top of page
Arianna Carolina Ramírez //

“La paz está en nosotros”


“La violencia en nuestro país me ha golpeado de varias maneras desde mi niñez. Mi nombre es Isabel Rangel. Fui criada en una familia pobre, muy humilde, y siendo aún niña me fui de la casa. Apenas estudié parte del bachillerato porque la situación en Arauca era muy complicada, en el municipio de Saravena. Salí de la casa y empezó mi vida. Desde lo que yo viví, yo miro como con un espejo a las demás personas.

Fotografía tomada por: Camilo Moreno

Isabel es una señora mayor. Tranquila. Que se ríe y habla mientras saca una libreta para anotar cosas en una entrevista que es sobre ella. Hace a un lado las onces que le dieron y me cuenta su historia, después de ayudarme a buscar una silla en una parte más apartada del salón. Alrededor, decenas de víctimas participan de un evento realizado para recoger aportes para la Comisión de la Verdad. La mayoría de asistentes tienen familiares que fueron víctimas de desaparición forzada y el 90% son mujeres. Isabel Rangel es una de ellas.

“Mi violencia empezó cuando a los 15 años me fui de la casa, me conseguí un novio y me embarazó. Yo tuve a mi hijo, viví muchos meses con él y su papá que tenía 18 años. Pero luego me fui con mi hijo y como en mi casa era un pecado eso, yo no pude volver, y me tocó vérmelas sola. Trabajé en casa de familia cocinando, limpiando y lavando, haciendo lo que fuera que me diera para darle de comer a mi hijo. Hasta que un día yo me encontré con una amiga que tenía unos amigos en San José del Guaviare, los conocí y me invitaron por allá. Me decían que si me gustaría ir a una finca, a trabajar y pues yo siendo del campo dije que sí. Pero yo no sabía para qué era. Me decían ´esté pendiente´ y se iban y volvían. Pasaban meses, luego volvían y me seguían hablando de la finca. Que estaba lejos, me decían, pero yo decía que yo iba. No sabía ni dónde era, pero es que mi sueldo no me alcanzaba.

Ellos me decían ´Chavelita, tranquila que le prestamos para el transporte´ y cuando dije que bueno luego llegaron a decirme que salíamos dentro de unos días, que me alistara. Yo me ganaba $40 mil en el mes donde trabajaba, y me dijeron que me iban a dar una suma mayor. Así que yo les pregunté: ¿es que me van a vender? ¿O me toca dormir con el patrón? Yo era una china así. Me dijeron no eso no va a pasar, así que sí me fui.

Los muchachos se portaron la verdad muy bien. Muy respetuosos. Y viajamos en avión. Pasamos de Villavo a Puerto Lleras, y luego de San José del Guaviare hasta Calamar. Allá había mulas esperando a cargar cosas. Estaba lleno de mulas. Duramos unos 8 días en llegar y en cada parada yo sí noté que compraban cantidades de remesa, de mercado, así que yo pensaba que ellos lo que tenían allí era una tienda. Pero eso era mentiras, todo eso era para llevar a la finca. Era una finca de cocaleros (…)

Todos me miraban raro. Yo creo que era porque yo era una jovencita sola con un niño. Sentía que pensaban, de pronto, algo así como que “llegó carne nueva”, y yo me hacía la que no sabía, la que no se daba cuenta de las miradas (…)

Luego, llegaron a darme el reglamento de la comida. Yo preparaba y veía que ellos comían y se perdían, me decían que se iban a la finca pero yo no sabía aún de qué era la finca. Cuando volvían de noche comían, se reían y me miraban. Yo creo que se reían porque yo no sabía en dónde estaba, yo sentía que se reían de mí. Hasta empezaron a traer chamizos y los ponían en la mesa y se iban. Solo los dejaban ahí y se iban, y yo los veía pero no sabía de qué mata eran. Hasta que luego me preguntaban cosas, me hablaban y me decían ´eso está muy charrascuo´ pero yo no entendía esa forma de hablar de ellos. Ya cuando tuve más confianza me contaron. Me llevaron a pasear y a ver eso, las plantaciones, y cuando me enteré yo quedé anonadada. Pero ya no podía hacer nada.

