“Tras lo malo, algo bueno viene”. Esa es la frase con la que una joven mujer de 18 años se despide de la guerra y abraza con su corazón los sueños que por años, pensó jamás realizar.
Juliana es un nombre ajeno al que sus padres le dieron en su nacimiento, pero que se fortalece conforme ella se distancia de su casa a los 13 años, en busca de un amor: su hermano. En la ruta se encuentra un mundo diferente, que le permite tener otra vida.
Juliana // Fotografía tomada por Deisy Nathaly Quiroz Cárdenas
Al transitar los caminos marcados por la naturaleza, las trochas la conducen a lo más profundo de las montañas, entre riachuelos y un clima cálido, las cordilleras la abrazan en su espesor y al final del camino lo encuentra a él, su hermano, un joven de 20 años militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo, (FARC-EP), a quien vio por última vez cuando solo era una niña.
La primera vez que Juliana lo visitó en la zona fue con sus padres. “Todo era nuevo, diferente, como que a uno le gusta saber cómo era, y pues uno mira a la gente de acá (…)”. El poder que representaban las mujeres guerrilleras hizo que Juliana a sus 14 años ingresara a las FARC-EP :“Esta vez fue distinto, ni él, ni nadie de mi familia sabía que yo estaba ahí, en el campo guerrillero por segunda vez; mi mamá no sabía nada”.
En la actual ZVTN (Zona Veredal Transitoria de Normalización) Icononzo, Tolima, Juliana mira al cielo pintado por un color gris oscuro, que indica una inminente lluvia, y camino a su cambuche recuerda: “Yo en mi casa estudiaba, estaba en octavo y me volé del colegio; y yo no he sido así de amigos, pues a nadie le conté”. De forma, casi imperceptible, una menor de edad ingresa a las filas de la guerrilla. En su examen de admisión sólo surgió una pregunta: “¿Tiene alguna enfermedad?”, y al ser su respuesta negativa, se integró a las FARC-EP. “Acá me recibieron y (…) estaba flaca y mero huesito, ¿no sé cómo me recibieron así? (…) me enseñaron el estatuto, los reglamentos, los deberes y derechos y después, lo del fusil, cómo se armaba y desarmaba…, como lo normal”.
Memorias de Juliana: reviviendo momentos del conflicto
En tiempo de guerra, el día iniciaba a las 3:30 a. m. “Debíamos estar pendientes para la guardia (…) al inicio me daba miedo”, confiesa Juliana. Al principio le permitieron dormir en el cambuche (lugar de descanso) con su hermano, quien durante los primeros días fue su guía. “La primera vez que me pusieron guardia en la noche, él estuvo ahí, acompañándome, mientras me acostumbraba y perdía el miedo; desde entonces nunca más lo volví a ver”. Esto pasó en el año 2012, cuando el conflicto armado en el país era titular en las noticias nacionales, tras el anuncio de los primeros acercamientos de diálogos de paz entre el gobierno del Presidente Juan Manuel Santos y las FARC-EP. El mandatario colombiano afirmó de manera enfática en ese entonces: "Cualquier proceso debe llevar al fin del conflicto, no a su prolongación" Abrió, así, la ventana de la esperanza para apagar el fuego de algunos fusiles que por más de 52 años han quemado almas en este país.
Caminando a la paz // Fotografía tomada por Deisy Nathaly Quiroz Cárdenas
Juliana recuerda su primera experiencia bajo un ataque aéreo. “Esa noche sentí miedo, miedo de verdad, llegaron los helicópteros con una ráfaga de fuego por arriba, se escuchan los helicópteros bajito y el guarda gritó. Todos estábamos en la caleta -no donde se guardan las armas sino donde uno duerme-; era mero caucho y el toldillo (…) desde el cielo nos rafageaban (…). Salimos corriendo, nos dejaron sin nada, lo único que llevaba era lo que tenía puesto, nos tocó dejarlo todo, no dio tiempo de nada, lo último que agarré fueron las medias que estaban en el toldillo, las tomé, me las metí en el bolsillo y ¡a salirse uno como pueda!…” Esa fue la primera vez que sintió la presencia del Ejército Nacional; asegura que:“Al principio es duro, pero uno con el tiempo se acostumbra”.
Para el caso de Juliana, cumplir sus 14 años en la guerrilla fue el inicio de una nueva vida, en este caso con una pareja, un joven a quien sintió amar y con quien pudo compartir sus sentimientos por un corto tiempo, puesto que finalmente fueron separados. “Uno es libre de tener pareja, pero si yo vivía mucho tiempo con un muchacho y si miraban que eso me estaba afectando demasiado, entonces los separan a uno, solamente llegan y dicen ¡alístese que usted se va ya!… y uno obedece todo. Y sí, me pegué la chillada por allá escondidito, y desde ese tiempo yo no volví a saber de ese muchacho (…) Uno acá no tenía matrimonio, a veces nosotros vivíamos juntos, pero tenían que ir a cumplir una misión por allá, y le tocaba salir. Acá no existía nada de eso, la guerra no dejaba”.
