Alberto, Miguel y Ávila son tres colombianos que se ganan la vida vendiendo aguacate en distintos sectores de Bogotá. Crónica sobre las realidades de cada uno de ellos y lo que significa esta fruta verde en sus vidas.
Fotografía tomada por Mariana Estrada
En medio de olores de verduras podridas y de otras recién traídas del campo, personas llevando canastas al hombro, carros de mercado atravesados en el camino y varios “¿buenas ‘veci’ qué buscas?” apareció un rincón verde en medio de tantos colores. Un letrero con el dibujo de un aguacate enorme partido por la mitad, acompañado del nombre ‘El Aguacatazo’, da la bienvenida al paraíso del verde.
Alberto Muñoz, más conocido para sus amigos como ‘Albertico’, es el propietario de este espacio en la Plaza de Mercado de Codabas, al norte de Bogotá, en la 180 con carrera séptima. Desde los 15 años empezó a pintar su vida de verde con la venta de este producto que le ha dado todo. Al principio le ayudaba a su familia a vender aguacates en la calle, después llegaron a Corabastos y finalmente logró independizarse para abrir su local en Codabas, donde lleva ya 18 años.
En su local, las cajas de aguacates amarillos y verdes claro, contrastan con los de tono un poco más oscuro perfectamente organizados en las repisas de madera de la parte de atrás. Allí, este hombre vende todos los tipos de variedades de aguacates que hay en Colombia, al por mayor o al detal, llevando este color a cada rincón de la ciudad, desde restaurantes y asaderos, hasta casinos. Alberto ama su trabajo y es fiel defensor de la plaza de mercado como centro comercial donde se practica una economía formalizada, donde el producto no se daña por estar bajo techo y todo es de calidad garantizada.
Fotografía tomada por Mariana Estrada
La variedad de verdes que tiene no es porque sí. Apenas llegan los aguacates recién cogidos del campo, tienen un tono verde oscuro y a medida que van madurando va cambiando el color dependiendo de las condiciones del clima. De hecho, en El Aguacatazo arropan con cobijas a los aguacates para acelerar el proceso de maduración y ahí normalmente se vuelve color verde claro, aunque esto depende de la variedad. La más conocida es el aguacate ‘Papelillo o Lorena’ pero Alberto también vende aguacates negros como los Santana, Choquette o Burocho, los cuales reciben esta denominación por el tono verde oscuro de su cáscara gruesa.
No vende aguacate hass pues como lo están exportando, su precio ha aumentado sustancialmente. Sin embargo, Alberto cuenta que en este se ve la más maravillosa transformación de color. Esta pequeña fruta de cáscara negra arrugada empieza siendo completamente verde apenas cae del árbol y en los siguientes días se va oscureciendo hasta llegar a un todo morado rojizo. Esta es una de las razones que hace que el aguacate sea una fruta extraordinaria. “Tiene todas las características tanto nutricionales como para la parte regenerativa de la piel, tiene fósforo, distintos minerales, 15 vitaminas, es una de las pocas frutas que no cansa, además se puede escoger no solo por su textura sino por el tono de verde que tenga”, afirma Alberto.
Una canasta repleta de aguacates sale de la Plaza hacia la carreta de Miguel Alza, ubicada en la calle 12 con carrera sexta, en pleno corazón de Bogotá. Este vendedor ambulante nació en el Magdalena Medio santandereano y llegó a la capital en 1993 luego del segundo desplazamiento que sufrió por parte de los paramilitares.
Don Miguel, como le dicen las personas que se le acercan a comprarle aguacates a pleno mediodía, vio la opción de vender fruta en la calle de forma ambulante, hace ya casi 30 años. Él cuenta que al llegar a la capital y no recibir ayudas en su condición de desplazado, vio en este producto una oportunidad para generar ingresos, los cuales, como Miguel afirma, no son solamente para el que vende sino para el campesino que cultiva. “La economía está en el campo, no en las ciudades. Toda la riqueza de la ciudad es una mentira. El campo genera ganancias a través de la yuca, el ganado, el durazno, la papa. Ahí está la verdadera economía; el aguacate no viene de una fábrica como los Cheetos. Viene del campo”, expone.
