Mateo Gutiérrez León, estudiante de sociología de la Universidad Nacional, se encuentra recluido en la cárcel Modelo de Bogotá. Esta crónica cuenta la lucha de sus padres y de él mismo por recuperar su libertad y probar su inocencia.
Captura de pantalla del documental Redes sociales y participación política (2017)
producido por Fernando Garzón, autor de esta crónica
La policía llegó al edificio donde ocurrió el estallido. Eran más o menos las tres y media de la tarde cuando los llamaron desde la central para reportar una explosión. Al llegar, se dieron cuenta que, de la cornisa de la ventana del cuarto o quinto piso, colgaba una bandera de colores azul y amarillo, con una estrella roja de cinco puntas bordada en su centro. Había panfletos alusivos al Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) regados por todas partes. Más unidades de policía empezaron a llegar.
Los agentes entraron al edificio. Calcularon el piso del que pendía la bandera y al llegar allí se encontraron el apartamento cerrado, en donde procedieron a violentar el vidrio y cerrojo de la puerta. Al traspasar, se encontraron un joven tirado en el suelo, con un trapo en la boca que no le permitía hablar; tenía rasguños, heridas y había quedado medio sordo del estallido; estaba en shock.
La zona fue acordonada y una señora gritaba, desde el cerco, que su hijo estaba en el piso del cual colgaba la bandera. Creía que lo habían robado, no entendía nada. Llegó, vio mucha policía y no le daban paso. Contaba que a eso de las doce o la una de la tarde la llamaron para mostrar el apartamento que estaba en arriendo. Como ella no podía ir, le pidió el favor a su hijo.
Adentro olía a fogonazo, como cuando estalla un volador. En la parte exterior de las ventanas, había dos tarros que contenían algo que parecía pólvora. El artefacto fue reconocido inmediatamente como una 'panfletaria'. Mientras la bandera ondeaba sobre los cielos de la carrera décima, el muchacho atinó a responder las preguntas de la policía. Dos hombres habían llegado acompañados de una señora embarazada. Una vez adentro, lo amordazaron y se fueron. Tras el estallido recordaba haber visto todo en negro. El sonido fue tan fuerte como para alcanzar dos o tres cuadras.
Captura de pantalla del documental Redes sociales y participación política (2017)
producido por Fernando Garzón, autor de esta crónica
La entrada a la cárcel 'La Modelo' es larga y estrecha. Es una fila de a uno. Se puede oler el moho en las paredes blancas que guardan envolturas de chicle entre sus grietas. El espacio es tan angosto que es imposible no atrincherarse e intentar recostarse en los muros. Omar Gutiérrez advierte no hacerlo porque alguien puede traer droga y es posible que se prenda algún olor. Si los perros huelen algo no te van a dejar pasar.
La cabeza de Omar está rapada desde que una amiga le dijo que se quitara esos tres pelos. Viene a 'La Modelo' a visitar a Mateo Gutiérrez, su hijo, estudiante de sociología de la Universidad Nacional que está preso por haber cometido presuntamente los delitos de: terrorismo, hurto, concierto para delinquir y porte y fabricación ilegal de armas. Mateo es sindicado de pertenecer al MRP, grupo originado, aparentemente, en algunas universidades públicas de Bogotá, al que se le acusa de una serie de explosiones 'panfletarias' y actos terroristas ocurridos en los últimos años. El MRP es responsable, entre otros eventos, de la explosión en el centro comercial Andino que dejó un saldo de tres muertos y en el que más estudiantes de universidades públicas estarían implicados. El pasado 27 de mayo, en la primera vuelta de la elección presidencial, el grupo subversivo fue responsabilizado de la instalación de un artefacto explosivo en una sede de la EPS Medimás en Bogotá. Se trató del único acto terrorista de las elecciones que el presidente Juan Manuel Santos calificó como las más tranquilas de la historia.
