando por las distintas calles, los transeúntes podrán escuchar las máquinas de los talleres mecánicos. Oler el delicioso pan recién salido del horno con un café en leche caliente de la panadería Trigomanía o deleitar el paladar con un exquisito tamal, típico de los fines de semana o de un 25 de diciembre.

Las festividades no se quedan atrás. La semana mayor reúne a decenas de feligreses y actores para hacer el viacrucis por las calles más importantes del sitio. Los bazares siempre son una buena opción. Música, comida y un ambiente acogedor reúne a familias de este barrio en la parte trasera de la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe para reunir fondos en pro de actos benéficos.

A pesar de que hoy en día la parroquia no muestra su mejor cara, puesto que su fachada está agrietada y representa un riesgo para las personas, siempre se ha tenido este lugar como centro de referencia del barrio. Abrió sus puertas en 1959 y su primer párroco fue el español Felipe Rubio de la Fuente. Actualmente los sacerdotes y la comunidad luchan contra el Estado para que la iglesia logre ser reparada.

“Me agrada más el barrio como está ahora con tanto progreso y la facilidad para ir a lugares o para comprar cosas. Pasar de los potreros y los cultivos de antes a las amplias calles de hoy es algo que sucedió muy rápido. Sin embargo, no se me olvidan esos tiempos en los que lo poco significaba mucho. Jugábamos a la golosa, a la pelota y a las escondidas cuando era niña”, señaló a Directo Bogotá María del Carmen García, habitante de Rionegro desde hace 85 años.

Y es que, aunque pasen los años, las costumbres no se pierden. Pasar un diciembre en Rionegro es oír la risa de los niños, los estallidos de la pólvora y la música de Buitraguito, Rodolfo Aicardi y de “El Loco” Quintero en cada esquina. Por esto días las galletas Noche Buena y Caravana de Noél, el vino Cariñoso de manzana, los buñuelos y la natilla de la Abuela se ven en las góndolas de los mini mercados, listos para ser comprados para la noche buena y seguir perpetuando las tradiciones del barrio de mecánicos más antiguo de Bogotá.

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