Por: Sharik Jaller Mejía // Redacción Directo Bogotá
Se cumplen 10 años del feminicidio de Thelma Hernández, madre de dos niños y esposa del hombre que le quitó la vida. Este relato pretende darle visibilidad a una de las muchas víctimas de feminicidio en Colombia: darle un rostro a Thelma y dejar de considerar a estas mujeres solo como una cifra.
“El 26 de mayo de 2011 fue cuando me reencontré con mi amiga en un cajón”, se lamenta Ana Milena, en medio de un mar de lágrimas que corren por sus mejillas y empapan sus lentes de marco grueso. El 25 de mayo del mismo año, Thelma Del Pilar Hernández Torres se había levantado temprano a alistar a sus hijos para el colegio. Salió de la casa de sus padres para llevarlos a la ruta y, mientras se despedía de ellos, su expareja, Óscar, le propinó alrededor de 20 puñaladas que causaron su muerte. Los hijos de Thelma, su madre Sara y los niños de la ruta del colegio fueron testigos del hecho.
“Recuerdo muy bien que era un miércoles”, dice. “Yo estaba en la casa, era mediodía, más específicamente las 12:05. Me acuerdo de la hora porque estaba con la empleada; mis hijos estaban en el colegio, y mi esposo, en Bogotá en asuntos del trabajo. Entonces, justo él venía en el vuelo, y, claro, me llama mi mamá y me pregunta:
―¿Ya vio las noticias?
―¡Ay no! ¡Se estrelló el avión! No me diga que el avión de Avianca se estrelló.
―No, mija, espere. Venga: ¿está con Juanita? ―dijo Sara refiriéndose a la empleada. ―Sí, estoy con ella.
―Dígale a Juanita que se le ponga al lado. Y tranquila que le voy a contar algo horrible: Óscar atacó a Thelma y, al parecer, porque en el noticiero no han confirmado, Thelma está muerta.
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Thelma nació en la que ahora es considerada una pequeña ciudad: Barrancabermeja, Santander. Conocida por su sofocante calor, paisajes hermosos, gente alegre y por ser la sede de la refinería de petróleo más grande del país, lo es también por sus altos porcentajes de mujeres y niñas desaparecidas. “Allá desaparecen muchas mujeres”, cuenta Mariana, hija de Ana Milena; “Barranca está al lado del río Magdalena, y usualmente las encuentran ahogadas al lado de la orilla del río”.
Encontrar información sobre la violencia que viven las mujeres en esta ciudad del departamento, al igual que sobre sus desapariciones, es casi imposible. Los titulares empiezan: “Autoridades desmienten rumores” o “La policía dice que no están desapareciendo”, mientras que en redes sociales como Twitter abundan las denuncias de intentos de secuestro. No hace mucho, en septiembre de 2020, fueron tendencia los hashtags #NosEstánCazando y #SOSBarrancabermeja; mujeres tanto de Barrancabermeja como Bucaramanga denunciaron que hombres en moto y camionetas blancas las perseguían y les tomaban fotos. Algunas lograban escapar y compartían su historia en redes, pero otras solo desaparecían, algo negado por las autoridades.
“Thelma Hernández era mi amiga del colegio. Éramos tres con Arelys; andábamos parriba y pabajo juntas. Arelys es la madrina de mi hija Mariana [se ríe] [...], Mariana que la bautizamos. Hoy en día no lo hubiera hecho:
―¿Por qué dice que no lo hubiera hecho? ―pregunto en medio de una risa nerviosa.
―Porque ella ya no es católica, y de hecho yo tampoco, entonces me da risa. Pero con mucho respeto, obvio. Pero bueno. Algo pasó entre Thelma y yo: una chismamenta ahí, y nosotras nos alejamos un tiempo. Luego ya nos fuimos a estudiar todos y cogimos caminos diferentes”.