Omar está inquieto. Tiene los ojos apagados y una mirada triste. Cree con firmeza que lo que sucede con su hijo es un montaje y una injusticia. Las otras personas de la fila también están impacientes, chiflan, bromean con tumbar la cancela, le reclaman al primero por no tocar la puerta y se ríen imaginando que un baldado de agua fría caerá sobre sus cabezas como preludio a la apertura del pórtico. Finalmente abren. 45 minutos después de lo debido.
Captura de pantalla del documental Redes sociales y participación política (2017)
producido por Fernando Garzón, autor de esta crónica
La sala era tan estrecha que el agente del INPEC tuvo que correr las sillas para poder sentarse. El espacio tenía forma de triángulo, como si el estrado fuera un punto de fuga. La audiencia, que debió empezar a las 9, aguardó en silencio la llegada del juez. En la quietud solo se escuchó un murmullo. Alguien del público hacia reír a los que lo rodeaban. Se preguntaba si debía haber hinchadas con arengas a cada lado de la sala, una en el lado de Mateo y otra en el lado del Fiscal. El Juez entró a las 11:45 de la mañana diciendo buenos días.
La presentación de los implicados fue lo primero que se hizo en el juicio. La testigo, el procurador, el fiscal, el defensor y finalmente el acusado. Mi nombre es Mateo Gutiérrez, actualmente preso injustamente en la cárcel Modelo de Bogotá.
Mateo Gutiérrez León saliendo de audiencia del edificio los juzgados penales especializados.
Cortesía Claudia Espinosa
Una vez ingresa al patio, Omar procede a buscar a Mateo. Lo encuentra en su celda, la 40, dos pisos arriba en la edificación que se levanta justo al lado de la cancha de micro. Mateo tiene un saco negro, de esos que tienen cremallera solo en el cuello; pantalón beige francés y camisa blanca. El saludo con su hijo no es esencialmente emotivo. Lo ve y le da un abrazo. Le entrega un libro de regalo y la comida que le había traído. Mateo, adusto, agradece. Le pregunta a su padre cómo va todo y él le responde que bien. Parecen una fotocopia. Mateo es de colores más intensos por su juventud. Sus cejas son negras, puramente negras. Su frente denota calvicie temprana. Ya se está quedando más calvo que yo, dice Omar. Es un hongo por el agua, responde el hijo.
Mateo dice que está bien. Al hablar gesticula mucho con la boca. A veces la inclina hacia arriba amagando tocarse la nariz. El primer patio que le tocó estaba más lleno y la gente no cabía. Las personas dormían en el piso de los pasillos afuera de las celdas. Para tener una, como todo en la cárcel, toca pagar. En el patio de ahora no hay tanto hacinamiento. Mateo tiene su celda y la comparte con tres personas.
En la cárcel los presos tienen sus propias maneras de comunicarse. A los pasillos les llaman “carreteras”, de las cuales se encargan los “llaveros”, y a las personas que dominan los patios les dicen “plumas”. Se escuchan gritos todo el tiempo, Mateo dice que en la cárcel todo se maneja gritando, excepto cuando vienen las mujeres: ahí todo está organizado y está prohibido mirar a la mujer que está con otro preso.
En 'La Modelo' hay distintas jerarquías sociales. Los que tienen plata dominan los patios y los que no, trabajan: lavan ropa, ordenan las celdas, venden tinto, chicha, cigarrillos y algunos “hacen favores”. Omar recuerda que un sociólogo muy famoso decía que para conocer una sociedad había que observar su sistema carcelario; 'La Modelo' es como el país, el que tiene plata hace lo que se le da la gana, dice Omar.
Padre e hijo caminan por el patio. Van de un lado a otro, de esa cancha a la otra y no paran nunca. Discuten antes que hablarse. El tema es el proceso de paz, las regiones azotadas por la violencia y los grupos armados que permanecen en conflicto. Omar toma la palabra. Mateo mira con el ceño fruncido al horizonte. Se desespera porque su padre no le permite intervenir. Se lo hace saber y a Omar no le importa, está en su cruzada de hacerle entender sus ideas. Se fastidian porque no concuerdan. Mateo quiere decirle lo que piensa mientras que Omar sólo busca hacer primar sus argumentos. No se ponen de acuerdo. Saben que no se van a convencer y optan por cambiar de temas. En el patio los gritos siguen, la gente camina, juega parqués, está en la celda o mira televisión, eso sí, cada quien está en su mundo.
