Quizás fue Diego Laserna, el candidato al Concejo de Bogotá por el Partido Verde, el que me hizo percatar de un detalle sobre Claudia López, que resultó ser más revelador de lo que yo había pensado. Yo tenía en la cabeza el tema de la berraquera y de las mujeres berracas, pero no me había dado cuenta que detrás de esa imagen de la candidata a la Alcaldía de Bogotá había algo más.
FOTO: Tomada de la cuenta de Twitter @ClaudiaLopez
En la sala del apartamento de Catalina Osorio, representante a la Cámara del Partido Verde, iba a haber un conversatorio con Laserna al que iban a asistir también Claudia López y Juanita Goebertus, otra congresista del Verde. Yo estaba sentado ahí en la sala, esperando a una amiga y a que llegara Claudia, pero mientras empezaba el conversatorio se me acercó Laserna y terminamos hablando, entre otras cosas, sobre mi amiga.
—Sí, sí sé quién es. Ella me está persiguiendo —me dijo entre risas—. Ha asistido a todos mis eventos de campaña y me ha entrevistado como 10 veces. Es para una materia de la universidad que la pusieron a perseguirme.
—¿Y usted está viendo alguna clase con ella o algo así?
—Justamente esa clase. La de perseguir gente.
—¿En serio? y a quién le tocó perseguir.
—¡A Claudia Lopez!
Al rato llegó mi amiga, y unos minutos después comenzó el conversatorio. Para ese entonces Laserna me había dado ya una pista para entender a Claudia López: fijarme en el valor que ella le da a la educación.
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El título
Lo de ‘carril del fondo’, el título de este perfil, es de las pocas cosas medianamente coherentes que recuerdo haber pensado dormido frente a mi computador. Ese día me entró el sueño mientras escuchaba el audio de mi conversación con Alejandro Plata, un asesor político muy cercano a Claudia López, con quien había hablado hacía un par de días. El sueño (que no era por desinterés, sino por cansancio) me tumbó la cabeza justo durante este pedazo de la grabación:
—Ella en política lleva 4, 5 años, pero cuando hacía sus denuncias de parapolítica y todo eso, ella andaba en su carrito, un Chevrolet viejo que tenía, de un lado para otro. Sola, sin protección, sin seguridad. Ella toda la vida ha vivido, se ha movido y ha hecho cosas como una ciudadana común y corriente.
En este tipo de micro sueños, con los que he aprendido ya a convivir, uno combina información real con retazos de ideas que navegan quizás en el subconsciente y se genera una suerte de alucinación totalmente incoherente. Entonces crucé lo del carro de Claudia con mi recorrido esa mañana a la universidad en bicicleta. Cuando me desperté, quedé con esa idea del ‘carril del fondo’. Tuve entonces la mediocridad de jugar a ponerla de título y luego de jugar a no quitarla.
Aquel que use la bicicleta, como yo, como Claudia o Laserna, para transitar por una misma ruta hacia el trabajo o a la universidad, sabrá la importancia de memorizar los huecos durante el recorrido. A mí, por ejemplo, me interesan los de la Séptima. Es mejor ni imaginarme lo que podría pasar si se me olvida, pongamos, que a la altura de la 65 hay un hueco que ocupa medio carril y que es tan profundo que le cabe a la mitad uno de esos conos naranja de metro y medio, que alguien gentilmente metió ahí para salvarle la vida a todos los que aún no se lo han memorizado. El carril por el que me muevo en bicicleta es siempre el que está a mi derecha porque así lo hace todo el mundo. Nunca por el carril del fondo, en parte porque los huecos de ahí no los conozco.
Pues Claudia parecería andar por la vida siempre por ese carril del fondo, el carril de la izquierda, y estar dispuesta a asumir todos los totazos posibles en el recorrido. Y no lo digo por decirlo, o por darle algo de coherencia a lo del título, realmente lo creo. Lo que me interesa es entender la manera cómo ella afronta los reveses, porque eso es lo que más fácilmente se omite. Lo fácil es ver a Claudia cuando es popular y cuando sale a la calle con sus voluntarios, pero detrás de eso, hay también muchos aprendizajes y muchas caídas que tienen también un valor en sí mismos.
