top of page
Álvaro Hernández //

Errores que son horrores


A base de mentiras, cientos de civiles fueron obligados a enlistarse en las filas de los grupos paramilitares, que a principios de la década pasada abundaban en el país. Hoy, muchos desmovilizados viven con secuelas que la guerra les dejó.

ILUSTRACIÓN: Natalia Latorre

La vida hace 13 años no fue nada fácil para Jhon Elmer Torres, o “Jhon Cejas”, como de cariño le dicen sus amigos, un bogotano en cuyo rostro está marcada la decepción del conflicto armado, algo en lo que no tenía intereses ni motivos, pero en el cual, como miles de colombianos, participó.

En su cara, pálida y delgada, como de quien no ha comido bien en mucho tiempo, se identifican fácilmente las cicatrices que dejó la violencia. Con decepción recuerda como fue engañado, junto con cinco amigos, y obligado a ingresar a un bloque de las AUC, las Autodefensas Campesinas del sur del Cesar. Según el Centro de Memoria Histórica, 5156 personas fueron reclutadas ilícitamente desde 1988 hasta 2012 por los diversos grupos armados.

“Por marica”, responde Jhon a la pregunta sobre cómo había ingresado a los paramilitares; cuenta que trascurría el año 2004 cuando él, sólo con 20 años, cometió uno de los peores errores de su vida.

Encontrarse con un amigo de su infancia, que no veía desde hace años, fue el inicio de su pesadilla. Su amigo le dijo que tenía un buen trabajo y “vivía de lo lindo” en Bucaramanga. Así, lo invitó junto con varias personas de viaje hacia Santander. Jhon recuerda con asombro lo que fueron cinco días ininterrumpidos de fiesta, donde no faltó ni un segundo el alcohol, comida o las mujeres, y donde su amigo, sin tapujos, invitó todo, no dejándolos pagar ni un solo peso.

Se movilizaron en una camioneta durante dos días con destino a Bucaramanga, parando en repetidas ocasiones en diversos pueblos y disfrutando a su antojo de todo lo que en el camino encontraran. Allí fue donde aquel amigo preguntó si alguien no tenía trabajo, pues estaba necesitando a voluntarios para cuidar diversas fincas de la región, por solo veinte días al mes y por un jugoso sueldo.

Jhon, después de mucho meditarlo, pues en su momento ya contaba con trabajo, aceptó la propuesta animado por el deseo de mejorar su calidad de vida (y la de su madre) y por amigos que, sin pensarlo dos veces, también aceptaron la propuesta. Acordado esto, el trato indicaba que, a las afueras de un municipio de la región, un camión los esperaría para llevarlos hasta las fincas.

Recuerda que al lugar donde iban a recogerlos, llegaron varios hombres en camiones, en unos se montaron él y otras personas y otros estaban totalmente cargados de licor. Ellos, junto con varias camionetas último modelo y camiones cargados de provisiones, licor y ganado, emprendieron un largo viaje a través de la zona rural, del cual solo saldría dos años después.

El informe Basta Ya, del Centro de Memoria Histórica, señala que entre el 10 de noviembre de 1999 y el 31 de marzo del 2013, las AUC reclutaron ilícitamente 1.054 personas, siendo el segundo mayor reclutador, por detrás de la desaparecida guerrilla de las Farc.

Uno de estos casos fue el de Jhon, quien luego de ser engañado, aunque sí fue llevado a una finca, no fue a trabajar; fue llevado a la selva. “Uno de los hombres se rió y nos dijo que no había ningún trabajo, que todo era una confusión”. El hombre les indicó que a partir de ese momento ellos eran parte de dicho grupo paramilitar y que, si alguien se oponía, no tenía más opción que matarlo.

ILUSTRACIÓN: Natalia Latorre

A Jhon lo habían reclutado para ser parte de las Autodefensas Campesinas del sur del Cesar, grupo que nació en la década de 1980 para combatir a las Farc y Eln, quienes delinquían en la zona, y afirmaban que su misión era defender la vida y los intereses de los campesinos de la región.

Ya hablando de su vida en la guerra, Jhon describió ese tiempo como el peor de su vida. Allí, en la selva, vivió cosas que cualquier persona del común pasaríamos no sobrevivir: aguantó días enteros sin comer, tomado agua cuando la suerte los sorprendía con un arroyo; vio morir compañeros e incluso tuvo que cargar los cuerpos de algunos por días, soportó caminatas extensas “no podía sacarme las botas de lo hinchados que tenía los pies"; se enfrentó en confrontaciones armadas a la guerrilla, no por gusto, sino por obligación pues, de lo contrario, les quitarían la vida.

“Es por instinto que usted lo hace, al fin y al cabo, es su vida la que se está rifando", cuenta Jhon mientras recuerda como tuvo que ver morir a compañeros que caían de cansancio en las diversas jornadas.

“Los más duro eran los combates”, añade. “Cuando nos metíamos con el ejército o la guerrilla fijo habían muertos", y es que el convivir diariamente con la muerte se volvió normal para Jhon quien además cuenta como, cuando se era buen soldado, los paramilitares hacían todo un ritual de honor ante una muerte: “compraban el mejor cajón y la mejor pinta, a los buenos le reconocían algo de lo hecho, el comandante le escribía una carta a la mamá lamentándose y le enviaba un fajo de billetes como reconocimiento. Pero eso era para pocos, pa' los buenos, a los otros ni siquiera los escupían cuando se morían”.

Jhon señala que nunca le tocó ser parte de una masacre (o presenciarla), pues su bloque se encargaba, más bien, de la disputa territorial con las Farc, extorsiones, robo de gasolina y de coordinar el narcotráfico hacia y desde Venezuela. Además, se encargaban de extorsionar a los ganaderos de la zona y a los productores de palma africana, producto que garantizó, según el informe Basta Ya, una bonanza económica en la zona. Hasta 2012, los grupos paramilitares fueron hallados responsables de 260 ataques a bienes civiles.

Jhon también describe cómo conoció la droga por primera vez, pues se las daban con mucha frecuencia y facilidad: “la probaba cuando estaba estresado o me dolía algo, era desesperante porque a veces no teníamos ni una botella de agua o cigarrillos, pero sí toneladas de coca”.

Sin dudas, su momento mas feliz fue cuando vio la oportunidad de volarse, en medio de un enfrentamiento. Allí varios de sus compañeros de bloque salieron heridos y, otros cuantos, vieron la posibilidad de huir del lugar, debido a descuidos de los jefes paramilitares. Caminó durante un día entero con sus compañeros por el miedo a ser encontrados; miedo que terminó cundo, finalmente, después de pedir ayuda en un corregimiento que encontraron a su paso, el ejercitó los puso a salvo a finales del 2005.

Poco tiempo después, el gobierno del entonces presidente Álvaro Uribe, iniciaría una desmovilización masiva que hasta enero de 2010 desmovilizó 31.671 personas procedentes de grupos paramilitares, según cifras de verdadabierta.com.

Finalmente, Jhon cuenta cómo llegó el momento de reencontrarse con su madre después de casi dos años, “es el mejor regalo de navidad que me han dado”; añade que ella le hizo jurarle que no se volvería a ir y él, sin dudarlo dos veces, le cumple la promesa.

Y aunque su lucha paramilitar ya terminó, Jhon Cejas señala que esa vivencia lo dejó con una guerra personal que diariamente combate: la droga. Esa es su mayor secuela del conflicto y es un error del que diariamente trata no convertir en horror.

bottom of page