A Marcela la asesinaron al mediodía del martes 23 de mayo del 2017. Su ex pareja, Luis Cardozo, ingresó a la vivienda en que ambos vivieron, en el barrio Las Margaritas de Bosa, ella se alistaba para ir al Hospital de Kennedy donde atendían a su hija, Angie Carolina, que el día anterior intentó suicidarse.
Ilustración por Natalia Latorre
Edith Rocío, la hermana mayor de Marcela, no sabe por qué razón lo dejó entrar a su casa. “Él le pegaba a ella y a mis sobrinos, incluso, lo hacía con la familia o con mis hijos presentes”, no le importaba, agregó Edith con el ceño fruñido. “Marcela amaba a Luis”, esa es la única explicación que se le ocurre a Edith para justificar el por qué lo dejó entrar aquel martes.
“Mi hermana prácticamente lo mantenía. Él no trabajaba y lo que hacía era desaparecerse los fines de semana porque se gastaba la plata en drogas y trago. Por la misma razón que consumía y se emborrachaba, no quería aparecerse así y esperaba que se le bajara todo para volver y pedir cacao y perdón a la puerta. Y mi hermana lo perdonaba”, me confesó y continuó: “ese señor no tiene dónde caerse muerto”.
Mientras Marcela se duchaba, Luis tomó su celular y revisó sus mensajes, con tan mala suerte que en aquel instante entró un nuevo texto: “Nos vemos a las 5 en el mismo lugar”. Aquellas palabras desataron al monstruo oculto, como si una montaña de ira y dolor hubiera sepultado todo el amor que le juraba a Marcela. Lo que Luis desconocía era que aquel mensaje estaba dirigido a la hija de Marcela, Deisy Dayana, a quien su novio solía escribirle al chat de su madre.
Ilustración por Natalia Latorre
“No era la primera vez que él reaccionaba de manera violenta; dos meses antes de la muerte de mi hermana, ya había una intención de homicidio de parte de Luis hacia mi hermana con un arma corto punzante, frente la otra menor de mi hermana, Nicole Vanessa”, relata Edith. Nicole al ver que Luis estaba a punto de lastimar a su madre, empezó a gritar con desdesperación y llamó la atención de algunas personas, incluyendo la dueña de la casa, quien llegó con su hijo para ver que ocurría. Rápidamente Luis lanzó el cuchillo al piso, por miedo a que fueran descubiertas sus intensiones.
Después del incidente, Luis desató una persecución hacia Marcela. Ella le expresaba con temor a su hermana y a su madre que presentía que algo le iba a pasar. En varias ocasiones, él la siguió hasta la estación del bus de camino o al regreso del trabajo y solía atrincherarse en pretextos de lo que ya era una obsesión con frases como: “me contaron que…”. Edith asegura que “eso no podía ser verdad, porque mi hermana no era compinchera, para que a él le estuvieran contando esas mentiras”.
Luis tomó un chuchillo de cocina, la agarró del brazo y le lanzó la primera puñalada. Perdido en el enojo, le propinó dos cuchilladas más en las piernas. Al ver que Marcela desesperada corría por el apartamento y le había rasguñado la cara para detenerlo, decidió golpearla hasta dejarla inconsciente. Finalizó su venganza con un corte en el cuello y cuando el paroxismo de crueldad llegó a su fin, se sentó en la cama llena de sangre y observó cómo moría lentamente recostada en sus piernas.
Luego bajó las escaleras del apartamento gritando “¡la maté, la maté por celos!”, con el cuchillo en mano y cubierto de sangre. En aquel momento, los vecinos escucharon los gritos de desesperación y salieron a ver qué pasaba. “Lo amarraron a un poste, porque él pretendía correr. Y como no había llegado la policía, querían hacer justicia con sus propias manos, lo querían linchar”, relató Edith.
Minutos después se oyeron sirenas en todo el barrio; había llegado la Policía. Luis fue esposado, pero los familiares Marcela desconocían lo ocurrido. El primero en descubrir la tragedia fue su hijo, Brandon, a quien le encargaron llevar la ropa para su hermana hospitalizada. Al descubrir que tenía tan solo 14 años, le pidieron que contactara a un adulto de la familia. Él, sin pensarlo dos veces, les dio los datos de su abuela, Carolina Pinzón, quien vive a unos a 20 minutos del lugar. Cuando ella recibió la llamada de los uniformados creyó que algo le había ocurrido a Brandon y corrió a la vivienda.