Desde adentro
La primera vez que le hablé a Claudia López fue para hacerle una pregunta a la salida de un evento que no me quiso responder. En ese entonces ella quería ser presidenta de la República. Trabajaba paralelamente en el Senado y en su oficina tenía un cartón del tamaño de la puerta en el que aparecía ella promocionando su candidatura. De la pregunta que le hice no me acuerdo bien, pero recuerdo que no tenía mucho que ver con el tema del evento. Me acuerdo, eso sí, de que Claudia caminaba muy rápido por los pasillos del edificio del Congreso, como si estuviera siempre de afán. No perdía tiempo tomando el ascensor y subía por las escaleras.
Saludaba a una persona, luego a otra, hablaba con uno, luego con otro, miraba el teléfono, saludaba otra vez a alguien a lo lejos, subía, bajaba, en fín; movimiento constante.
Lo de la presidencia de Claudia, en cualquier caso, no se dio, y lo de la vicepresidencia, unos meses después, tampoco. Al poco tiempo vino la Consulta Anticorrupción que estuvo también a punto de darse. Lo que sí se dió después fue su doctorado; lo venía trabajando desde hacía 8 años y se graduó en Junio de este año en la Universidad de Northwestern. De Chicago viajó a Bogotá para lanzarse a la Alcaldía y, entre una cosa y la otra, llegó Claudia por fín al conversatorio de Laserna que había empezado sin ella.
La encargada de presentarla fue la Representante a la Cámara Catalina Ortiz, dueña del apartamento, que aprovechó para decir que ella era fan de Claudia y le pasó el micrófono.
Catalina siente posiblemente lo que siente mucha de la gente que admira a Claudia, y trató de explicarlo al comienzo del conversatorio. No obstante, fue la propia Claudia la que mejor supo expresar ese sentimiento.
—Cata, que me ama, es como mi mamá. Cree que yo soy la mujer maravilla, y no, yo no soy la mujer maravilla. Necesitamos es un equipo.
Mi mamá (hablando de mamás) me había advertido que no me dejaba entrar a la casa si no me tomaba una foto con Claudia. Y pensándolo bien, puede que para ella Claudia sea también la mujer maravilla. Entonces me tomé la foto y al día siguiente llamé a Catalina. Quería, entre otras cosas, saber si ella creía realmente que Claudia era una suerte de superheroína.
La foto
Cuando Claudia dice “necesitamos un equipo” está poniendo sobre la mesa una cuestión sumamente relevante y que aparece con frecuencia en sus intervenciones: la acción colectiva. Podría uno entonces preguntarse, ¿se puede ser berraco solo? ¿se puede uno reinventar sin la ayuda de los demás? Creería en principio que no.
La idea de mujeres berracas me venía dando vueltas en la cabeza desde antes del conversatorio porque creía que ahí estaba la clave, no solo para entender a Claudia, sino también para entender el proyecto político que ella y su equipo están intentando plantear. Y de alguna manera estaba en lo cierto, pero a esa idea le faltaban todavía algunas aristas. Me hacía falta, entre otras cosas, despersonificar el concepto de berraquera.
Le pregunté a Anderson Sanabria, quien había trabajado con Claudia como su secretario privado un par de años atrás, cómo la definiría en una palabra, pero no avancé mucho con esa pregunta.
—Como una mujer berraca.
—¿Y usted qué entiende por eso de mujeres berracas?
—Berraca en el sentido de aguerrida. La berraquera es vehemencia. Se exigen mucho a sí mismas, en parte para ser coherentes. Es impulso.
Y sí, eso era, de alguna manera, lo que yo tenía en mente desde un comienzo. Es lo que uno puede imaginar de una persona que en un mismo día da entrevistas por televisión en la mañana, recorre localidades enteras en la tarde y asiste a eventos en la noche para apoyar a los candidatos al Concejo. Una persona que sale en bicicleta con unos pantalones verdes, más brillantes que la propia bicicleta, a hablar con la gente y que agarra luego un megáfono para seguir hablando. Una persona que entrega volantes en el mismo puente en el que lo hacen los de McDonald’s o los del restaurante de corrientazos.
Claro, esa es sin duda una mirada muy superficial. Es la capa más visible de la berraquera, pero posiblemente también la más delgada. Si para ser berraco bastara con ponerse pantalones verdes, hablar duro, caminar rápido e ir a un puente a entregar papeles, de pronto casi cualquiera podría jactarse de serlo y hasta podría decirse (excepto por lo del pantalon verde) que el resto de candidatos son también unos berracos, (y hasta de pronto lo son, no lo sé). Claudia cumple con esas cualidades y su estilo es bastante notorio, pero si se ha de pensar en su berraquera como una cualidad humana importante, no basta con mirar lo obvio.