Lastimosamente, las maneras como se forman los niños y los jóvenes dentro del conflicto armado está marcada por momentos en los que dejan a un lado sus sentimientos de infancia, su inocencia, para encarnar almas blindadas ante un inminente escenario de guerra. Allí la vida siempre está en juego, como lo relata Juliana, tras ser emboscada con sus camaradas en medio de la selva, donde por primera vez en su vida, se resignó a morir.
Sonidos que marcan la vida
Juliana, tras un suspiro prolongado que le recuerda lo que vivió, inclina su cabeza, cierra sus ojos en un parpadeo y relata: “Fue una emboscada por tierra, -fue la única vez que me resigné a morir-. Lo único que pedía era un tiro que ¡me diera de una! porque las piernas ya las tenía mal”. Y bajo un fuerte suspiro y con voz más firme dice, “vea, yo camino, y lo hago normal, ¿cierto? pero yo tengo cuatro tiros y tres esquirlas, -un tiro en la rodilla y otro en el pie-, por todo lado”.
Juliana levanta su mirada, abre sus manos de par en par, y continua recordando: “Y en eso las piernas se me quedaron dormidas, íbamos cuatro, era de día, las 9:00 de la mañana, íbamos a cruzar un río y estaba hondo y no nos dejó cruzar, entonces el camarada dijo:-salgamos ahí y salimos derechito a la carretera y nos vamos a buscar pa´ bajo (…) -nos habían tendido una emboscada (…) en toda la orilla de la carretera, ellos estaban escondidos-, cuando escuchamos una ráfagas,-uno escucha raaaacate- y uno, queda cómo sorprendido, porque no estábamos preparados en ese momento y ahí a todos nos dieron bajito, nos dieron en las piernas y ya después, cuando sentí que me pegaron [dispararon], no supe, ¿ni cómo fue? porque esos dos (…) [disparos] fue[ron] en una sola dirección, pero del miedo que a uno le da, ni se siente y [yo] ya estaba tendida [en la tierra] y las piernas no me daban [no reaccionaban] y ahí, yo agache la cabeza y el camarada dijo, que nos quedáramos ahí, que no nos hiciéramos matar”.
Juliana, toma una bocanada de aire, infla su pecho, expande su aliento y con tristeza en la voz relata ese momento que vivió, en el que, ella recuerda: “decían [los camaradas] que si llegaban los soldados, a uno lo rematan, y ellos llegaron y así le apuntaban [con el fusil] a uno y decían ¡arriba las manos!, ¡quietos!, y uno así, sin saber ¿qué hacer?”. En ese momento, fue cuando Juliana escuchó mencionar sus derechos de captura del Ejército Nacional de Colombia: “Tienen derecho a guardar silencio”, “todo lo que diga puede ser usado en su contra”, “tienen derecho a una llamada” [y] “derecho a un abogado”, "en caso de no poseer los recursos, el Estado le brindará el apoyo de un abogado de oficio”. “De ahí nos estuvimos por horas y al rato llegó un helicóptero, nos recogió a los heridos, el camarada líder ya se había muerto”, al igual que otros guerrilleros, entre estos, un hombre y una joven de 15 años; dos más escaparon al lanzarse río abajo. Sin embargo, para el caso de Juliana al ser menor de edad, este proceso se denomina desde el Ejército Nacional “recuperados”. El problema recae, cuando toda persona que porte prendas militares, sea cual sea su bando, es objetivo militar para el contrario, y de ser un menor de edad, es puesto en disposición del Comité, Internacional de la Cruz Roja (CICR).
“De ahí nos llevaron y bajaron en el batallón y pensaba ¡salí viva de ahí!, y lo único que quería es que pasaran unos tres meses porque no quería sentir el dolor que tenía, me dolía la pierna,- y ahora uno puede ir caminando, pero siento unos rayones por dentro, se me encalambra la pierna- y uno, pues a lo último se acostumbra al dolor porque lo único que le queda a uno es resignación, vivir con eso”. Al tiempo, Juliana se recuperó de las cirugías y del paso de hospital a hospital, finalmente es entregada al CICR y pasa a manos del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF).