Al cabo de unos minutos, Carolina entró al lugar confundida y angustiada, preguntando por su nieto, sin tener conocimiento que la víctima era su hija. La estatura de Marcela les hizo pensar que se trataba de una de sus hijas. Al mostrarle las imágenes de la escena del crimen, ella no pudo reconocerla en medio de ese espectáculo de sangre y violencia, por lo que entró en shock.
Al sitio llegó uno de los hermanos de Marcela, Giovanny Garzón, para identificar el cuerpo y de paso encargarse de su madre en crisis.
“Recibí una llamada por parte de mis familiares, me dijeron que habían matado a mi hermana a sangre fría, que fue su marido. Eran las 3:30 de la tarde y mis sobrinos aún no sabían que les que habían asesinado a su mamá”, relató Edith, al borde de las lágrimas.
Ilustración por Natalia Latorre
El proceso judicial contra Luis la adelantó la Fiscalía 40, especializada feminicidios. Dos meses después del crimen, Luis no había sido recluido en ninguna cárcel, permanecía detenido en la estación Santander de Bosa. “Esto lo descubrimos a raíz de chismes barriales, podría decirse. Porque por indocumentado, a uno de los amigos de Deisy lo llevaron allá y vio a Luis. A penas salió de la estación buscó a mi sobrina y le dijo: hermana, ¿qué es lo que está pasando? Por qué nadie se ha movido y el tipo sigue ahí, en la Santander”, recordó Edith, que por cuenta propia y empujada por el disgusto, averiguó los antecedentes del asesino de su hermana.
“30 años y con un prontuario terrible. Dos procesos abiertos actualmente: uno por estupefacientes y el otro por acceso carnal a menor de 14 años”, relató, “luego me entero, por cosas de la vida, que era la tercera mujer que el señor mataba y estos casos no salen a la luz pública, sino que se archivan en un expediente privado de los antecedentes judiciales”, descubrió Edith con ayuda de un periodista que indagó con fuentes y hasta en la Procuraduría.
La suma de esos datos la llevaron a nuevas conclusiones y a atar cabos de otros momentos. Angie Carolina, diagnosticada con esquizofrenia severa psicótica y retraso mental leve, solía atemorizarse ante la presencia de Luis. Según Edith, cabe la posibilidad de que la haya abusado sexualmente, pues en una ocasión Marcela encontró su cama desordenada, los cajones abiertos y vidrios en el piso, como si hubiera ocurrido un forcejeo, pero no le dio importancia.
Bajo la mirada del Estado, el caso de Marcela promete convertirse en una cifra más para la estadística fría pero diciente del Forensis, que ya prepara el Instituto Nacional de Medicina Legal para dar cuenta este año del nivel de violencia que azota a la sociedad, que parece haberse ensañado contra las mujeres y los niños, por los datos de registros anterior. Según esa entidad, en 2016 se contabilizaron 128 homicidios de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas, y otros 220 casos de crímenes contra ellas con arma corto punzante.
Para Catalina Quintero, directora de Eliminación de Violencias contra la Mujer de la Secretaría de la Mujer en Bogotá, casos como este son el producto de "una sociedad machista, lo que implica que los hombres y, en general, la sociedad vean a la mujer como propiedad de otro, sin autonomía; normalizan las situaciones de violencia”. La experta sostuvo que no hay perfiles definidos de las víctimas y victimarios. “No se explican por una condición particular o psicológica de una mujer u hombre. Las violencias se explican por la cultura machista en la que vivimos, así como los roles asociados al género”.
Ilustración por Natalia Latorre
Tres meses después de la muerte de Marcela, Luis permanecía detenido en aquella estación de Policía. “Acudí al bunker de la Fiscalía a pedir que mandaran a ese señor a alguna cárcel de máxima seguridad, porque muy divinamente se podía cambiar de nombre o volar por términos y listo”. El 22 de agosto a las 7 de la mañana, el hombre fue trasladado en carro hasta la cárcel La Modelo de Bogotá.
Poco después se dio inicio a las audiencias. De las nueve que hubo, solo hasta penúltima Luis confesó el crimen. “Lo hizo con toda la tranquilidad del mundo, sin demostrar el más mínimo de dolor o arrepentimiento”, se lamentó Edith. En la última audiencia de sentencia, la juez lo condenó a 41 años de prisión, sin mayores beneficios.