“Uno se va a estudiar a la universidad, porque así es allá en mi tierra; se desconecta un poco de los amigos en esa época, pero siempre sabe en donde están. Me fui a Cali y estudié Comunicación Social y Periodismo, pero, como me casé, no terminé; fue una de las carreras que inicié. Luego anduve por todos lados con mi esposo. Tengo dos hijos y sigo casada; soy profesional en salud y seguridad en el trabajo. Trabajé en eso en Barranca y luego llegamos a Bogotá. Mira la coincidencia, ella también terminó casada con un militar, el que le quitó la vida”.
Según la Vicepresidencia, solo entre el 25 de marzo y el 2 de julio de 2020, las líneas nacionales de atención telefónica a mujeres en el contexto del coronavirus recibieron 32 751 solicitudes de casos relacionados con violencia hacia niños y niñas. De esos, 6396 eran sobre violencia sexual. Y, de acuerdo con cifras de la Fiscalía, en 2020 hubo alrededor de 51 000 denuncias por delitos sexuales contra niñas y mujeres principalmente. Varias organizaciones no gubernamentales informan que debido al confinamiento por el COVID-19 es muy probable que en realidad las cifras sean mucho más altas por el difícil acceso a las rutas de atención, protección y denuncia, además de la ineficacia y pocas garantías que ofrece el Estado.
“Cuando yo volví a Barrancabermeja, ella estaba en Bogotá, y mi mamá me contó que la sacaron escoltada de su casa porque el tipo la maltrataba. Y ahí regresó a Barranca: llegó con los tres niños que dejó. Entonces mi amiga Arelys, como a finales de febrero de 2011, me dice:
―Marica, imagínese que Thelma está acá.
―¡¿Cómo así?!
―Sí, después le cuento, gorda. Al parecer se separó de ese tipo”.
Mientras Ana Milena habla, acomoda su cabello negro —que, por la rabia, despeinó sin alcanzar a destruir la cola de caballo que lleva y que resalta la forma circular de su rostro—. Varias veces había visto su sonrisa por las carcajadas que daba cuando recordaba viejos tiempos con su amiga, pero cuando le menciono a Óscar, desaparece por completo; solo podía ver sus dientes blancos cuando abría su boca para maldecir, de forma muy decente, al hombre que asesinó a una de sus mejores amigas.
“Yo no me veía con ella desde 1997; hasta 2011 todo fue por redes. Desgraciadamente, mi amiga Arelys había cuadrado con Thelma la semana anterior de lo que sucedió para vernos ese sábado, pero pasó algo y nos dijo que no podía. Entonces dijimos que el siguiente, y ese día ella ya no estaba. El destino no permitió que nos volviéramos a ver; la vi en un cajón, así la volví a ver”, comenta Ana Milena con cierta decepción y una tristeza que altera por completo su rostro y tono de voz.
Cuando Ana se enteró, quedó aterrada, porque nadie conocía el infierno que Thelma había vivido durante los años que estuvo con su asesino. Sentí un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo al pensar en las mujeres que conozco que pueden ser víctimas en silencio, en quienes duermen con sus agresores o sufren de violencia psicológica, sexual o física, muchas veces sin saberlo.
Según cifras de Medicina Legal, consignadas en el informe del DANE sobre brechas de género en Colombia, cada día 115 mujeres sufren violencia por parte de sus parejas y 53 niñas son agredidas sexualmente. En el periodo de enero a octubre del año pasado, 75 799 personas fueron víctimas de violencia intrafamiliar ―un 21 %, hombres, y un 79 %, mujeres―. A su vez, 71 % denunciaba que su agresor era su pareja o expareja, y un 29 % señalaba a un familiar. Asimismo, se reportaron 23 032 víctimas de violencia de género: 86 % de mujeres, y el 14%, hombres, todo ello sin contar los casos que por distintas razones no pueden ser denunciados, ya sea por cuestiones económicas, porque el Estado no llega a las zonas en las que viven o porque comparten sus espacios con su agresor.
