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[Revista impresa] Ricardo Silva Romero: periodismo y literatura para los tiempos difíciles

Texto por: Sergio Esteban Párraga // Revista impresa

Fotos: Archivo particular


A propósito de su más reciente libro, Río muerto, conversamos con el escritor y columnista Ricardo Silva Romero. Se discutieron la preocupante realidad nacional, el papel de la literatura en medio de la zozobra por los recientes hechos de violencia en Colombia y la importancia de la ficción para narrar un país.

FOTO: Ricardo Silva escribe en El Tiempo la columna “Marcha fúnebre” desde 2009. Por: Camilo Rozo.

Desde la lejanía suena una voz animada a través del teléfono. Ricardo es tan amable por teléfono como lo es con las palabras que consigna en cada uno de sus libros y columnas. Es un hombre atento y dispuesto a conversar. Muchos lo conocerán por ser el autor de novelas como Autogol (2009), Historia oficial del amor (2016) o Cómo perderlo todo (2018), entre otras. También por ser columnista de los periódicos El Tiempo y El País de España.


Sin embargo, hay mucho más que un escritor reconocido. Ricardo Silva es literato de profesión, poeta, guionista y crítico de cine; además, ha trabajado para varios medios de comunicación como periodista y columnista. Pero, sobre todo, es un enamorado de Colombia, de sus personas y de las historias detrás de cada rostro.


Hoy no hablamos del coronavirus, pero sí, como él dice, de una pandemia aún más letal y contagiosa: la violencia. Ricardo no solo vive enamorado de su país, sino eternamente dolido por las atrocidades e injusticias del conflicto armado, un tema que le llega a él de manera personal —algunos miembros de su familia lo han sufrido al estar sumergidos en el panorama político— y que ha intentado plasmar siempre en todos los aspectos de su carrera como columnista o escritor crítico que está siempre dispuesto a escuchar las voces silenciadas. Por esto le interesa contar esa historia muda de los desaparecidos, los asesinados y los desplazados por la violencia.


La alegría del saludo se torna en un tono de preocupación al hablar de los recientes episodios de violencia indiscriminada que han ocurrido en nuestro país, una situación que para él es agotadora e indignante, y que le toca sus fibras más profundas. No es fácil seguir sumando historias a las que ya ha contado en sus páginas, seguir poniéndole un rostro al dolor de una familia por medio de libros como Historia de la locura en Colombia (2019) y Érase una vez en Colombia (2012). Relatar este tipo de historias es algo que no deja de ser difícil. Sin embargo, él encuentra el valor de la literatura en crear una memoria colectiva no solo desde el periodismo, sino desde la ficción.

FOTO: La foto de cubierta de este libro estuvo a cargo de Jesús Abad Colorado. Por: Ricardo Silva Romero.

Su último libro, Río muerto (Alfaguara, 2020), evoca la tragedia del pueblo colombiano. Ricardo ha plasmado en esta obra un escenario conocido para todos los colombianos: el de la violencia. La historia tiene lugar en un pequeño pueblo donde un hombre mudo es asesinado en la puerta de su casa. Es el relato del muerto, de cómo va al infierno y vuelve mientras se desata el sufrimiento de una viuda por encontrar la verdad y hallar a los responsables de la muerte de su esposo. Este libro se aleja de compilaciones testimoniales e informes de memoria histórica, y se acerca de otra manera a la realidad de una víctima y de su familia utilizando los recursos de la ficción.



Directo Bogotá [DB]: ¿Qué sentido tiene ser literato o estudiar Literatura en este momento de coyuntura?


Ricardo Silva [R. S.)]: Nunca sobra estudiar algo que lo sensibilice a uno y que lo ponga en contexto. Eso es lo que sucede en carreras como las artes, la filosofía, la historia o la literatura. Justamente cumplen con devolverle a uno lo humano y la capacidad de sorprenderse, de afectarse, de conmoverse; permiten ver los diferentes contextos y matices que justamente se pierden en estos días, donde todo se ve y se lee por encima con tanta facilidad. Precisamente lo que necesitamos en estos momentos es humanidad, para evitar caer en muchas cosas que se sienten como amenazas, como la caída de las democracias, la exacerbación de la violencia, la tentación de volver a los autoritarismos. Necesitamos más personas que se dediquen al oficio de ser humanos.


