Luego de tantos años de sufrimiento el municipio de El Castillo y el corregimiento de Medellín del Ariari buscan conmemorar a las víctimas del conflicto para generar resiliencia entre sus habitantes.
Fotografías tomadas por: Felipe Mendoza.
En medio de las calles destapadas, la multitud de perros callejeros y el sol inclemente se encuentran El Castillo y Medellín del Ariari, pertenecientes al departamento del Meta, dos pueblos azotados por la violencia que ha vivido el país durante 60 años. La tensión y el dolor se puede sentir tras esa calma de sus habitantes, pues muchos viven el aquí y el ahora pero el futuro resulta ser incierto. Con ayuda de organizaciones y de la iglesia los pobladores buscan reemplazar el papel de un Estado ausente y así poder sanar esas heridas que dejó la guerra.
Alrededor de 450 personas han sido asesinadas en El Castillo, además es uno de los municipios del Meta que más víctimas del partido de la Unión Patriótica (UP) tuvo, con el 40% de militantes muertos. Los dos pueblos se han visto en la mitad entre la constante disputa de la guerrilla de las FARC, los paramilitares y el ejército nacional. Los asesinatos de líderes políticos, los distintos atentados contra la población civil, el narcotráfico en la región y los tan populares “falsos positivos” han quebrantado la paz de los habitantes.
Tras sufrir de distintas adversidades y haberse firmado la paz con las FARC, los habitantes ahora buscan hacer memoria a través de la conmemoración de las víctimas. Tal es el caso de los muros en el parque de El Castillo donde pancartas cubren sus paredes con mensajes que incentivan la paz, así como también busca que los pobladores propongan ideas de contenidos para plasmarlos en ellos.
Para Nessar Urrea, uno de los fundadores de El Castillo, los muros que conmemoran a las víctimas “es algo bueno porque ha sido apoyado por los fundadores del pueblo. Los muros recuerdan la gente que ha vivido en el pueblo. Uno los lleva en la mente y los recuerda. Pues en el conflicto pagan los buenos.”
Aunque muchos habitantes se muestran conformes, la realidad es distinta. El sacerdote Henry Ramírez, misionero de los claretianos, asegura que el parque, inventado por Alan Jara, “lo hizo sin contar con las comunidades, todos estaban en desacuerdo. Se gastaron alrededor de 11.000 millones de pesos para un parque que no va a beneficiar a nadie. Además borraron los vestigios de memoria que había en el parque”.
Antes de la construcción de los muros se encontraba el busto de María Mercedes Méndez, alcaldesa de El Castillo por la Unión Patriótica que fue asesinada en la Masacre de Caño Sibao junto con otros militantes de la UP y del Partido Comunista Colombiano; así como también un jardín dedicado a la memoria.
Según, el padre Henry “los ingenieros construyeron muros que reflejan trincheras para nosotros.
Muchas de las cosas se hicieron sin consultar y se hizo en el marco de la corrupción, a los trabajadores no se les tiene asegurados ni se les paga. Es un escenario de disputa pues el Estado no quiere reconocer su responsabilidad en el conflicto.”
Por otro lado, cada año el padre Henry realiza una peregrinación junto con los habitantes de El Castillo y algunos turistas la cual consiste en caminar por los distintos caminos y trochas del municipio con el fin de encontrarse con las comunidades y que ellas retraten sus historias. La actividad, realizada en la primera semana de febrero, es un espacio para conmemorar a María Lucero Henao, líder de Puerto Esperanza, y a su hijo Yamid Daniel Henao asesinados el 6 de enero de 2003 por los paramilitares.
Pero la situación en Medellín del Ariari resulta diferente, pues el padre Henry junto con los habitantes han construido un templo a la memoria de las víctimas que contiene un mural, un mosaico y un calendario de la memoria.
En el templo se encuentran los monumentos realizados por los habitantes del corregimiento con el apoyo del padre Henry. Entre ellos está el calendario de la memoria que recoge mes a mes las víctimas asesinadas y desaparecidas. Cada víctima está organizada por mes. La iniciativa resultó ser idea del sacerdote ya que la gente iba a pedir misa por sus muertos y él iba anotando una a una a las personas. Además, asegura que con el tiempo ha alimentado la lista con distintas bases de datos
Al respaldo de una reja se encuentra una pared grande pintada de extremo a extremo con un mural realizado por los pobladores de Medellín del Ariari. En ella se recogen varias escenas: En la primera imagen se pueden ver unas personas que representan los campesinos que llegaron desplazados a la región entre los años 40 y 50 durante la guerra bipartidista.
En segundo lugar, una mujer está cargando unos bultos bajando de una montaña, esta imagen recoge dos temporalidades: la primera, las personas tenían que bajar la montaña para hacer el mercado, actividad eminentemente masculina; en el 2005 la situación cambia, pues las mujeres pasaron a realizar esta labor ya que a los hombres se les acusaba de comprarle los alimentos a la guerrilla y eran asesinados.
La tercera imagen es la salamandra como símbolo de la restauración, pues cuando se le corta la cola esta le vuelve a crecer. La cuarta es un árbol, que según el padre Henry “todo pueblo tiene un árbol en su historia”. Por último, varias siluetas caminando en la noche representan a las víctimas que no están presentes físicamente pero sí caminan entre los habitantes del pueblo y su recuerdo no se ha olvidado. Para el sacerdote “están en sombras porque están en el proceso de esclarecimiento de la verdad.”
Al lado del mural, un pequeño camino compuesto por pequeños pedazos de baldosa conectan con un mandala que representa, según el padre Henry, que “ las víctimas tienen la capacidad de reconstruirse, que aún en los pedazos destrozados se puede construir algo nuevo, no igual a como era antes, pero bello.
Frente a ese mandala que cubre una gran pared hay una pequeña olla de barro con pedazos en su interior. Este monumento representa un ritual que se hizo cuando Alan Jara visitó al corregimiento. “Había dos ollas y una se dejó romper y las personas escribían en los pedazos los nombres de sus víctimas y se depositaron en la otra olla de barro” relata el padre Henry. Él junto con la comunidad esperan que este pequeño monumento pueda colocarse cuando se inaugure un nuevo parque dedicado a la memoria.
Actualmente, el padre Henry, junto con los misioneros claretianos, que están en la región del Ariari desde 1994, y junto a 21 organizaciones de El Castillo han creado un comité de memoria cuyo fin es hacer veeduría a los procesos de reparación y memoria por parte del Estado.
Para el padre “hacer memoria duele, pero es más terrible olvidar. Hacer memoria nos permite sanar, tener conciencia de lo que pasó, tener conciencia de quiénes han instaurado la situación de opresión pues quien olvida termina avalando el proyecto de muerte y de opresión. La memoria nos permite recrearnos pero también hacer conciencia de nuestros muertos y de nuestros vivos.”