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“Cuando me enteré lo que hice fue llamar a Arelys, le dije:
―¿Dónde está?
―Voy a almorzar.
―No, espere, tenemos que ir a la casa de doña Sara, porque al parecer Oscar atacó a Thelma”.
“No le quise contar lo que pasó. Entonces, la recogí, y cuando llegamos ya estaba todo el mundo allá: vecinos, familiares... y justo llegó la mamá de la clínica. El man la había atacado a ella también. Los niños ya no estaban ahí; ya se los había llevado la policía de infancia y adolescencia. Ellos trabajan con comisaría de familia y se encargan de llevarse a los niños en este tipo de situaciones. ¡Fue horrible: lo hizo delante de los hijos!”.
“Los niños fueron al funeral de su mamá escoltados, porque el man, en medio de su loquera, decía que iba a matar a todo el mundo. ¡Es que yo no entiendo este tipo por qué está suelto! Ese episodio para mí es como si hubiera pasado ayer: la camioneta de la policía de infancia y adolescencia, los niños bajando custodiados... Después del entierro se los llevaron al hogar de paso y a los dos días se los dieron a sus abuelos”.
“Al funeral fui con mi familia, pero les pedí un favor a mi esposo, mi mamá y mis hermanas: que yo quería verla sola con Arelys. Ellos ya habían entrado, pero yo la esperé. Entramos las dos agarradas de la mano y fuimos hasta el cajón. A Thelma le dije que no se preocupara por sus hijos, porque, si estaba a mi alcance, yo iba a luchar para que no les faltara nada. Gracias a Dios lo logré”.
“Mi hermana Teresa conocía a la persona encargada del caso de los niños en la comisaría de familia, y yo le pedí el favor, porque el papá de Thelma es pensionado de Ecopetrol, de que metiera a los niños a servicios médicos y estudio gratuito. Esa es una satisfacción que tengo porque se lo prometí a mi amiga; además, para mí es fundamental [sic] la salud y la educación. El resto son añadiduras”.
“Recuerdo lo que llevaba Thelma en el funeral: le pusieron una blusa amarilla y la medio maquillaron. Estaba muy bonita; para mí estaba bonita mi amiga. Yo la vi linda; no la vi fea a pesar de todo lo que ese desgraciado le…, pues no le alcanzó a tocar la cara”, añade Ana Milena, mientras su voz se quiebra y caen algunas lágrimas de sus ojos. Al final, con una sonrisa nerviosa, se excusa por la emocionalidad.
Distinguir entre los tipos de violencias que ejerce el sistema patriarcal en hombres y mujeres puede ser complejo, empezando por el feminicidio, que en términos legales significa causar la muerte de una mujer por su condición de mujer o por motivos de su identidad de género. Hay quienes en el sector del derecho consideran estos delitos solo como un homicidio; sin embargo, según la Ley 1761 de 2015 y el Código Penal, en su artículo artículo 104, los elementos descriptivos definen el hecho por circunstancias como haber tenido una relación familiar, íntima o de convivencia con la víctima; ejercer sobre el cuerpo y la vida de la mujer actos de instrumentalización de género o sexual o acciones de opresión y dominio sobre sus decisiones vitales y su sexualidad, o cometer el delito en aprovechamiento de las relaciones de poder ejercidas sobre la mujer, expresado en la jerarquización personal, económica, sexual, militar, política o sociocultural.
Está claro que muchos de los feminicidas no ven sus acciones tal como están descritas en la ley, pero ese tipo de comportamientos, en palabras menos elegantes y más sencillas, se reflejan día a día en conductas que muchos consideran cotidianas. Los celos, el control de las acciones de la pareja ―desde cómo viste, y con quién se junta hasta a qué se dedica― y mucho más refleja la violencia patriarcal que viven miles de mujeres a diario bajo un sistema político y económico que está ideado para mantenerlas oprimidas.
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―¿Recuerda la primera vez que vio a Thelma?