Rápido me hice una plata y me fui a visitar a mis papás. Cuando fui, mi hijo ya iba a cumplir 10 años, así que cuando mi papá me recibió, no me reconoció. Iba yo a estar unos meses con ellos, pero me contaron que el papá de mi hijo quería verme, porque quería raptarlo, entonces yo me devolví. Luego conocí a otro señor y nos fuimos de la finca a vivir juntos. Volteamos mucho hasta que salimos del Guaviare, fuimos al Meta, fuimos a la frontera y luego volvimos al Meta, a Puerto Lleras. Por cosas de la vida él se consiguió un terreno, un pedacito que dizque a $20 mil pesos, baldío, pero igual nos sirvió.”

Isabel hace una pausa, mira alrededor, y yo puedo notar principios de lágrimas. Sé que hace un esfuerzo por contar esta historia, un esfuerzo que proviene de ella misma, y que es para ella misma también. No se ha movido mucho, parece tranquila en medio de todo. Pero la tranquilidad no esconde la nostalgia y mucho menos el dolor.

“Nosotros fuimos y allá fue donde empezó mi conflicto. Nos hicimos un ranchito de pescadores. No teníamos paredes, no teníamos una pieza ni nada. De adentro se miraba para fuera, cuatro palos sostenían nuestro techo y ya teníamos varios meses de estar viviendo bajo él, cuando un día vi llegar a tres tipos. Uno se fue para donde yo estaba y los otros dos se fueron a donde mi esposo estaba trabajando. Teníamos matas de plátano y matas de coca. El que llegó a donde yo estaba en el ranchito me dijo que estuviera tranquila, que ahí estaban era hablando con mi marido, pero que no me preocupara. Me dijo que se lo iban a llevar porque necesitaban que los acompañara un rato y que luego él volvía. Eso hace 33 años. Y desde entonces, yo no vi más a esos tres señores, y tampoco vi más a mi marido. Se lo llevaron, lo desaparecieron. Así no más (…)

Con el tiempo, esa sugestión casi me mata. Casi me enloquece. En una casa sin paredes, yo sentía que me estaban mirando y vigilando. Yo sentía que me observan por todos lados, que si lavaba me vigilaban, que si barría me miraban. Sentía que me vigilaban y no podía cambiarme tranquila o bañarme tranquila. Fue algo tan terrible lo que yo sentía que me volví flaca, muy flaca, de la pura angustia. La piel era lo único que me recubría los huesos (…)

Y yo tenía tres niños. Tenía a mi primer hijo, a un hijo que tuve con él y a un hijo de él con otra señora. Yo los estaba criando a los tres, prácticamente sin casa, en un monte. Nosotros teníamos plantadas yucas, plátano y coca, también había un caño y nosotros pescábamos. Puerto Lleras quedaba muy lejos. Entonces, cuando se llevaron a mi esposo ya no teníamos con qué comer porque aún había que esperar a que las matas crecieran. Hubo una vez que lo único que tenía para preparar eran unos frijoles que se llenaron de gorgojo. En el desayuno, almuerzo y comida, me tocaba cocinarlos así. Les daba eso a mis hijos, y eran amargos. Hasta que un día pasó un señor por ahí y le conté que estaba sola, que a mi marido se lo habían llevado hace meses, y ese hombre me ayudó. Me dijo que si gustaba, podía coger algunas de sus yucas y plátanos de su finca y con eso pude darles de comer un tiempo. Otro día pasó otro señor y también le conté mi historia. Así que me facilitó algunas cosas, pero me dijo que cuando cogiera la coca, le pagara. Y así fue. Luego, poco a poco comencé a conocer más, y ya la gente me fue reconociendo en la región (…)