A diferencia de Alberto, está convencido de que al cliente hay que llevarle el producto a las manos y que la Plaza es para el que tiene plata, por eso todos los días se para con su carreta llena de aguacates cubierta por una gran sombrilla verde que los protege del sol.
Fotografía tomada por Mariana Estrada
Sus aguacates son de excelente calidad, por eso sus principales clientes son los restaurantes ‘finos’ del centro de la ciudad. “Los restaurantes chichipatos dan la comida más malita, yo vendo solo aguacate fino, porque el malito y picho yo no lo doy. El ser humano merece el mejor producto de la tierra”, agrega. Después vienen los clientes saludables, que llevan una dieta rica en frutas y verduras de color verde como la lechuga, pepino, espinaca, pera y mucho, mucho aguacate.
El verde de los aguacates de Don Miguel depende de su origen. Cuando vienen de tierra fría son más manchados, con más verde oscuro, pero con una piel brillante. El de tierra caliente, es el mejor en su concepto. Más grande, menos brilloso, pecoso y con zonas más verdes biche. El sol que cae a mediodía sobre su carreta no afecta el tono del aguacate, de hecho, su sombrilla no está puesta para cubrir el sol porque Miguel afirma que el calor ayuda a que se madure más rápido, sino con el fin de entregarle al cliente un producto fresco y no caliente.
Fotografía tomada por Mariana Estrada
Los aguacates con manchas o huecos negros que dañan su color verde natural, no son por la variedad a la que pertenecen o por la textura, sino por la poca inversión en las carreteras del campo colombiano, como denuncia Miguel. Los trayectos en las trochas por las que viajan los productos agrícolas son de cinco horas, pudiendo ser de 20 minutos si estuvieran pavimentadase . Por eso, los aguacates se dañan, según explica, y quedan con la piel llena de golpes ocasionados en el camino a la capital.
Un poco más al norte de la ciudad, un Renault 4 verde biche sobresale en medio de la sabana bogotana. Este carro es el local de aguacates de Ávila Rodríguez, más conocido como el ‘Paisano’, de Barbosa, Santander. Llegó en flota a la capital hace 70 años y desde hace 30 llenó su vida de verde cuando se ubicó en la calle 175 con 61 para vender esta fruta.
Los aguacates y una botella Poker en la mano acompañan al ‘Paisano’ de domingo a domingo y, como él expresa, son su vida. Su especialidad son los Papelillo de color verdeamarillo porque son más mantequilludos y tienen más sabor. Aunque a veces le llegan unos verde oscuro porque vienen de otras regiones de Colombia y su color cambia.
Sueña con un carro de alta gama como los que ve pasar a diario, pero no para manejarlo porque él anda a pie, sino para exhibir sus aguacates. Aunque no se queja, su Renault 4 es la mejor vitrina para el negocio porque puede acomodar los aguacates de la mejor manera: para que les llegue más o menos sol y ponerlos más acostados o parados dependiendo de cómo quiere que el cliente lo vea. Los más verdes los pone de primeras y los más manchados y golpeados en la parte de atrás.
El ‘Paisano’ ya hace parte de la zona, la gente lo conoce y lo acogió como parte del barrio. Está seguro de que esa cantidad de tiempo en el mismo lugar solo se debe al buen comportamiento que ha tenido con los habitantes de la zona.
Su educación no ha sido más que a través del verde del aguacate, pero ha sido más que suficiente, según él, para vivir bien y agradecido a lo largo de sus 83 años. “No sé casi ni escribir, ni leer, ni nada, pues eso pa’ mi es mejor que si hubiera tenido estudio. Aquí llegan estudiados que se aprovechan de lo que saben para fregar a las demás personas y así no es, ¡la joda no es así! uno debe ser el que es y así es que vive uno harto. Es por saber vivir”, afirma.
En una tajada de aguacate con sal del ‘Paisano’ una persona puede ver el color verde de esta fruta solo como eso, un color. Pero en las vidas de Alberto, Miguel y Ávila, es aquello que una vez llegó a sus vidas en forma de aguacate y nunca los dejó.