―¡Claro! En el colegio, en sexto, nosotras éramos de 6°A, si mal no estoy ―dice entre risas―. Mi papá también es pensionado de Ecopetrol, y hay colegios solo para los hijos de sus trabajadores. Son muchos, entonces no recuerdo el nombre, pero yo la vi y le dije: “¡Oiga, usté estudió en el Parnaso! Usté era como creidita”, y así empezó todo. La vi a ella y a la mona, porque Arelys es mona; las vi, y pensé: “¡Ay! ¡Esas viejas estudiaron allá!”. Y quedamos juntas en el curso ―cuenta con todo dulce y enérgico, como si Arelys y Thelma estuvieran de verdad en la conversación.
A excepción de su nariz, que era ancha y pronunciada, las facciones de Thelma eran finas (o así se veía en la foto que los periódicos publicaron meses después de su feminicidio). “Yo le decía como: «Marica, usté pareje una abuela». Es que desde pelaita era muy organizada, eso siempre se lo admiré. Me acuerdo que muchos pelaos del colegio la molestaban; ella era morena y pues tenía su nariz…, pues no sé... Para mí todos somos lindos, entonces no sé cómo describirla.. Para esos pelaos era fea, y la molestaban con eso. Y ella en medio de todo decía que no les pararamos bolas”
En el año 2011, Medicina Legal no cuantificaba los informes de feminicidio; según cifras de la organización feminista Sisma Mujer, ocurrieron aproximadamente 68 feminicidios (y 5 mujeres fueron asesinadas en circunstancias asociadas al delito sexual en el país). En 2015 se tipificó el feminicidio como delito autónomo con la antes mencionada Ley 1761, más conocida como ley Rosa Elvira Cely. Según la Red Feminista Antimilitarista, en su informe del Observatorio de Feminicidios en Colombia, se estima que en 2020 hubo alrededor de 630 feminicidios, y tan solo en los dos primeros meses de 2021 se reportaron 37 casos de feminicidio en el país.
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Thelma había estudiado para dedicarse al diseño. Antes de casarse, su vida y sus sueños giraban alrededor de la estética: desde cómo vestía y arreglaba su largo cabello negro hasta lo que decidió hacer después de casarse y dejar la universidad para hacerse cargo de sus hijos. Publicaba lo que hacía en redes sociales y vendía algunas de sus creaciones; eran trabajos manuales más que todo. Desde niña, aprovechó todas sus oportunidades para mostrarle al mundo su carácter y talento.
―Hicimos nuestra fiesta de 15 las tres porque Ecopetrol tiene varios clubes y utilizaba ese solo para eso. Se llamaba El Primaveral.
―¿En qué consiste?
―¡Es espectacular! Eso era todo el año, y desde marzo empezaban los ensayos de los bailes. Entonces, debíamos llevar un pelao, un parejo, que iba a bailar el vals con nosotras. Nosotros ensayamos primero y después nos quedamos en el club mamando gallo. Recuerdo que Thelma lo bailó con alguien que le gustaba; a ella le fascinaba eje pelao. Mi vestido era verde aguamarina manga larga; el de Arelys, rosado, y el de Thelma, de muchos colores: ella tenía un arcoíris Ella siempre quería ser diferente, muy creativa.
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―¿Cree que este tipo de hechos son comunes en Barrancabermeja?
―No, la verdad no. Allá en Barranca no es que se vea mucho feminicidio; antes de Thelma hubo otro, y el año pasado también. Después de Thelma sí estoy viendo que ha sido un poco más; por lo menos me he dado cuenta de más. Y muchos que quedan en la impunidad, y las peladas desaparecen. A una la encontraron el año pasado ahogada en el río; algunos creen que porque era trabajadora sexual tenía menos importancia... ¡Y eso no importa! ¡Igual es una mujer!”.
