A la "Colombia de bien" se le ha olvidado que por muchos años las FARC fueron la ley y el orden en muchos municipios del país, donde el estado ni había llegado. Ahora se sorprenden del apoyo que estas comunidades les brindan, sin siquiera llegarse a preguntar por qué es así.
Carlos Montaño, coordinador de la línea Conflicto, Paz y Posconflicto de la Fundación Paz y Reconciliación, me contó en una entrevista que presenció la fiesta de quince años de una joven en Arauca donde no solo celebraban su cumpleaños
sino a la vez su ingreso a las FARC, lo que constituía un honor para la familia, pues su abuelo, su padre y sus hermanos habían pertenecido a esta guerrilla.
Esta es una de las tantas historias conocidas por investigadores como Alfredo Molado o Mario Aguilera Peña que han recorrido el país, aquellas donde el guerrillero no siempre es el asesino, sino el héroe, lugares donde el ejército no cumplió su labor de defender a la población sino que se alió con los paramilitares para atacarla y donde la guerrilla ofrecía con su reclutamiento la única salida para no morir de hambre.
Sin embargo, estas historias no han llegado a la población citadina, pues a la "Colombia de bien" se le ha olvidado que por muchos años las FARC fueron la ley y el orden en cientos de municipios del país, donde el Estado ni había llegado.
Ahora esos citadinos se sorprenden del apoyo que estas comunidades les brindan a los actores desarmados sin siquiera llegarse a preguntar la razón.
Foto cortesía: Party Look