Afiches a las afueras de los juzgados penales especializados donde se adelantan las audiencias del juicio contra Mateo Gutiérrez. Fotografía tomada por: Fernando Garzón
Aracely habrá pensado muchas veces en su hijo y otra vez, al evocar su recuerdo, las lágrimas brotan de sus ojos. Tiene la mirada en el tinto y la plena convicción de que su hijo es inocente. Aracely parece una mujer dura pero de sus palabras se desliza pura ternura. La cabellera negra le toca sus hombros y tiene los pómulos compuestos por finas pecas. Sus ojos negros, bordeados por el blanco enrojecido que le ha traído el llanto, parecen recordar a su hijo. Omar y yo tratamos de brindarle todo lo que pudimos. Construimos una relación entorno a Mateo, dice.
Ella de débil no tiene un pelo. En la casa siempre fue la que puso el orden. Como madre afirma que ya no llora, ahora lucha. Conoce a la perfección cada detalle del caso y en las audiencias siempre saca un cuaderno donde apunta todo lo que pasa:
-Si yo no copio me estreso porque me siento impotente como mamá y como abogada-, dice.
No hay audiencia en la que no coloque frente al edificio del juzgado especializado carteles que claman por la libertad de su hijo. Ella es muy crítica de la manera en la que el fiscal ha manejado el caso. Niega toda responsabilidad de Mateo y dice que la culpa es del Estado colombiano. Es un Estado fascista con telón de democracia.
-Vivimos en una cultura de miedo y nos han hecho ver que el que está mal es el otro, el que critica. Hablar no es ningún delito pero en este país criticar es pisar intereses-.
Mateo siempre fue un niño que quería imponer su voluntad, dice.
Cuando era bien pequeño su papá no quiso leerle un cuento que le había leído muchas veces. No hubo poder humano que lo convenciera de querer escuchar un cuento diferente. En el colegio, por ejemplo, los llamaban para decirles que Mateo descalificaba los comentarios de sus compañeros. El niño, al escuchar el regaño de sus padres, se negaba a cambiar su actitud y alegaba que si los compañeros estaban equivocados era su obligación decirles. Mateo fue y es todavía alguien que no se guarda las cosas. No da matices.
El día que Mateo le quitó el poder a su abogado en plena audiencia y sin preguntarle a nadie, Aracely no pudo ir. Omar la llamó. No entendía nada, estaba furiosa. Mateo nunca tuvo una buena relación con su abogado. No estaba de acuerdo con sus maneras de llevar el caso. Sin embargo le prometió a su mamá esperar la fase probatoria. No se aguantó. Hacer lo que hizo y en el momento que lo hizo, lo único que logró fue darle alas a la Fiscalía, dice su mamá.
A veces Mateo parece un niño, dice Omar. Sin embargo, Aracely, que ya no mira el tinto, dice con convicción que su hijo ya no es un niño, ahora es un hombre y conoce su talante. Es por eso que ella está segura de su inocencia, porque si fuera culpable, él ya habría asumido las consecuencias.
Aracely León madre de Mateo Gutiérrez León. Fotografía tomada por: Fernando Garzón
Mateo cree en la democracia pero no en las elecciones. Llueve y decide entrar junto a su papá al edificio. Mateo piensa que una parte de la izquierda en Colombia se ha quedado en la teoría y no ha logrado conectar con las necesidades de las personas. Dice que la gente no se identifica con los partidos políticos, eso es cosa del pasado. Ahora las personas sienten cuando les llega más caro el recibo de la luz o les suben el pasaje de Transmilenio. A la izquierda en Colombia lo que le falta es trabajo político. Repudia las acciones terroristas. Enaltece el trabajo con las personas y la gente pobre. Tiene 21 y la claridad en sus ideales de un entrado en años. Está convencido de que el progresismo en Latinoamérica ha llegado a un tope lógico porque simplemente tomaron prestado el poder. Mateo tiene claro el panorama latinoamericano y lo discute con la precisión del hincha que conoce el 11 titular de su equipo amado.
