Jorge Orlando Melo propone en su nuevo libro, Historia Mínima de Colombia una mirada cronológicamente amplia sobre el desarrollo de la nación y la constitución del Estado, pero concreta y clara en el análisis de las problemáticas que el autor considera fundamentales.
FOTO: Santiago Cárdenas Arciniegas
Su apuesta considera el regionalismo, la colonización, la violencia, las vías de acceso al poder y la propia cultura colombiana como ejes que atraviesan transversalmente nuestra historia y desde los que se puede alcanzar una mirada fresca sobre la realidad.
El “nuevo” edificio del Congreso es frío. Como la ley. Tiene aproximadamente 10 pisos y una terraza muy agradable y tranquila a la que está prohibido subir. En el piso 5 hay un corcho en el que están todavía pegadas piezas publicitarias en oposición al plebiscito por la paz. La oficina de Maria Fernanda Cabal, promotora del No, está en el tercero; en el mismo en el que está la de Angélica Lozano, defensora del Sí. La diferencia entre ambas, las oficinas, vale aclarar, es leve. Lo que las distingue es la placa de metal que tienen en la puerta: la de Cabal dice “Honorable representante” mientras que la de Lozano sólo dice “Representante”.
FOTO: Santiago Cárdenas Arciniegas
Entrar al edificio como ciudadano puede ser casi tan difícil como entrar como congresista electo. “Hasta a Uribe le negaron una vez el ingreso porque no estaba registrado”, me comenta un vigilante. Para hacerlo hay que portar la cédula, no llevar armas y, lógicamente, registrarse.
Asistí a un debate en la Comisión Primera Constitucional de la Cámara de Representantes. Mi cuento, no obstante, va más por el lado de la terraza del edificio que del debate mismo. “Hay una terraza muy bonita en el último piso a la que está prohibido entrar porque da contra todo el antejardín del palacio de Nariño”, me dice uno de los organizadores del evento, “pero si quiere entrar, diga que ya le dieron permiso abajo”.
Existe en Colombia, comenta Jorge Orlando Melo durante el lanzamiento de Historia Mínima de Colombia en la FilBo, la tendencia a “ajustar la ley al interés propio”. Para el historiador ha sido precisamente ese, el no cumplimiento de la ley, uno de los rasgos más característicos de la sociedad colombiana a lo largo de su historia.
“El propio Bolívar y el propio Santander”, agrega Melo, “no tuvieron el más mínimo reparo en cambiar la fecha de una ley para lograr transferir la propiedad de un terreno”. ¿Por qué en Colombia, vale entonces preguntarse, nos hemos acostumbrado a no obedecer la ley? ¿Por qué el Congreso, epicentro del poder legislativo, tiene tal nivel de desprestigio? ¿Por qué los proyectos políticos tienen un alcance tan bajo? ¿Por qué incluso en el Congreso hay que mentir para ir a la terraza.
“Colombia es un país de regiones. Hay una afirmación de lo regional muy fuerte”, comenta el historiador cuando comienza a hablar de su nuevo libro. Su idea sobre el regionalismo es entendida en buena medida como los límites que impone el territorio en la constitución del Estado. De ahí, por ejemplo, el importante peso que el historiador atribuye a la confrontación que se prolongó durante el siglo XIX entre el centralismo y el federalismo como proyectos de nación. Tal nivel de regionalismo y de fragmentación en el territorio conllevó a que el mismo Estado colombiano se consolidara lo largo de su historia como una entidad fragmentada. Durante el siglo XIX llegó incluso a haber cuatro regiones en Colombia con un nivel de productividad agrícola suficiente como para funcionar casi que de manera autárquica.
FOTO: Santiago Cárdenas Arciniegas
Durante uno de los descansos del debate en la Comisión Primera, los asistentes nos topamos en uno de los pasillos con un importante senador y con su grupo de escoltas. Cuando me dispuse a tomarle una foto uno de los organizadores me sugirió que no lo hiciera porque podía generar molestias. El senador pasó frente a nosotros sin determinar a ninguna de las personas que lo veían pasar e ingresó al ascensor en compañía de sus escoltas (excepto uno que tuvo que usar las escaleras porque no cabía). Una muestra de lo que Melo llama organización jerárquica:
“La sociedad colonial es una sociedad de conquista, donde hay blancos, indios, esclavos afrocolombianos, donde la gente tiene posesiones riqueza de acuerdo con su estatus étnico, con lo que ellos llaman su nobleza, la limpieza de su sangre. El siglo XIX nos borró todo eso de la ley. Hoy somos todos iguales en la ley. Pero en la práctica muchos de esos valores se siguen aplicando en la vida cotidiana”. Difícilmente, agrega el historiador, podría alguien impedirle hoy el ingreso a un estudiante a la Universidad por motivo de su etnia, “pero a lo mejor sí lo atajan para entrar a un club. Hay muchos sitios en los cuales rige el sistema jerárquico tradicional.”
Este modelo agrega entonces otro ingrediente para entender la incapacidad histórica del Estado de extender oportuna y equitativamente su acción sobre la ciudadanía: la ley y las instituciones, además de haber sido físicamente distantes por cuenta de la fragmentación del territorio, fueron construidas e integradas por sectores de la sociedad ajenos a las necesidades del común de la población. Su distancia es eminentemente social, pero nada tiene que ver con el imaginario quizás común de que a Colombia la gobernaron siempre élites bogotanas.
FOTO: Santiago Cárdenas Arciniegas
El mismo autor es enfático al señalar que apenas dos de los presidentes de Colombia a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX fueron bogotanos: Miguel Antonio Caro y José Manuel Marroquín. No obstante, asegura que el centralismo resultó siendo en últimas una suerte de pacto que permitió mantener el poder, “pero un poder diluido frenado por esa presencia tan fuerte de la gente de fuera. Hay una oligarquía diluida que es más el resultado de pactos entre regiones, que una cuestión centralista bogotana.”
Si bien la violencia ha sido un instrumento frecuente y eficientemente empleado durante la historia reciente del país para acceder al poder, Melo sugiere que, bajo una mirada más amplia de la historia, las ideas adquieren un papel más protagónico, incluso como sustento teórico de la lucha insurgente en el conflicto. Al poder en Colombia accedieron durante buena parte de su historia personajes intelectualmente capacitados: ciudadanos cultos, letrados:
“La ideología le gana a la realidad. Yo creo que eso pesa mucho en Colombia, pero tiene mucho que ver con el hecho de que en Colombia los que leen y escriben han tenido siempre mucho poder”.
FOTO: Santiago Cárdenas Arciniegas
Pero pese a que “los grupos dirigentes en Colombia no se animan a hacer reformas, no toman la decisión clara”, el país ha seguido un camino “en el que, por la actitud de la gente, por el trabajo de todo el mundo, el progreso es relativamente grande y el cambio social ha sido relativamente grande aunque los proyectos específicos del gobierno sean difíciles de identificar como exitosos, o como exitosos en la forma en que se planearon. A veces resultan exitosos de una forma totalmente distinta a como se había planeado”. Mejor dicho: Colombia es lo que es por su clase política, pero, a su vez, es lo que es pese a esa misma clase.
Al salir del edificio, después de haber estado un rato en la terraza, le pregunto a uno de los organizadores del evento por los cuadros grandes que están expuestos en el corredor central del edificio.
“No me gustan, me parece que no dicen nada. Ese de ahí es el que los pintó”.
“¿Y quién es el tipo? le pregunto”.
“Nadie, está palanqueado”.