Retornando a la vida civil
Juliana recuerda cómo su familia la buscó en el ICBF: “Fue mi papá y me reclamaron y firmaron (…) yo volví a la casa, pero tocó hacer de todo porque nos querían llevar a la cárcel de menores, de atención de menores al Bienestar, y pues ahí le decían a uno (…) ¿que tenía en la cabeza? y me tocó decir que si yo quería volver a la casa, -que yo no volvía para acá (zona guerrillera)-, y tocaba decir eso para que lo dejen salir, y bueno, firmamos un compromiso y volví a la casa, y ahí estudiaba con un montón de condiciones. No podía entrar a establecimientos donde hubiera alcohol, tenía que estar estudiando, el Bienestar iba a la casa a ver cómo vivía, como estaban las condiciones, no podía salir sin estar con un mayor de edad, cualquier cosita que a mí me pasara, a mi papá se lo llevaban para la cárcel (…)" . Para ese momento el proceso de negociación del Estado con las FARC-EP inició, por lo que guerrilleros, compañeros de Juliana fueron a su casa por ella, "a que si yo iba a volver y yo hablé con mi papá y nos presentamos acá a la guerrilla , (…) él dijo que yo no podía volver porque aún estaba en seguimiento por el ICBF"
Juliana, al retornar su casa, continuó el colegio y ya próxima a cumplir sus 15 años su compromiso con la guerrilla no quedó en el olvidó y desde la vida civil siguió su lucha y creó una asociación de mujeres para hablar sobre política y problemas de la comunidad, en este ejercicio permaneció alrededor de cuatro años. Dos meses antes de graduarse de bachiller, el 3 de febrero del 2016, Juliana ingresó nuevamente a las filas de las FARC-EP. Para entonces, sus camaradas sabían que el acuerdo de paz se firmaría y esto le permitió regresar a la zona guerrillera.
A los18 años, y gracias a su dedicación al estudio, terminó en la milicia estudios de enfermería y comunicación. Actualmente, hace parte de un grupo selecto de guerrilleros y guerrilleras que conforman la I Escuela Nacional de Comunicaciones de las FARC-EP, en la cual se desempeña como estudiante de comunicación y diseño gráfico.
Hoy, próxima a cumplir 19 años tiene varios sueños por realizar, entre estos validar su bachillerato porque más allá de la misión interna del grupo guerrillero, lo que a futuro busca esta joven mujer colombiana es ser Ingeniera Mecatrónica.
Al presentar el examen ICFES en el 2016, Juliana superó el promedio en su colegio por lo que ganó una beca para estudios en la ciudad de Bogotá, pero dadas las dificultades de comunicación la noticia llegó tarde a sus oídos, además de enfrentar el presente proceso de legalización a la vida civil, lo cual no le permite aún salir de la ZVTN. Pero este primer logro, solo le demuestra a Juliana que tiene un futuro por delante, y como ella lo dice: “Todos tenemos el sueño de estudiar”.
Y en el marco de la guerra, la posibilidad de tener una familia, ser padre, madre, hijo, esposo, esposa, acceso a la familia, tener un matrimonio e incluso estudio -ante los ojos del ciudadano promedio en Colombia, esto hace parte de la vida cotidianidad en la ciudad, pero -en la guerra- todo esto se resume en sueños, sueños que durante décadas fueron frustrados, arrebatados, y en su mayoría, dados de baja, y que hoy en día, en el desarrollo de los acuerdos de Paz negociados en la Habana entre el Estado de Colombia y las FARC-EP, resultan sueños alcanzables. Donde los y las guerrilleras se proyectan en un futuro con una familia por conformar, estudios por realizar, deseos como todo humano por cumplir. Y este es el caso de Juliana, “antes uno no pensaba que podía llegar a eso [estudiar una carrera universitaria], pero ahora si uno se lo propone lo puede lograr”.
Juliana cierra su historia con un sueño en una mano y una preocupación en la otra, “pues vine a la escuela [Escuela Nacional de Comunicaciones] porque me gustó y pues ahí, quiero ver cómo nos va a tocar el ritmo y luego si ya se puede estudiar profundamente lo que uno quiere, lo de mecatrónica (…) y [justo] anoche hablaba [por celular] con mi mamá de eso y es que un semestre de eso[s], averiguando por Internet sale en 2’.700.000 y ¡son cinco años! tras que uno es pobre, uno sale peor y pues eso depende de las universidades, yo he querido estudiar eso, pero no se… toca luchar por eso”.
Zonas Veredales Transitorias de Normalización // Fotografía tomada por Deisy Nathaly Quiroz Cárdenas
Al preguntarle a Juliana ¿el por qué volvió a la guerrilla tras ser capturada en combate, y tener la posibilidad de volver a su casa, a su colegio y llevar una vida civil? ella responde: “Es muy confuso porque en el momento no hubiera querido que pasara [ser capturada] y quería seguir en la lucha, y el volver a estudiar… no digo que fuera lo mejor, porque en ese momento pasaron muchas cosas, tiene lo bueno y lo malo, pude seguir estudiando y aprendí muchas cosas, -pasó así-, las cosas se dieron así, cosas que yo nunca hubiera querido que pasaran, como la muerte de mis compañeras…, pero, tras lo malo, algo bueno viene”.