Cuando la coca salió, ya a esa parte del Meta había llegado el Partido Comunista, la UP y el SINTAGRIM. Yo me empecé a acercar, sobre todo al partido, y me fui organizando. Me volví muy activa para poder ayudar a las personas desprotegidas como yo. Porque yo me sentía muy desprotegida… pero con el tiempo yo empecé a luchar contra todo esto. Yo les decía a las personas que si no cogíamos fuerza, no íbamos a llegar a ningún lado. Así que por medio de las organizaciones decidimos fundar algo, lo que fuera, y así surgió un caserío. En un terreno que era baldío en Puerto Lleras, empezamos a organizar lo que hoy se conoce como Villa de la Paz. Con cabuyas lo medimos y lo fundamos, era pequeño pero muy unido. Organizamos para hacer una escuelita, un puesto de salud, entre otras cosas. Pero también participamos en un éxodo campesino cuando la violencia empezó a verse más (…)

A todos los que se supiera que iban para Villa de la Paz, en el cruce del otro lado del río Ariari, los bajaban de los carros, los tildaban de guerrilleros o auxiliadores de la guerrilla, y los mataban o los desaparecían. Entonces, por medio de las organizaciones protestábamos y ahí nos visibilizábamos. Yo fui candidata al concejo de Puerto Lleras, pero no gané. De los que ganaron, a unos los asesinaron y los otros les tocó perderse. Así que yo dejé de participar en estas cosas y me refundí. Mis hijos fueron creciendo, en medio de todo esto. El mayor iba de un lado a otro también, de raspachín trabajaba en las fincas de coca, hasta un día se me desapareció. Aún no lo he encontrado (…)

Sobre el que seguía de mis hijos, el de la mitad, un día me hicieron una llamada a decirme que estaba como un NN en el anfiteatro. Me dijeron ´Isabel, acá está su hijo, pero lo tiene sin nombre y sin nada´ y a mí casi me da algo. Yo salí corriendo. Yo solo corría. No lloraba ni nada, me fui por todos lados buscándolo. Yo no sabía ni lo que sentía. Habían asesinado a cinco en un (mal llamado) falso positivo, durante el gobierno de Uribe. Yo salí por los medios, desmintiéndolo, porque lo tildaban de guerrillero y de matón. Y me puse en la tarea de buscarlo, de luchar hasta que me lo entregaran. Por lo que busqué, ahí donde lo tenían, encontraron a los otros muchachos también. Lo busqué por todos lados hasta que lo encontré. En un hueco y una bolsa negra (…)

No sé cómo me desperté de eso, pero ahora yo veo estos casos de todas estas personas y pienso que uno saca un valor es cuando ya se rebota. Yo los veo a todos ellos, a sus historias como la mía, y pienso que si no nos unimos para luchar contra esto, van a haber muchos casos más. La mayoría de aquí somos mujeres, a nosotras nos asesinan los esposos o nos los desapareen. A nosotras nos matan a nuestros hijos. Y para una madre, ese es un dolor irreparable. Porque una puede dejar ir todo, una puede tener un ex novio, un ex esposo, pero una o puede tener un ex hijo Y ahorita en los medios están maquillando las campañas, nos convencen de que nos van a ayudar y uno en su dolor se deja, pero es una farsa. Yo digo que si seguimos votando por los mismos, va a seguir pasando lo mismo. Si nosotros no cambiamos esto, seguiremos igual”.

Isabel termina su relato contándome que no ha sido fácil para ella contar su historia. Muchas veces no quiso asistir a eventos como este, pero poco a poco lo fue haciendo. Dice que ayudó a muchas personas, pero cuando se trataba de tocar su caso, ella no quería ni recordarlo. Sin embargo, agradece insistirse a sí misma a asistir a estos encuentros, dice que le ayudó para poder expresarse Dice que ahora sí puede contarla, o por lo menos, una gran parte de ella. Su historia, narrada entre lágrimas, lo que logra es un ejercicio para la memoria de ella, y también, para la de todo un país. “Hay que hacer la paz entre todos, empezando desde la casa, con lo vecinos y los amigos. Pero está es nosotros, no en esa paz que nos muestran maquillada. Está es en nosotros”. Se levanta tranquila, guarda su libreta, recoge sus onces, y vuelve junto con los otros al taller.

bottom of page