DB: Al trabajar para un medio de comunicación (El Tiempo), ¿cómo cree que los medios están manejando la crisis social por la que está atravesando el país?


R. S.: Soy solidario con los medios porque he estado en ellos los últimos 20 años. He pisado redacciones de muchos medios y he estado muy pendiente de ellos. Los periodistas están trabajando por vocación, se entregan de verdad, pero la gente tiende a pensar que solo están al servicio de unos intereses —que son verificables, por supuesto, porque los medios, efectivamente, tienen dueños y eso se traduce en algunas noticias—.


Aun así, es muy injusta esa mirada, porque, a pesar de esto, igual se hace un esfuerzo por dar la noticia y por contar lo que está pasando, por más duro que sea para los intereses de estos magnates. En todo caso, esos periodistas son valientes y, aunque hay ligerezas y errores, veo gente con muy buena voluntad y con mucha vocación para contar la verdad.


DB: ¿Por qué cree que en su carrera ha tenido esa tendencia a denunciar y criticar las injusticias de la realidad nacional?


R. S.: Detrás de esa necesidad de escribir sobre lo que pasa en el país, que es algo que ha estado en mí desde el principio de mi carrera, la relación de mi familia con la política ha sido algo determinante. Mi abuelo fue senador liberal en la época del bipartidismo, mi tío era un líder sindicalista que fue asesinado y mi mamá fue un miembro muy importante del gobierno de Barco. Mientras yo era niño y hasta mi adolescencia crecí con una preocupación por lo que ocurría en el país, por la cultura violenta que mi abuelo vio en el bipartidismo, que mi tío padeció en el Frente Nacional y que mi mamá vivió en el gobierno de Barco, que además fue el gobierno que dio el pulso contra el narcoterrorismo de Escobar.


Crecer en esa familia era crecer pensando que a uno lo podían matar en cualquier momento, que todo es violento, que hay que rebelarse en un punto de ese temor diario que uno podía sentir. Cuando me siento a escribir una ficción, todo se origina de este temor y de esta indignación con la que crecí. Igual sucede cuando me siento a escribir una columna: lo hago esperando que no le sirva a la violencia, sino a la convivencia.


DB: Río muerto, su última novela, adquiere un valor especial en medio de la agitación social y la reciente violencia indiscriminada que azotan al país. ¿Qué función cumplen este tipo de relatos en este momento específico que está pasando el país?


R. S.: Río muerto ha terminado siendo una recreación y un ejemplo muy claro de lo que está pasando en Colombia en estos meses. Es estremecedor, porque empecé el libro en el 2017 y trata sobre el año 1992. Es impresionante que haya sido escrito para un país que sentía que iba a superar ese legado violento, pero años después está pasando lo mismo, casi con los mismos detalles.

La utilidad de este libro es que hace comprensible esas noticias que muchas veces son incomprensibles en la prensa, no porque la prensa esté fallando, sino porque uno se estremece. Pero es imposible entender las dimensiones del asunto. En cambio, cuando matan al protagonista de Río muerto ves lo que sufre él como un fantasma, y luego ves cómo queda rota su familia. Y eso hace mucho más comprensible ese dolor.


La función es que se entiendan las dimensiones de dolor y tragedia para toda una cultura y luego multiplicar ese dolor por mil; tomar esa historia y entender que esa misma historia se está dando en todos los rincones de un mismo país.Entonces, sirve para recobrar nuestra sensibilidad como país, y este es el primer paso para impedir que siga ocurriendo.

FOTO: Ricardo también fue columnista de la revista Soho y de la revista Semana. Por: Camilo Rozo.

DB: El libro está inspirado en un testimonio que llega a usted, el relato de alguien que vivió algo muy similar. ¿Cómo llega la idea de este libro y cuál fue el proceso?