El mundo de las mujeres que se dedican al trabajo sexual está inundado de discriminación, prejuicios, desinformación, precariedad y pocas o casi nulas garantías de seguridad o salud por parte del Estado. Además, la vida de estas mujeres está en riesgo constantemente: muchas no tienen otra alternativa y resultan víctimas directas del sistema patriarcal, ese que utiliza nuestros cuerpos con fines mercantiles y para el disfrute de miles de hombres, que, en muchos casos, terminan ejerciendo algún tipo de violencia sobre ellas. Según varias teorías feministas, el patriarcado es culpable de las problemáticas sociales, económicas y políticas que abruman y matan lentamente a cada persona
―mujeres, niñas, trans, LGTBIQ+...―.
―Su hija mencionó que su familia era como un matriarcado. ¿Cómo era vivir en una casa con solo mujeres?
―Éramos tres hermanas, mi mamá, un hermano y, de vez en cuando, mi abuela materna y mis tías. Todas andábamos con las pochecas al aire literalmente ―dice riendo―. A mi mamá le fastidiaba el brasier, y, a veces, por el calor, mientras estábamos en el comedor, se lo quitaba. Mi hermano de crianza, Daniel, estaba chiquito y ni miraba porque no le importaba. Entonces alguna vez alguien le dijo a mi mamá: “¡Ustedes por que hacen eso! ¡Miren como vuelven al niño morboso!”. Mi mamá le dijo: “El morboso es usté porque yo a mi hijo no le meto ningún morbo”.
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“Mi tía fue víctima de feminicidio hace mucho tiempo. Fue para un halloween; es que eso fue de película de terror. Recientemente mi mamá me contó detalles. Imagínate: yo, a mis 42 años, enterándome de esas cosas... La asesinaron dos hombres, la empalaron, la torturaron y, un año antes de eso, la habían violado. Ese día pensé que esto viene pasando desde siempre y sigue pasando”. Justo cuando Ana Milena mencionó a su tía, pensé: “Si continúo de generación en generación, de familia en familia, preguntando sobre esto a las mujeres que me rodean, ¿cuántos relatos similares podría encontrar?”. ¿Cuántas Ana Milena hay en nuestras vidas, cuántas Sara o cuántas Thelma, cuántos nombres sin identidad ni rostro?.
“Mi abuelo denunció. Ese hombre, que era tan machista, [sic] mire todo lo horrible que tuvo que vivir por el asesinato de mi tía. Cuando la violaron, mi abuelo era amigo de este señor que murió el año pasado, Horacio Serpa; Bigote e Brocha, así le decíamos. Yo lo detestaba, pero esa es otra historia. A ella la violaron en el año 1981; en ese tiempo ese señor ayudó mucho a mi familia, y ni con la palanca política del tipo hicieron algo. Ahí quedó y no pasó nada.
“Yo no entiendo si es que esos jueces no tienen hijas, porque a mí no me cabe en la cabeza que, tras un denuncio, los dejen en libertad y no pase nada. Me duele lo que nos pasa: estamos desprotegidas porque nunca ha existido justicia. El asesino de Thelma le metió veintipiola puñaladas y está libre y tiene otra familia; pobrecita otra futura difunta, lo digo de verdad. Un asesino no deja de serlo. Lo que más me dolió fue no haberme visto con ella en vida. Yo le digo a doña Sara, la mamá de mi amiga, que nosotras necesitamos gritar lo de Thelma desde el amor de una madre; siempre le digo a Mariana, mi hija, que si puede, grite por allá en París el nombre de Thelma. Quiero salir a marchar por ella; lastimosamente no he podido, pero antes de morirme tengo que ir”.
Después de escuchar a Ana Milena, lo único que salió de mi boca fue: “Solo nos queda gritar su nombre”. Lo dije con profunda tristeza mientras pensaba en el nombre de todas las que ya no están: en las madres como Sara, que tuvieron que ver a sus hijas asesinadas por quien prometió amarlas hasta la muerte, no matarlas.
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