Al fondo el pasillo huele a marihuana. Omar se fue al baño y ahora que vuelve, Mateo sigue hablando. Lo hace con pasión, a veces se ríe como soltando un suspiro. Está segurísimo de que está preso por pensar diferente. Dice con desparpajo que es un preso político. Primero, porque no se acomoda a los lineamientos del Estado y segundo, porque las razones de su detención son netamente políticas. Critica duramente el proceso que han adelantado en contra de él y dice que jurídicamente ninguna prueba tiene solidez, que todas las pruebas que ha presentado la Fiscalía persiguen razones políticas.
Recuerda que su caso no es el único. Desde que está en la cárcel ha descubierto una buena cantidad de montajes que ha hecho el Estado colombiano. Por ejemplo, el caso de Steven Buitrago, que estuvo preso 14 meses. Lo cogieron como cuatro días antes que a mí y salió libre hace poco. Estaba detenido porque, según un GPS, Steven había pasado dos veces cerca de dos explosiones que se le atribuyeron al MRP ¿Qué es eso? pregunta indignado. Tras la captura, salieron a hablar ministros y todo, dice Mateo. Se logró demostrar que Steven no había tenido nada que ver. Y ahora ¿quién está pendiente de un caso como el de Steven? Omar mira hacia el patio. Ha dejado de llover.
Mateo Gutiérrez León, saliendo de audiencia del edificio los juzgados penales especializados.
Cortesía: Claudia Espinosa
La Fiscalía presentó las pruebas. Hablaron tres testigos: dos policías y un químico. Contaron cómo ellos tuvieron que atender la explosión de unos elementos panfletarios en Bogotá. Llevaba una hora la audiencia y la secretaria fue relevada, no se sabe qué se le presentó. Una hora más tarde, cuando se escuchaba el testimonio del tercer testigo, un hombre, que se acercó al computador, advirtió al juez que aparentemente no se había grabado la última hora de la audiencia. Todos quedaron perplejos y nadie entendía lo que pasaba. El juez pidió reproducir la grabación. Efectivamente. En un punto el audio entraba en completa distorsión, como si directamente del averno estuvieran transmitiendo un mensaje inteligible. Ni siquiera el fiscal podía creerlo, y mucho menos Mateo. El juez no hallaba qué decir, pero la cosa continuó como si nada. Ridículo. Ridículo, es algo que da risa, dice Mateo.
Otro día, la Fiscalía presentó otras pruebas pero la defensa alegó no tener conocimiento del registro fotográfico que estaban presentando. El fiscal no hallaba qué hacer. Había incertidumbre en la sala y apenas iban cinco minutos de juicio. Fácil. Miremos el acta del descubrimiento de las pruebas. La defensa dijo que no la tenía, que como hubo cambio de abogado la tenía el anterior defensor. La Fiscalía debía tener copia. La tengo en la oficina, señor juez, dijo el fiscal. Pues ¿qué hacemos? Nueva fecha y la audiencia quedó aplazada.
Mateo en todas las audiencias gira disimuladamente su cabeza para observar al público. Sobre su hombro derecho mira quién ha venido y le guiñe el ojo a quien reconoce. A los juicios de Mateo van testigos a los que no se les reconoce el rostro porque todos dicen lo mismo, todos cuentan lo mismo, en el mismo tono y la misma actitud. Ninguno tiene la certeza de la participación de Mateo en el hecho. Son como policías sin cara; agentes, patrulleros, químicos que hablan de los mismos hechos en distintos lugares y de las mismas sustancias con diferentes características.
Los únicos testigos que no son policías son dos: el niño amordazado en el edificio de la carrera décima y su madre angustiada. El primero ya es mayor de edad y a la segunda no le consta nada. Sabe lo que le contó su hijo porque ella no vio nada. Precisamente el testimonio del muchacho es el argumento más sólido de la Fiscalía. Él dice que vio a Mateo el día del 'panfletario'. Lo describió como un joven de tez oscura, cabello rubio recogido y depilado. Mateo, como dicen por ahí, más blanco que la leche y de una capilaridad intensamente negra, parece no concordar con la descripción del joven aterrorizado. Sin embargo, la prueba prosperó porque dicen que hay dificultad en la elaboración de un retrato hablado cuando se estuvo siendo violentado.