R. S.: Nunca sentí que fuera una historia ajena. En el relato que me contaron se hablaba de una persona asesinada a los 42 años, y esa era mi edad cuando llegó esta historia a mí. También tenía dos hijos, como yo. Además, me comprometió el hecho de que yo estaba tratando de lidiar con el duelo por la muerte de mi padre y todo eso me susurró de cierta manera que me pusiera a escribir esto.


Me pareció que era un retrato muy claro de una sociedad sin Estado, abandonada a su suerte y a su propio coraje, y además comprendí lo que es quedarse sin un padre y morirse de miedo de dejar solos a los hijos. Esta historia fue padecida, sufrida y temida por mí mismo, y eso a su vez la hace más comprensible para los lectores.


DB: En este libro, el pueblo en el que ocurren los hechos es Belén del Chamí, un referente de esos pueblos que no aparecen en el mapa. ¿Por qué acudir a esta figura y no, de pronto, a un lugar más común para los colombianos?


R. S.: Justamente porque mientras más ficción sea, más común es para todos los colombianos. Mientras más se aleje del lugar preciso donde ocurrieron los hechos que, repito, es una historia que ocurrió de verdad, mientras menos sea ese lugar, menos es una crónica de prensa o un informe de memoria histórica y más una ficción en la que todo el mundo va a entrar con menos ideologías, menos agendas y predisposiciones, menos obsesión por pertenecer a alguna de las trincheras. Van a entrar dispuestos a comprender un drama, unos personajes, unas situaciones… Esa es la gracia de que sea una novela: uno está en un terreno en el que todos caben, algo que comprenden los de izquierda o los de derecha, independientemente.


El lugar se parece al pueblo en el que sucedió todo, y, además, tomé prestadas muchas más características de otros pueblos colombianos para volver esto un tipo de pueblo piloto. Ese pueblo que los reúne a todos y que solo es posible en Colombia, y de este modo nadie se siente ajeno a lo que se está narrando.


DB: ¿Por qué usar las figuras de un mudo y una viuda como personajes principales?


R. S.: Todo esto parte de la historia real que me contaron. El personaje, en efecto, era mudo, pero quise resaltarlo porque es un mudo que ni siquiera siéndolo se salva de ser asesinado. Esto lo lleva a uno a pensar que en Colombia no sirve ni si quiera callarse para preservar la vida. La viuda encarna el valor que han tenido las mujeres colombianas, las madres y las víctimas en general, y cómo han sostenido mucho más de lo que alcanzamos a ver.


Nuestra propia posibilidad de tener algún futuro tiene que ver con que muchos de estos colombianos han puesto el pecho. Estos personajes encarnan la tragedia de la violencia indiscriminada, pero también el hecho de que callar y denunciar parece ser igual de peligroso acá en Colombia.


DB: El libro retrata la verdad desgarradora de muchos colombianos, pero también pinta un panorama esperanzador. ¿Todavía ve ese panorama esperanzador para el país?


R. S.: Este es un momento abrumador. Se puede pensar que todo va por un despeñadero, pero también se puede ver como un momento en que la ciudadanía se está sensibilizando, está comprendiendo la gravedad de esta situación y el sinsentido que esta representa. Yo creo que su generación y la de mis hijos son generaciones que se resisten a un país deshecho y violento. Me parece que poco a poco nos vamos librando de una cantidad de personas que pensaban desde el criterio de la violencia, y esto va a dar como resultado un país mucho más sabio. Yo sí tengo esa esperanza y creo que es lógico y legítimo tenerla.


DB: Finalmente, para los lectores y demás trabajadores de Directo Bogotá: ¿cómo cree que desde nuestro oficio como periodistas podemos ayudar a esta realidad?


R. S.: Es el momento de ser periodista y escritor. Es el momento de ser un periodista serio al servicio de la gente, que reclama a gritos que se le diga la verdad para poder tomar decisiones. Es el momento cuando hay tantas agendas, tanto pensamiento de manada, tantas noticias falsas. Todo el que esté estudiando Periodismo o Literatura está en la carrera correcta, porque estamos en un momento en nuestro país que es un llamado a decir la verdad. Y para eso está el periodismo.

 
 
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