Para entender a las personas berracas posiblemente resulte más útil centrarse en la trayectoria que las lleva hasta ese punto. Claudia tiene, evidentemente, el impulso, pero no es tan fácil encontrar de dónde vino el empujón, o los empujones.
Revive el especial: Anticorrupción
Le pregunté a Alejandro Plata, su asesor político, por un momento particularmente especial que recordará con ella y me mostró, primero, la cara visible de la berraquera, la que yo ya más o menos me podía imaginar.
—Le voy a mandar una foto que alguna vez le tomé. En Yopal. Eso fue hacia el final de la campaña de la Consulta Anticorrupción. Nosotros no teníamos mucho presupuesto, entonces viajabamos ella y yo, y entre los dos nos distribuimos las cajas de volantes que repartíamos. Desde Bogotá viajamos con los Pubman, que son esas vallas que uno se cuelga en la espalda, y con 50.000 volantes. Ella cogía la mitad de las cajas y yo cogía la otra mitad, y hágale. En la foto va a ver. Ella con dos cajas de volantes al hombro, la maleta toda abierta. Se ven los volantes que le salen.
FOTO: Claudia López en Yopal en la campaña de la consulta Anticorrupción
Entonces le pregunté luego a Plata ya no por un momento que recordará con cariño, sino por uno particularmente difícil. Mi intuición sugería que esa forma de encarar los problemas tenía que ser producto de múltiples aprendizajes adquiridos tras una larga lista de problemas ya encarados. Y por ahí, en efecto, iba más o menos la cosa.
—Pasó cuando estaban aprobando el referendo de Viviane Morales. Se cayó en tercer debate en Cámara, pero pasó primer y segundo debate. Ahí lo que lloró… Ella decía que nunca antes se había sentido tan excluida. Esa época fue muy difícil.
Consulté también a Catalina Ortiz y antes de abordar la inquietud sobre lo de la mujer maravilla se me ocurrió ser un poco más profesional y preguntarle por aquella cualidad que más admiraba de Claudia. La pregunta, claro, no es ni tan profesional porque me habría podido llevar a el lugar común de la ‘berraquera’, pero me condujo, afortunadamente, por otra dirección.
—Lo que a mí más me sorprende de ella es ese rigor, disciplina y pasión por hacer que las cosas pasen. Si vos estás al lado de Claudia, siempre algo está pasando. Nunca está la marea tranquila, ella necesita que las cosas estén pasando. Y muchas veces no están pasando para ella, sino para la gente. El tema de ella de la acción colectiva no es carreta. Ella cree y hace acción colectiva.
Cuando Claudia dice que es una mujer hecha a pulso imagino que se refiere esencialmente a su capacidad para asimilar las dificultades y adversidades en forma de aprendizajes. Claudia no es un robot. Es humana y se deja afectar, se sensibiliza y a veces también se apresura en algunos de sus comentarios. Se exige mucho a sí misma y en ese sentido es también muy exigente con quienes trabajan con ella. Aunque a veces pueda parecer muy atada a ciertos problemas, y muy afectada por ciertas derrotas, sabe encontrar soluciones desde un campo que domina bien: el de las ideas, los argumentos y los consensos, el campo de la inteligencia y la acción colectiva. En la manera como ella pone a interactuar a quienes la rodean y en su propia iniciativa para aprender de los demás está buena parte del empuje que estoy buscando.
FOTO: El retrato de Aleo! sobre las propuestas para el metro, uno de los temas más importantes de la campaña a la alcaldía.
El profeta
Laserna no es profeta (es más bien, como él mismo se define, ‘un nerdo de la política’) pero por alguna razón se anticipó ese día a la idea clave. Me la mencionó incluso antes de que Claudia la abordara en el conversatorio. Después de hablar sobre mi amiga y compañera de clase, me fue soltando la clave para entender a Claudia López. A nuestra conversación ya se habían integrado Luisa, una profesora de la Universidad de los Andes que estaba detrás mío, y una estudiante que estaba hablando con ella. Mi amiga todavía no porque estaba en un trancón, seguramente en el mismo que Claudia. Hablando con Laserna fue surgiendo poco a poco el tema de la educación y entonces recuerdo que hizo el siguiente comentario:
—Es una locura. A usted le pagan por acumular certificaciones. Usted acumula y acumula certificaciones que lo acreditan para hacer una determinada labor de pronto durante un año o dos, pero esas certificaciones realmente no dicen gran cosa. Son papeles. Ella (Claudia) tiene un cuento chévere sobre eso.