Pasaron como 45 minutos y terminó el testimonio del testigo que trajo la Físcalía, el juez le dijo que podía proseguir con el siguiente testigo. El fiscal salió un momento de la sala y el silencio se apoderó del recinto hasta que volvió. Dijo que al testigo, otro policia, no le dieron permiso del trabajo para venir al juicio. Y de nuevo otra fecha y audiencia aplazada.
¿Y usted qué piensa de las audiencias? pregunta Mateo.
Omar Gutiérrez padre de Mateo Gutiérrez León. Fotografía tomada por: Fernando Garzón
Omar le pide a su hijo un tinto. Mateo lo lleva a la cafetera que maneja un preso. Pide dos. Se los sirven en vasos plásticos, reutilizados, sin lavar, con una superficie al fondo como granulada, de color negro y café. Omar parece ya acostumbrado y se lo toma sin miramientos. No tiene asco y actúa normal, incluso cuando va al baño y Mateo le advierte que hay que tener cuidado con las ratas porque son grandes y muerden. Mateo se ve adaptado a la cárcel. Parece amigo de todos los presos y lo saluda todo el mundo.
Las visitas pueden entrar desde las 8 de la mañana pero todos deben salir a las 2 de la tarde, ni antes ni después. El abrazo de despedida tiene más sentimiento que el de bienvenida. No es mucho tampoco. Omar está confiado de que Mateo se va a librar muy pronto de este proceso. Dice que la Fiscalía no tiene mucho más de dónde agarrarse. Anhela que Mateo salga del país una vez finalice el tortuoso proceso. Que haga una vida afuera, dice, mientras se pone sus zapatos. Recuerda que él no quería que estudiara en la Nacional. Lo presenté al Externado y no quiso. Tenía entrevista en la Javeriana e hizo el mínimo esfuerzo por presentarla, porque no había otra, él quería estudiar en la Nacional.
Ya fuera de la cárcel, Omar se ve más calmado. Se siente como una persona que se quitó un peso de encima. Se sube al carro, una camioneta roja con platón incorporado. Revisa el celular, prende el motor y se dispone a salir. Dice que él compró ese carro para su hijo, para viajar e ir con los perros porque a Mateo le encantan los animales. Ahora se arrepiente porque su camioneta es gigante. Se despide de los del parqueadero y se va de 'La Modelo', pero su preocupación sigue allá adentro. Mateo Gutiérrez León.
El guardia informó haber encontrado el cargador de una pistola en el microondas del pasillo. Los guardias le dijeron a Mateo que alistara sus cosas. Sin saber bien que estaba pasando, Mateo fue trasladado. Aracely denuncia al INPEC. Dice que están basados en suposiciones y montajes. Según ella, su hijo fue trasladado arbitrariamente a la cárcel 'La Picota', por supuestos motivos de seguridad.
Mateo en 'La Modelo' compartía pasillo con varios estudiantes implicados de pertenecer al MRP. La fiscalía intentó vincular a Mateo con este hecho a pesar de que Gutiérrez llevaba preso cuatro meses cuando ocurrió el atentado. La conexidad fue negada por el juez del caso. Sin embargo, el fiscal que lleva el proceso de Mateo logró que se prorrogará la medida de aseguramiento contra el implicado, argumentando su peligrosidad.
Mateo y los estudiantes del Andino fueron separados. Aracely recibió la llamada de su hijo y decidió establecer una denuncia pública a través de redes sociales. Mateo Gutiérrez está a la espera de los momentos finales de su juicio que parece no acabar nunca. Es un juicio que avanza a paso de tortuga.
Omar Gutiérrez padre de Mateo Gutiérrez León. Fotografía tomada por: Fernando Garzón