Y Laserna, parafraseando a Claudia, me echó el ‘cuento’ (que realmente no era un cuento):
—¿Quién dijo que uno estudia 5 años y se dedica el resto de su vida a eso que estudió? El modelo está mal pensado. ¿Quién dijo? ¿a quién se le ocurrió esa idea? Uno debería seguir estudiando, seguir aprendiendo y poder cambiar sus actividades.
—Además, son solo cinco años ¿no? —agregué yo por decir algo.
—Eso no es nada. Es muy poquito tiempo como para formarse uno de por vida.
Claudia, claro, tocó justamente ese tema y completó el rompecabezas, pero no sin antes recordar algunas ideas básicas. El conversatorio fue una discusión sensata y cercana en la que la candidata tenía un tono y una actitud definitivamente distinta a la que parecería tener cuando está ante las cámaras. Habló bastante y respondió todas y cada una de las preguntas. A veces hacía chistes, y otras veces reflexionaba de manera un poco más profunda, pero parecía casi siempre tomarse en serio las preguntas. Si tenía que reconocer una ventaja de la alcaldía actual, lo hacía; y si tenía que señalar los errores, también. Pero el tono era lo más llamativo. Nos hablaba a los que estábamos ahí con la sinceridad con la que le habla a uno un amigo. De fondo, en la mayoría de planteamientos, había una idea muy clara: la importancia de romper esquemas, de cambiar la forma de ver y de abordar los principales retos que afrontamos como sociedad.
¿De qué manera?
A través de un principio muy básico, el mismo que luego mencionaría Catalina, ‘Inteligencia y acción colectiva’. Y fue dentro de ese marco de renovación en la política, de nuevas formas de entender y ejercer la ciudadanía, de búsqueda de consensos y uniones para avanzar en la solución de retos sociales, que Claudia llegó, como Laserna, al tema de la educación. Y planteó, no tanto un nuevo sistema educativo para Bogotá (aunque sí mencionó cambios importantes), sino fundamentalmente una nueva forma de entender la educación. Una nueva escala de valores para interiorizar el rol que desempeña la educación dentro de una sociedad. Y en el marco de esa explicación, Claudia, de alguna manera, destapó sus cartas. Mostró no solo su forma de entender la educación sino su propia hoja de ruta para alcanzar sus objetivos.
—Mi madre fue la primera mujer en su familia en acceder a la educación superior, se formó como maestra. Ella tuvo tres empleos. Uno de esos, fue maestra. Después de 30 años de trabajo se pensionó. Yo soy su hija mayor, tengo 49 años, he tenido no tres sino 14 trabajos y me ha tocado reinventarme profesionalmente cuatro veces, voy para la quinta. Y voy por la mitad de mi vida. Antonella, que es mi sobrina más pequeña, de 4 años, va a tener 50 trabajos en su vida, por lo menos. Va a reinventar, va a cambiar de orientación profesional 12 o 15 veces. Esa disrupción es formar capacidades para la vida del siglo XXI, es no tener miedo ni aversión al cambio, sino apertura al cambio. Me voy a reinventar y qué, no pasa nada.
Claudia Lopéz es, fundamentalmente, una persona capaz de reinventarse. Capaz de aprender todos los días de los demás, para cambiar, para logra conectar cada vez mejor. Para entender su berraquera no hace falta realmente mirar su forma de caminar, ni el tono de su voz, ni el color de su pantalón. Lo que merece atención es su apertura al cambio y a los consensos, la misma de la que están también impregnados algunos de quienes la rodean.
Desde afuera
Salimos tarde ese día del apartamento de Catalina. Mi amiga persiguió una vez más a Laserna, esta vez para que le firmara un documento. Él se fumó un cigarrillo, firmó el papel, se despidió de nosotros, de la profesora de los Andes y se fue. Mi amiga y yo tomamos un taxi que me dejó a mí primero. Me bajé, subí la calle hasta mi casa y no hizo falta sacar las llaves porque mi mamá sintió el sonido de la reja.
—¡Cuéntamelo todo!
—¿Viste la foto que me tomé? —le respondí.
—Sí, y ya se la mandé a mi mamá a ver si la convenzo de que vote por Claudia. Puedes entrar.
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